3.
Laodicea, Chateau de Saône.- El primer nombre con que se conoce
Tortosa en la historia es Antarados, llamada así por estar en
oposición a Arados: la islita que está tres kilómetros hacia el
sur, que fue la última plaza que, bajo el nombre de Ruad,
sostuvieron los del Temple en los aledaños de Tierra Santa: allí se
mantuvieron hasta 1302. No voy a visitar la isla por el retraso que
supondría en mi viaje y porque, al parecer, no queda en ella nada digno
de ser visto, salvo la propia roca en que se asentó el viejo baluarte
cruzado. Me acerco a la vieja catedral de Tortosa muy temprano: tanto que
falta media hora para que se abran oficialmente sus puertas. Pero los
empleados, que también han madrugado, valoran el peso de mi macuto, se
apenan de mí y me abren las puertas. A la izquierda de la nave hay una
estructura rectangular en la que, según se dice, estuvo el venerado icono
de Santa María de Tortosa, que, cuando la derrota, los cruzados llevaron
consigo primero a Ruad y luego a Chipre, donde se perdió definitivamente.
Ni la ausencia del icono añorado ni la condición de museo que tiene
ahora el viejo templo impiden rezar allí un avemaría. De camino al lugar
donde estacionan los vehículos que pueden llevarme a Laodicea, paso por
la iglesia ortodoxa griega. Aunque hoy es viernes, o acaso por serlo,
está repleta de fieles, que asisten a la muy pomposa misa griega, aquí
celebrada en árabe. Se celebra porque, según me dicen, no es hoy día
alitúrgico, que lo son –no sé por qué- los lunes, los martes y los
miércoles. Aunque no entiendo el lenguaje –excepto el Kyrie eleison-
no me cuesta comprender la celebración, que el rito, con sus diferencias,
no es tan lejano. Llegado a Laodicea, dejo el macuto en el hotel y tomo un
coche que me acercará hasta las proximidades del castillo de Saône. Fue
plaza formidable, pero sólo dos días duró al asalto de Saladino, cuya
memoria se perpetua en el nombre con que hoy la denominan los sirios: Al
Qala´ Salh ah Din.
|
Imponente,
pero débil, que se rindió al primer embate: Chateau de Saône, hoy
Al
Qala´ Salh ah Din |
El coche en que regreso a Laodicea lleva en el
salpicadero una reproducción en plasticurri de la Virgen de la Caridad
del Cobre, la patrona de Cuba. Pregunto por su origen y me contesta el
cochero que es regalo de su cuñado, que estuvo destinado en la isla. No
imaginaría Fidel Castro que un soldado de la Fuerza Aérea siria iba a
ocupar su tiempo en devociones marianas, pienso. Acaso sea Laodicea la
ciudad más abierta del país. No es escasa la presencia cristiana, y la
confesión islámica más asentada en la zona es la alauita, a la que
pertenece la familia El Assad. Los alauitas son, en el Islam, lo más
alejado del fundamentalismo: tanto que celebran la Navidad y la Epifanía,
tanto que los sunitas no los tienen por musulmanes. Probablemente ese
carácter moderado que les distingue sea motivo del apoyo que, en general,
recibe de los cristianos la familia que gobierna el país, con mano nada
suave, por cierto. En la iglesia latina de Laodicea vive el padre Tarsicio,
un calabrés recio y bueno, animador, por lo visto, de no pocas
conversiones: conversiones difíciles, que si alguien aquí decide
bautizarse, tiene que abandonar el país. Le ayuda un seminarista de
mirada vivaz, que se afana en tener a punto el jardín: Ghassan al
Instambuli. Ghassan me habla de la contradicción que les supuso a los
cristianos la nacionalización de la enseñanza. El gobierno cedió, eso
sí, a que los cristianos tuvieran una clase de catequesis, para lo que
hubieron de llegar a un acuerdo entre todos los ritos, pero la historia,
la literatura, la filosofía que se enseñan en las escuelas, tienen una
fuerte impronta islámica, a la que no se pueden sustraer ni siquiera los
profesores cristianos, que los hay y no son pocos.
|
Jornadas:
27
28
29
30
31
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Mapa:
|