8.Palmira.-
Palmira es el milagro de una ciudad colosal levantada en el corazón del
desierto, en los confines de los partos; es la historia de la radiante
reina Zenobia, viuda del regidor romano Odenato, levantada en armas contra
Roma, victoriosa y, al fin,
vencida, sometida y encadenada en oro; es el corazón de una
cultura original, con su propia lengua y su arte peculiar; es la plaza
alejada que escogió Fakhr ed Din para instruir a sus ejércitos;
es el oasis beduino, rara vez regado por las aguas de un cauce al que un
socarrón bautizó con un nombre de resonancias andaluzas: el río grande,
Wad al Kebir. Palmira es el mito evocador que ha puesto en
movimiento a tantos viajeros curiosos. Y hacia Palmira me voy, en una
tartana no demasiado incómoda, adentrándome casi trescientos kilómetros
en el corazón del desierto de Es Sham. Palmira es también, a
estas alturas del año, un horno: cincuenta y dos grados centígrados, a
mi llegada, y un crisol, por el reflejo del sol sobre las piedras, que
reduce considerablemente la utilidad protectora del sombrero.
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Pasando
revista al desfile de columnas |
Lejos de las
ruinas, contrato a un beduino para que ambos nos acerquemos en camello a
pasarles una primera revista. Acaso sea bello il passo del camello,
pero no es cómodo, y menos con semejante solanera, de modo que, dada una
primera gira, me acojo a la menguada sombra del viejo serrallo, que hace
de museo etnográfico, en donde su hospitalario director me ofrece un té
reconfortante, a la espera de que llegue el custodio que permite el acceso
al templo de Bel-Shamin. Visita hoy también las ruinas una muchacha
rellenita y coloradota, de Vancouver, que trabaja en un hospital de Abu-Dabi.
Encontrar a un occidental es casi como dar con alguien de la familia, de
modo que trabamos una conversación amena y divertida. Mi amiga canadiense
se interesa por mi salud y se empeña en que me tome una naranja, que
devoro, por más que no esté nada fresquita, para reponer azúcares. El
templo, grande, pero no tanto como el que se alzó en el Haram esh
Sharif de Jerusalén, lo recuerda, por la columnata cuadrada y la
edificación central, aunque hubiera diferencias sustanciales.
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El
templo de Baal Amín, en Palmira |
Asombra
que, pasados tantos siglos, quede aquí tanto en pie. Huyendo del calor
abrasador, ya mediada la tarde, me dirijo a un chiringuito en el que
venden objetos beduinos, más o menos artísticos, y ofrecen algo de
comer. Cuando estoy terminando, se sientan en una mesa contigua como media
docena de muchachos a los que mi aspecto llama la atención. Al poco, uno
de ellos, más resuelto, me pregunta si hablo inglés. Le contesto que lo
chapurreo, y trabamos una conversación, que se extiende casi dos horas.
En este infierno de calor, además de las ruinas y los beduinos, hay dos
cosas que no están a la vista: una base aérea y una cárcel de alta
seguridad que, a lo que me parece, debe ser la antesala del averno. Mis
interlocutores, me cuentan, son hijos de oficiales de la base. Son chicos
educados, acaso más que la generalidad de los españolitos de su misma
edad. Casi todos quieren estudiar carreras técnicas, y todos tienen
puestos sus ojos en emigrar a Occidente. Yo les procuro desencantar, que
ni es oro todo lo que reluce, ni en Occidente se atan los perros con
longaniza; que lo que corresponde es levantar la propia patria, no emigrar
a la ajena. Pero no hay manera: las imágenes remotas de un paraíso
alcanzable –entre ellas, el recuerdo acariciado de Al Andalus, la
conciencia de las propias carencias y limitaciones, la certeza de que
Europa es un campo feraz propicio a ser arado y sembrado por el labrador
que más se esfuerce- pueden más que cualquier razonamiento. Se tienta
como en ningún otro sitio lo que es ese efecto llamada del que hablan los
políticos, la piedra imán que atrae a una inmigración imparable. Me
despido de mis amables contertulios y me voy, por primera y única vez en
este periplo, a un hotel de calidad. Uniformada recepcionista que habla
buen inglés, ascensor que sube y baja –en otros hoteles también los
había, pero varados en la planta baja- y una habitación muy digna, con
aire acondicionado, baño limpio y televisión por satélite. Hoy me voy a
dar el gustazo de dormir cómodamente, para levantarme muy a primera hora.
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Jornadas:
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