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LA DEFINICIÓN DOCTRINAL
Para observar los fundamentos teóricos del FES resultan
esclarecedores los documentos titulados "Puntos esenciales", "Código
del Militante" y el libro "Ética y estilo falangista". En la relación de Puntos esenciales se hacía
mención expresa de los conceptos Dios, hombre, Estado, misión de España y
norma de conducta. Se repetía casi literalmente el pensamiento de José-Antonio
Primo de Rivera y así, el hombre era considerado "portador de valores
eternos"; la Patria, "unidad de destino"; el Estado, ejecutor de
los destinos de la Patria; la misión de España habría de ser la defensa del
modo histórico de entender la vida; y la revolución sería el instrumento que
conduciría a la vuelta espiritual de los pueblos. Todo ello con la
imprescindible manera de ser comportando servicio y abnegación, y entendiendo a
la Falange como un cuerpo total de doctrina a la que no se podía mutilar. El Código
del militante establecía de forma resumida cuáles eran las obligaciones a
que se comprometía el integrante del grupo falangista y cuál habría de ser su
comportamiento, informado de un sentido altamente jerarquizado y asumiendo
características propias de la vida de milicia, lejano, en palabras del FES,
del estilo cuartelero, con el que nunca debía confundirse. El compromiso,
solicitado por escrito mediante una "carta de compromiso", se renovaba
o invalidaba cada año. De entre los dirigentes e ideólogos de la Falange
fundacional (Primo de Rivera, Ledesma, Redondo, Ruiz de Alda) quedaba para el
FES claro que era José Antonio el paradigma al que seguir. De ahí que sea
frecuente la calificación matizadora de "falangistas joseantonianos"
o de "seguidores de la Falange de José Antonio". Para el fundador de
la Falange los cimientos de su organización se sustentaban en los pilares del
catolicismo y su proyecto político defendía verdades consideradas eternas para
la doctrina católica. Inserto en una época de fulgurantes cambios, con el
comunismo en auge, el capitalismo en crisis, y formas nuevas que parecían
conjugar la movilización social con el mantenimiento de valores tradicionales,
rondaba en la mente de José Antonio una dosis de providencialismo que le
indicaba que su postura era la única posible para evitar "una nueva invasión
de los bárbaros" que acabara, no con un sistema económico ante el cual se
posicionaba en contra la Falange, sino contra valores puestos en tela de juicio
desde siglos atrás, y a los que Primo de Rivera daba la condición de
espirituales y, por lo tanto, de permanentes. Precisamente
esa cosmovisión le llevó a entender la política como algo completo, total. Es
decir, se preparaba a la formación de una milicia que asumiera voluntariamente
valores religiosos, semejante a una orden militar, y que sería el "ejército"
encargado de hacer realidad los postulados falangistas. Esa vena de sentimiento
religioso, donde se entendía que el sacrificio era camino de perfección (1)
contaba con la aceptación sin reservas de los dogmas católicos, no ya por
tradición histórica inherente a los nacionalismos, sino por acto de aceptación
voluntaria de lo que se entendía verdadero (2). De los textos de Primo de Primo
de Rivera se desprende más una llamada al ejercicio personal del compromiso que
a la simple participación política (3). Esa vía, más ética que otra cosa, diferenciaba
claramente las formas de actuación de los contenidos coyunturales que se debían
dar a tales formas. Para lo primero estaría el modo de ser falangista, para lo
segundo se diseñaba, allí y entonces, lo que se dio en llamar el
nacionalsindicalismo, con posibilidades de cambio cuando su utilidad
instrumental pudiera quedar obsoleta. Este planteamiento ético, de militancia cuasi religiosa y
donde se establecían diferencias entre lo permanente y lo mudable, que era
parte esencial del discurso joseantoniano, fue la interpretación que asumió el
