2.
Krak de los Caballeros, Mar Jirjis, Safita, Tortosa,-
No me apasionan los gabachos, pero qué a gusto me siento hoy leyendo un
periódico en francés, que acabo de comprar, gracia del Líbano. No hay
noticias de España: buenas noticias. Hoy me propongo volver a entrar en
Siria, y visitar los viejos castillos cruzados. Y no hay otra manera de
hacerlo que tomando un coche. Me acerco a una oficinilla donde los
conductores conciertan sus servicios, y consigo a buen precio que uno se
comprometa a llevarme adonde pretendo. Mi chófer, esta vez, es cristiano,
pero no sabe nada de inglés ni de francés, de modo que, para
entendernos, mis cuatro palabritas de lengua árabe y la universal de las
señas. Rumbo al norte, no tardamos en llegar a la frontera, en donde me
plantean -como lo hicieron en el aeropuerto de Damasco, como al entrar en
Líbano, como lo harán siempre- la eterna cuestión de que por qué los
españoles tenemos dos apellidos –family name- en vez de uno,
como el resto de los humanos, y por qué no coincide exactamente nuestro
apellido con el de nuestro padre, y por qué nuestra mamá no lleva el
apellido de nuestro papá. Resuelta satisfactoriamente tan cardinal cuestión,
pasamos sin novedad, para encaminarnos hacia el Krak des Chevaliers,
la vieja fortaleza de los Hospitalarios que, pese a lo que cuentan, parece
que nunca fue ganada en combate, sino abandonada por los caballeros cuando
supieron que no vendrían de Occidente refuerzos para completar su
defensa. El Krak está casi intacto. Parece que el sultán Baybars
lo ocupó por pocos años, de modo que, cuando se marcharon sus tropas, la
población de los alrededores –en muchos casos viejos mesnaderos de los
Hospitalarios- se acogió a sus baluartes, para morar allí, y así lo
hicieron ellos y sus sucesores durante centurias, hasta que en los años
treinta del recién pasado siglo, los franceses les construyeron a los
ocupantes de la fortaleza casas modernas, para facilitar que la
abandonaran y quedara ésta como el soberbio monumento que hoy es. Su
mantenimiento y conservación se debió, pues, a que nunca ha dejado de
estar ocupada. No obstante algunos lienzos y algunas torres estén
reconstruidos, se mantiene la casi totalidad de la obra original, hasta la
capilla, que sólo unos pocos años fue mezquita, y el salón-refectorio
de los caballeros: ambos de un gracioso gótico europeo. No es poca la
emoción al ver, todavía, ochocientos años después, en uno de los
muros, una inscripción latina: Sit tibi copia sit sapientia formaque
detur, inquinat omnia sola superbía, si comitetur. No se si acertará
el latinista que traduce “sean tu gozo la sabiduría y la belleza, pero
guárdate de la soberbia, que puede empañarlo todo”, pero es hermoso.
Como lo es que, al cabo de tanto tiempo de haber abandonado los caballeros
esta plaza, toda la comarca siga siendo cristiana, activamente cristiana,
que pude ver no menos de tres iglesias de la zona en trance de construcción.
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Krak
des Chevaliers, Al Qala´t al Hosn: el imponente castillo de la
Orden del Hospital |
No fue inútil el empeño de los peregrinos armados. Entre ellos, pocos de
las Españas, pero los hubo, y significados: los catalanes, Berenguer
Raimundo, conde de Barcelona, Guillén de Cerdaña, Guitardo de Rosellón,
los castellanos Rodrigo González Girón, Juan Gómez, Golfer de las
Torres, Fernando Traba, de Galicia, y más de los que no cabe memoria.
Visito Mar Jirjis, el monasterio greco ortodoxo de San Jorge: el
caballero de Capadocia que tan bien supo plantar cara a la política del
dragón, como tan bien supo explicar Ángel-María Pascual. Paso por Safita,
la que fue fortaleza del Temple, de la que sólo queda la torre del
homenaje, hoy usada como iglesia, y unos pocos lienzos de la muralla, en
los que se apoyan algunas construcciones locales. Igual que en los
alrededores del Krak de los Caballeros, Safita también es
mayoritariamente cristiana, desvergonzadamente cristiana, como lo
proclaman los iconos que adornan los bares y las tiendas.
Safita:
la torre del homenaje de la fortaleza que fue de los Templarios |
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Y concluyo el
viaje en Tartus, la vieja Tortosa de los cruzados. Ésta es hoy una
población relativamente moderna, el segundo puerto de Siria, tras Latakya,
más o menos con las comodidades y diversiones de otra playa mediterránea.
Gentes que se bañan –púdicamente cubiertas, eso sí- tenderetes de
chucherías, bares –la mayoría con música habibi, alguno con techno,
unos pocos con fumadores entregándose al colocón del narguile;
y, de fondo, los sillares de la vieja ciudad cruzada haciendo de cimiento
de casuchas cutres, de modo que, donde hubo orgullosos mástiles y
vibrantes señeras, hay hoy antenas de televisión y ropa tendida. Y la
que fue catedral de Nuestra Señora de Tortosa -con sus compactas torres
desmochadas, sustituidas por un esmirriado minarete, alzado cuando el
edifico fue mezquita- que sirve hoy de museo local.
Santa
María de Tortosa, lo que queda de ella |
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Dormiré en el hotel
que me recomendaron en Trípoli: el de Daniel, barato y limpio. Me acomodo
y, queriendo usar Internet, el amigo Daniel me indica un establecimiento
de ordenadores en donde tendré acceso, lo que no es fácil, porque el
gobierno sirio tiene la vana pretensión de ponerle puertas al campo y
quiere que la salida a las comunicaciones internacionales se haga a través
de un server propio, al que pomposamente llama safe web.
Saludo al encargado de la tienda informática: -As salama aleikum.
Y él, después de contestarme –Wa aleikum as salam, al cabo de
unos instantes de vacilación, se decide a hacerme lo que, en términos
evangélicos, se llamaría una corrección fraterna: -¿Eres cristiano?
–Si, lo soy. –Pues aquí, entre cristianos, no nos decimos -As
salama aleikum: eso queda para cuando hay algún musulmán; entre
nosotros, buenos días y buenas tardes. Aprendo.
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