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Damasco.- Aunque, como en botica, hay de todo, se puede decir que, en
general, los sirios son gente bien plantada. Jóvenes o viejos, todos
ellos parecen guardar algún lejano parentesco con el egipcio-libanés
Omar Shariff. Y las sirias son y parecen guapas: a menudo con tez más
clara que la de las españolas, no raramente rubias y de ojos claros,
arregladísimas, aun cuando cubiertas: se trabajan estas chicas la cosmética.
La Misa dominical en Mar Boulos está concurridísima. Mucho antes
de que empiece, ya está la iglesia llena de fieles, bastantes veinteañeros,
que llegan antes, para rezar a coro bien acompasado un rosario del que sólo
entiendo la primera invocación de las avemarías: wa salama Maria.
Los hombres van vestidos a la occidental, con más o menos elegancia, pero
entre las mujeres hay de todo, desde las que, de puro veladas, se dirían
musulmanas, hasta las que pasarían desapercibidas en cualquier lugar de
Europa, si bien muchas de estas se toquen con un pequeño pañuelito, al
estilo del que era usanza en la España de antaño. Algunas muestras de
piedad me resultan tan sencillas como desacostumbradas: no se conforman
con hacer una genuflexión o una reverencia ante el Sagrario, como mandan
los cánones de la urbanidad: se acercan, le dan besitos y hasta
cabezazos; cuando el cura lee el Evangelio, unas cuantas viejucas, alguna
ataviada a la usanza beduina, se echan al suelo, todas largas, y se
afierran al ambón, en un gesto ingenuo y devoto; finalizada la Misa, unos
rezan ante el Sagrario y otros ante el Evangelio, que aunque esté cerrado
es también signo de la presencia divina. Algunos de estos rasgos -en
particular, la veneración al Libro- me han parecido a mí como de
inspiración islámica, y así se lo digo a abuna Romualdo, quien
asegura lo contrario: probablemente fueron los musulmanes los que copiaron
a los cristianos sus gestos de devoción a la Palabra revelada, como también
probablemente copiaron nuestras horas canónicas (las llamadas a la oración
del almuédano), y la costumbre de descalzarse en lugar sagrado (que veré
en algunos lugares cristianos y que, por lo que me dice, conservan los
egipcios coptos, que entran siempre descalzos en el presbiterio). Acabada
la Misa, desayuno con una pareja jordana: quieren peregrinar a Seidnaya,
como tantos de los que se hospedan aquí unos días. Yo visito, lo primero
de todo, Bab esh Sharqui, la puerta del Sol de los romanos, que,
aunque reconstruida, guarda la misma traza y se alza sobre los primitivos
sillares de la que aquí se levantaba en tiempo de Augusto, de modo que es
por aquí por donde, con toda humana certeza, entró San Pablo, después
de esa caída que todos imaginamos de un caballo, por más que el
Evangelio no lo diga.
La Vía
Recta, que sigue siéndolo, y Bab esh Sharqui, la puerta del este,
del sol, que se alza sobre los sillares de aquella por donde es
tradición que entrara San Pablo
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Aquí se abre la Vía Recta de la que hablan
los Hechos de los Apóstoles, el antiguo Decumanus romano, hoy
calle de dirección única que, aunque cambiando de nombre en sus diversos
tramos –Sharia Esh Sharqui, Suq Madhat Pachá- sigue la
trayectoria directa que une la puerta del oeste con la del este, Bab
Jabyeh. Muy cerca de la Vía Recta, entrando por una estrecha calle
perpendicular, está la capillita franciscana que ocupa el lugar que una
muy rancia y bien asentada tradición ha venido considerando ser la casa
de San Ananías, quien bautizó al judío Saulo de Tarso, sucesivamente
destruida y reconstruida, perdida y recuperada, una y otra vez, por los
cristianos, en cuyas manos permanece interrumpidamente desde 1867 hasta
ahora.
La casa
que la tradición dice de San Ananías, quien bautizó a San Pablo |
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La tradición local sitúa también otro enclave paulino en esta
zona: la casa de San Judas, que ocuparía el lugar en que hoy se levanta
la mezquita Jakmak – Cheikh Nabhán, en donde el apóstol se
hospedó y en donde en tiempos de Bizancio se alzó una capillita que lo
recordaba. La zona de la ciudad vieja contigua a Bab Esh Sharqui es,
desde siempre, el barrio cristiano, que llega más o menos hasta la puerta
de Santo Tomás, Bab Tuma. Al lado de la vieja Puerta del Sol está
el patriarcado armenio, un poco más allá, el siriaco-caldeo, más allá
el ortodoxo griego, el melquita y el latino. Excepto la Recta, las
calles son estrechitas y laberínticas, con frecuente iconografía
religiosa en las casas y hasta algunas hornacinas con imágenes. Hay
rincones que evocan alguna esquina toledana.
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Un rincón
del barrio cristiano, en el que se exponen unas imágenes a la
piedad de los paseantes. |
Bajo la
puerta adornada con crismones hay una capilla melquita que conmemora
la huída de San Pablo, descolgándose por la muralla. |
Los mercaderes venden antigüedades,
la mayor parte fabricadas anteayer, y las piezas del gusto de los
turistas: cobres, brocados, marquetería, iconos, muchos iconos, y entre
ellos, uno verdaderamente inesperado: representa un santo aureolado que
empuña un alfanje y que tiene a sus pies las cabezas de algunos tipos con
turbante. No me lo quiero creer. Paso a preguntarle al tendero y, justo,
lo que suponía: es Mar Yacoub, o sea, Santiago Matamoros, esta vez
de infantería, en el corazoncito mismo de Damasco. En las paredes del
barrio hay pegadas esquelas mortuorias, con su crucecita y su orla, como
las que todavía se ven en los pueblos de Galicia. Me llego hasta BabTuma.
Callejeo por el zoco Al Hammadye, caluroso, colorista, caótico.
Visito la colosal Mezquita de los Omeyas, cuyo cuerpo central es la nave
principal de la catedral bizantina, de la que los musulmanes se
apropiaron. La memoria se me va a mi Córdoba de España, cuya catedral se
alza en el sitio que ocupaba la mezquita, que, a su vez, se asentó sobre
el solar de la iglesia cristiana de San Vicente, y que algún memo reclama
como musulmana, cuando nadie reivindica la de Damasco como cristiana.
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La
catedral bizantina de San Juan Bautista, convertida por los Omeyas
en mezquita. |
Paseo por los aledaños de la ciudadela, que no se puede visitar por
dentro, de pura peligrosa ruina. Entro en la mezquita Takyya al
Suleimanyya, muy bella, que hace funciones de museo militar, en el que
se exhiben interesantes maquetas de castillos cruzados y algunos despojos
de enfrentamientos bélicos con Israel. Y visito el impresionante Museo
Nacional: impresionante por sus piezas, aunque desordenado y algo
abandonado. Sentimentalmente, me emocionan los restos de los cruzados que
se han encontrado aquí y allá; pero si alguna cosa hubiera que recordar,
más que ninguna otra, se llevaría el premio la sinagoga de Dura Europos,
cuyas paredes pintadas con escenas bíblicas fueron trasladadas hasta aquí,
al tiempo que la iglesia de la misma población -el más antiguo templo
cristiano conocido como tal- se lo llevaban a los Estados Unidos, ¡y
luego dicen de la plata que los españoles se llevaron de las Américas!
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