FES en su posicionamiento falangista. Era pues José Antonio quien con su ejemplo personal, su
interpretación de la historia y su exigencia de un modo de ser, merecía el
seguimiento de las nuevas generaciones de falangistas. Distinguía el FES de entre los postulados de la Falange
de José Antonio, tres tipos de principios: a) Principios
inmutables (fundamentados en los dogmas católicos). b) Principios
que representaban la razón de existencia de la Falange -creencias políticas-
procurando resaltar, como muy apuntaba Heleno Saña (4), aquellos apartados más
revolucionarios, restando importancia a otros que podían resultar menos
atractivos. c) Principios
contingentes que podrían desaparecer después de justificar razonadamente
la necesidad de su cambio. Entre estos últimos estarían la camisa azul o el
"cara al sol", a los que el FES manifestó profundo respeto, siendo
asumidos plenamente, lo que contrastaba con la negativa a utilizarlos por parte
de grupos escindidos del Frente, que pensaban vender mejor de esa forma su
mercancía, pero que, a pesar de los cambios de imagen, no arraigaron en la vida
política española. Ejemplo de grupo que mantuvo esta actitud fue el Frente
Sindicalista Revolucionario que no pudo quitarse el sambenito de
"fascista" y que acabó por beber en la doctrina de Ángel Pestaña. La preocupación principal para el FES se centraba, según
manifestaban sus publicaciones, en el hombre, al que se le reconocían las
dimensiones natural, histórica y sobrenatural. La búsqueda de un estilo de
vida se hacia prioritaria para la organización, pero no se agotaba en
conseguirlo de forma personal porque tal concepción se juzgaba de
individualista y en consecuencia de "liberal"; había que traspasar la
consecución del estilo a la comunidad entera; crear o intentar crear una
"orden religiosa" imitando, en palabras de la organización, el
ejemplo franciscano. Para sintetizar cuál debía ser la forma de actuación
del falangista del FES se iniciaron, desde los primeros tiempos de la organización,
la redacción de normas básicas mediante pequeñas frases. Una especie de
breviario, interrumpido en el tiempo y que tuvo su continuación más adelante,
en forma de libro titulado Ética y Estilo falangista. Esta obra, que constituiría el libro de cabecera de los
militantes falangistas, apareció en 1974 con una humilde presentación y con
una edición de 10.000 ejemplares. Su publicación se hacía posible gracias al
aporte económico de algunos militantes y fundamentalmente por la ayuda recibida
de un falangista de los de dentro del Movimiento, Mariano Vera, que veía en los
principios éticos expuestos, una concordancia total con su forma de entender la
Falange, con lo que se establecía un puente de unión, ya en los finales del
franquismo, con aquellos jóvenes otrora iconoclastas (5). El libro quedaba dividido en tres apartados. El primero iba referido a juicios sobre la obra por parte de diferentes falangistas pertenecientes a tres generaciones distintas, es lo que el mismo libro titulaba como "espaldarazo" y prologaban el texto personas como Fernández Cuesta o José Luis de Arrese, consideradas "herejes" hasta hacía pocas fechas. Pero corrían tiempos de agrupamientos artificiales, imposibles, y el libro era una buena excusa. Estar de acuerdo en los principios que conforman la filosofía de la Falange no era tampoco muy difícil, plasmar aquéllo en actitudes personales o políticas o en juicios históricos sí lo era. De entre los que daban el "espaldarazo", llamaban la atención las cartas del franciscano falangista Fray Pacífico de Pobladura y la del sacerdote Vicente Serrano, doctor en Teología, quien imponía una especie de nihil obstat sobre los pensamientos contenidos. El escrito enviado por Jesús López Cancio hubo de ser arrancado del libro una vez publicado, por deseo expreso del exgobernador civil de Madrid (6).
