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Publica la Asociación Cultural "Rastro de la Historia".

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El Rastro de la Historia. NÚMERO CUATRO

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..de leche y miel

5, sábado: Madrid- Tel Aviv– San Juan de Acre.- Desde la furgoneta colectiva que me ha traído del aeropuerto Ben Gurion he podido ver, a lo lejos, las ruinas de Cesárea Marítima, donde tuvo Pilatos su capital, y el Chateau Pelèrin, en Atlit, que fue una de las últimas posiciones de los cruzados. Tanto el terreno como las plantas que hasta ahora he visto recuerdan el levante español: olivos, naranjos, clamorosas buganvillas. El Mediterráneo sigue siendo el mismo, a uno y otro extremo, por más que el sol se ponga aquí sobre las olas. Ahora estoy llegando a la ciudad que los musulmanes llaman Akka, los judíos Akko, y es para mí San Juan de Acre: la vieja Ptolemaida. El conductor me deja a considerable distancia de la ciudad vieja. Me tocará caminar unos kilómetros hasta el lugar que fue puerto de desembarco de San Pablo, a su regreso a Jerusalén, sede natal de la Orden Teutónica, última plaza del Reino Latino. 

La muralla de San Juan de Acre.

Ya en la calle que bordea el mar, oigo a una pareja de ancianos hablar en la misma lengua que hubiera escuchado en la ciudad mil años atrás: en francés. Les pregunto por el convento de San Francisco y me dan una indicación cordial y precisa. Siguiéndola, me llego hasta la iglesia, en la que está terminando la Misa un fraile doblemente menor, por franciscano y por corta talla. Llego sólo al “amín”: amén en árabe. Entro en la sacristía y me presento: español que peregrina en solitario, unas veces a pie y otras sobre ruedas. El fraile ha venido a celebrar desde Caná, su domicilio, para sustituir a quien ejerce de párroco, Fray Quirico, que está pasando unos días en Italia. Están presentes dos seminaristas, del Camino Neocatecumenal, de los muchos que este verano prestan servicio de apoyo a la Custodia de Tierra Santa. Son Jorge, nicaragüense, de Masaya, que sigue los estudios eclesiásticos en Japón, y Giusseppe, italiano, de Cattolica, que los sigue en Austria. Jorge y Giusseppe me reciben con la mayor amabilidad que cabe imaginar, como si estuvieran esperándome desde siempre. Me invitan a cenar con ellos y a pernoctar en el convento: invitaciones que acepto ufano. En la larga sobremesa hablamos de todo: de la brevedad de la parroquia, de la necesidad de evangelizar, de la presencia de un kibbutz cristiano, Nes Amim, en las cercanías, y del espíritu que debe animar la peregrinación, acerca del cual se extiende Jorge en consideraciones muy atinadas. Buen cura va a ser éste que, siendo seminarista, tiene tal don de consejo. La noche es toledana. No hay quien pegue ojo: el mullido colchón de lana despide un calor insoportable. Decido intentar dormir sobre el embaldosado y, cuando ya lo he conseguido, me despiertan los cantos del muecín, cuyo alminar se encuentra infelizmente muy cercano.

 

Agosto del 2000

Jornadas:

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