NÚMERO
SIETE
|
Hubo
un tiempo en que Samuel Bronston escogía España para realizar sus
superproducciones cinematográficas. En Torrelodones o en los estudios
fijos de la CEA de la Ciudad
Lineal se recreaba un mundo fantástico que unas veces era el Imperio
romano, otras las yermas tierras de la Castilla del Cid y otras, incluso,
el paisaje nevado de la Rusia revolucionaria. Un tiempo donde algún
peluquero del barrio de Tetuán de las Victorias actuaba como
chino rebelde mientras asaltaba a los embajadores occidentales
recluidos en un palacio de cartón piedra. Hoy, que los espacios se
aparean con los tiempos en un ritmo infernal, todo ha cambiado y la
propia calle, sin decorado que valga, es lugar perfecto para realizar una
película que ya la quisiera para sí Quentin
Tarantino. ¡Qué no nos llega el yanqui ni a la suela de los zapatos!
Asaltos a chalés con muertes y violaciones de por medio,
defenestraciones urbanas por asuntos de droga, cadáveres a la brasa en
coches humeantes, atracos diarios en el centro del Madrid-me -mata, bombas
lapa, bombas en moto, bombas en bici, de todos tamaños y colores,
apuñalamientos con muertos de verdad- desangramiento por
hemorragia de femoral- con el autor huido por puesto en la calle,
prostitución callejera a
mogollón en el corazón de
Madrid y en uno de los más nobles refugios que al madrileño le quedó
por botín de conquista: La Casa de Campo. Y no sigo porque no tengo sitio
y me voy a vomitar. ¿Hay quién dé más?
Y
no pasa nada. Los estómagos calman las posibles ansiedades de la mente
que además serían juzgadas como síntoma de recalcitrante fascismo. De
declarada hostilidad contra la democracia. Algún majadero, incluso, puede
decir, si no lo ha dicho ya, que esa es, también, la grandeza de sistema.
Y el Estado mientras tanto, impotente. Que ya lo ha dicho hasta el mismísimo
delegado del Gobierno en Madrid: que contraten ustedes seguridad privada.
¿Dónde queda el Estado? En inducir la demanda agregada y poco más. A
merced de turbios intereses en donde confluyen los potentados y los
miserables. En la mitad del siglo XIX guardianes privados de latifundios
de Sicilia acabaron haciéndose
con su propiedad y formaron la Mafia: en Euskalerría hay quien compra seguridad y evita que a su
concesión de automóviles, a su fábrica o a su tienda les hagan añicos.
Quizás el señor delegado del Gobierno en Madrid, que llegó aquí desde
Navarra, aprendió la lección en territorios fronterizos.
Incluimos en este
número 7 la segunda parte del estudio sobre lo que fue la Falange del
Exterior y su prensa y propaganda, continuamos la historia del FES, damos
a la luz un, nos parece, interesante trabajo sobre la División Azul y
damos razón de la exposición en el Reina Sofía de la obra del
malogrado Alfonso Ponce de León, además de comentar un estudio sobre el intento de vertebrar
constitucionalmente el régimen de Franco con Arrese Magra
de por medio y que en detalle cobra forma de libro.
|