La segunda parte era la presentación del libro, de la
pluma del principal redactor y que a la postre ha quedado como autor del texto,
Sigfredo Hillers, en donde relata la génesis de aquello. La tercera parte es propiamente la obra que consta de 407
puntos en donde se reclama la necesidad de exigencia ética para el
mantenimiento de la coherencia ideológica. La ausencia de esa exigencia había
sido la causante de las revisiones del pensamiento falangista. La fidelidad de
conducta a lo expuesto por José-Antonio era el mayor seguro para la continuación
de sus propuestas políticas. Se exigía de los militantes falangistas un
compromiso
total con la Falange y se les indicaba cuál debía ser el camino que tenían
que seguir, lo que contrastaba enormemente con los derroteros mayoritarios de
los camisas azules. Si el sacrificio estuvo presente en los viejos tiempos de
la Falange no era precisamente una vida de renuncia la de muchos falangistas. El
categórico rechazo a que la Falange fuera una especie de mafia para ayuda y
colocación de sus miembros contrastaba con las bicocas de uso corriente que
ser de la FET había proporcionado a algunos; la caridad con los enemigos políticos
tampoco había sido moneda de cambio en el falangismo, y sin embargo desde el
libro se exigían tales cualidades para poder llegar a ser y ejercer de
falangista. Con todo, el FES no pensaba que estaba haciendo aportaciones
originales, situaba sus fuentes en la doctrina católica y en el pensamiento de
José Antonio. Esta actitud de fidelidad y la crítica hacia quienes
"actualizaban" el pensamiento de la Falange, llevaba al FES a soportar
escritos de los voceros del Movimiento (7) que, justificando su adaptabilidad a
las coyunturas, les acusaba de ser falangistas anquilosados en el pasado, con lo
que evidentemente establecían para observadores futuros, un nítido contraste
entre la versatilidad adaptativa de la que se acusará a la Falange y la
intransigencia doctrinal que el FES asumió. Al examinar la documentación del FES se observa una
actitud crítica hacia el entorno, lo que resulta lógico al tratarse de un
grupo de oposición, en desacuerdo con el sistema imperante. La raíz de
patriotismo crítico presente en la Falange, enlace con la generación del 98,
se tenía que continuar manifestando. El paro, la emigración, la conciencia
adormecida de los jóvenes, la situación del campo o la explotación del
sistema capitalista a los trabajadores industriales, así como la pequeñez de
España en el concierto internacional eran conceptos que el FES utilizaba para
definir la España del franquismo. Desde aquel maximalismo crítico no se hacía
ninguna concesión a los logros del régimen y se calificaba de vergonzoso el
equilibrio económico de la balanza conseguido a través de las divisas de
emigrantes, dominio del capital español por capital extranjero o las divisas
del turismo aportadas gracias a un sol "que no era obra del régimen". Preocupación primera era que el Movimiento se confundiera
con el falangismo, la identificación entre ambas realidades resultaba
evidentemente errónea. Pero no era así en los sesenta por el hecho de que
personajes de otras familias del régimen sustituyeran a falangistas. El régimen
no había sido nunca falangista, si acaso en algunas concretas parcelas habían
tomado formas o actitudes de
parecido con la Falange. Se entendía que la existencia de la Falange no había
sobrepasado Abril del 37 y que la
desaparición de sus ideólogos
-entiéndase, de José Antonio- a poco de las elecciones de Febrero del
36 había invalidado el proyecto político falangista. Falangistas con puestos
de responsabilidad en el Nuevo Estado no se habían comportado como tales y
desde luego no habían falangistizado el régimen sino que, colocados al
servicio de otros sectores presentes, habían actuado de cipayos. Para poder
hablar así el FES asumía su papel predilecto: el de guardián de la
ortodoxia falangista y repetía algo que desde los comienzos del Nuevo
Estado ya había sido puesto de manifiesto por otros falangistas. Tal postura le hacía al FES admitir la existencia de un
"falangistómetro" (8) capaz de calibrar el falangismo de aquellos que
así se llamaran. Su confianza en la sabiduría doctrinal que poseían les había
hecho lanzar un falangismo de oposición al franquismo durante los años 60,
criticando lo que a su juicio era una corrupción de la Falange, el Movimiento
Nacional, definido de "estercolero ideológico", y les llevaba en el año
73 a considerarse capaces de definir lo que era esencial y transitorio en la
Falange (9); mas por aquellas épocas aires de cambio soplaban en la organización.
Vías de "transformación revolucionaria" de España se iban a ver muy
pronto en la aplicación de algunos principios del Fuero del Trabajo. Resultaba
curiosa, por desconcertante, la estrategia, y a algunos les sonaba a broma la
petición al régimen ¡en 1974! de que fuera coherente con sus más viejos
postulados (10). La línea de continuidad a ultranza del falangismo
primitivo y el pregonar el descubrimiento del fermento revolucionario que había
en el Fuero del 38 establecían puentes de concordia con históricos
francofalangistas para crear una Falange de todos, porque el FES admitía que en
un hipotético gran partido podrían integrarse gentes de escaso nivel de
militancia, adheridos e incluso personas de moralidad reprobable; pero estaba
claro que la minoría dirigente habría de asumir por completo el nivel de
exigencia que tal función requería. Este "venid y vamos todos" no acabaría en
ofrenda floral. Tan evidente contradicción con sus tira y afloja, alcanzó su
cenit en Octubre del 76 en el Palacio de Congresos donde la unidad culminó en
bofetadas (11). Conceptos
vertebradores
A continuación figuran aquellos conceptos que el FES se
veía en la necesidad de utilizar con suma frecuencia, por formar parte de su
armazón ideológico y por ser definidores del lugar en el que querían
situarse. La Patria entendida como "unidad de destino",
conforme a los viejos cánones falangistas. Se trataba de un hermoso concepto en
que no se había pasado de la pura formulación retórica. No había existido en
los últimos años una Patria (12)
ya que el proyecto de creación de
esa "unidad de destino"
ni se había intentado. Culpable de tal carencia era el régimen que, tras la
guerra, no había realizado la necesaria revolución. Poner en marcha a la
nación, dinamizarla, habría sido construir una verdadera Patria. Por otra
parte, ese actitud dinámica no podía agotarse en los márgenes de las
fronteras actuales. La Patria española, para los falangistas del FES, debía
englobar a los países hispanoamericanos partícipes de la misma cultura. Llegar
a tal integración daba contenido al término "imperio", utilizado
desde la época fundacional como la consecuencia racional y apetecible tras la
creación de la Patria. Si apenas se utilizaba tal palabra, por las
connotaciones que portaba, justificaban de un lado su uso en la Falange
primitiva, explicando siempre el significado que, según el FES, el término tenía
y, de otro, reivindicaban para la construcción de la Patria, algo que se
asemejaba con el concepto imperial que, según ellos, tenía la Falange
fundacional. El acercamiento con Hispanoamérica contrastaba con las reticencias
ante el acercamiento a Europa. Se partía del principio de que España era una
mezcla de africanidad y europeidad, de sentimiento y lógica. España era una
realidad mestiza que alcanzaba su máximo exponente en la unión soñada con los
países americanos. El asunto doctrinal referido a la nación y a la Patria se
imbricaba perfectamente con la dimensión personalista que aportaba la Falange.
Ni individuo, ni socio: individuo social, persona. Mezclas de ingredientes del
norte y del sur con proyección hacia el oeste. Estas ideas, brillantemente
expuestas por Eduardo Adsuara (13) en escritos o en charlas, se resolvían al
final de sus intervenciones como si de solucionar un rompecabezas se tratara. Desde
posturas de fidelidad al pensamiento de Primo de Rivera, no podía admitirse
como base de la participación política el sistema de partidos; sin
embargo se precisaba claramente que una era la realidad deseable y otra la
realidad que se vivía. Explícitamente se llegaba al consentimiento ideológico
de los partidos, viéndose el mal en el funcionamiento de los mismos, en la
partitocracia. El principio de "un hombre, un voto", no era aceptable
en el planteamiento del FES. La construcción de una elite dirigente como
soporte de la transformación revolucionaria les hacía optar por fórmulas
"aristocráticas", por direcciones de los más competentes. Tal idea,
que suponía declarar públicamente lo que los demás hacían escudándose en el
mito del sufragio, encontraba una justificación clara en la organización
interna del FES, en donde se realizaban elecciones anualmente para elegir los
responsables -jefes- de entre los distintos núcleos de militancia, aunque la
tutela ejercida por las Juventudes Falangistas, para cuyo Consejo de mando casi
siempre Hillers resultaba elegido, mermaba normalmente la autonomía del sector
estudiantil, del sector activista. Ocurría también que en la situación política en que se
encontraban (titulada de "dictadura capitalista"), se podía llegar a
la petición, bien es cierto que en ocasiones puntuales, de libertades políticas
y sindicales sin excepción y al ejercicio pleno de esas libertades (14) porque
"Preferimos el conflicto sindical y político a esta sorda dictadura, en la
que a una parte -la clase trabajadora- se la tiene reducida, con las manos
atadas a la espalda".(15)
Los cauces de la democracia orgánica, malentendida y
falseada por el régimen, seguían siendo la forma de integrarse en los resortes
directivos del Estado en el improbable caso de llegar a la conquista del poder.
La democracia real u orgánica, en donde la participación respondiera a grupos
naturales no era un invento de Primo de Rivera. Tal forma de participación (con
raíces en el anarcosindicalismo de Proudhom) había sido elegida en España por
los krausistas, e intelectuales como Madariaga o Besteiro estuvieron a favor de
ella. La falta de participación que la llamada "democracia orgánica"
del régimen tenía, no era obstáculo para intentar un sistema donde la
representación pasara por esos cauces. Caminaba el FES en la cuerda floja cuando veía la
inoperancia de la democracia orgánica en el régimen, lo que le llevaba a pedir
otra forma más efectiva de participación, pero la impregnación doctrinal de
antiliberalismo político, bebido en las más puras fuentes del falangismo, les
conducía, en un juego malabar, a pedir un régimen de libertades de corte
occidental para a renglón seguido volver a reivindicar la pureza de la
representación orgánica en un hipotético Estado falangista. La destrucción del capitalismo, en palabras de José
Antonio, era una tarea de índole moral y el FES se creyó a pies juntillas tal
aserto. No concibieron nunca más que como execrable el sistema económico que
permitía la explotación de la mayoría de los trabajadores y el
enriquecimiento de una minoría a costa del trabajo de los demás. La alienación
sufrida por el trabajador le impedía su realización personal y anulaba su
proyección espiritual al verse sometido al reconocimiento único de fuerza de
trabajo. Comúnmente se ha aceptado que determinadas críticas al
capitalismo, por parte de quienes dicen o decían querer acabar con él, se hacían
contra la forma política que aflora en superficie, esto es, contra el
liberalismo político, dejando que la máquina capitalista siguiera funcionando
con la utilización temporal de otras fórmulas. Un ejemplo de lo anteriormente
expuesto ocurría en el régimen del general Franco y el grupo falangista no
dudaba en calificar tal situación de "dictadura capitalista". No
consideraban pues que fuera ninguna solución; más aun, en las condiciones económicas
que se daban en España, la respuesta coherente sería la existencia de partidos
y sindicatos libres a pesar de que el planteamiento doctrinal del falangismo
creyera que tales manifestaciones resultarían obsoletas una vez realizada la
"revolución pendiente". Borrosas fórmulas se ofrecían como alternativa a la
situación económica existente. Más como declaración de intenciones que
como un programa interdisciplinar serio, aparecían de forma esporádica ideas
sobre la reforma del campo o la creación de una Banca sindical. Acaso el
aspecto más desarrollado era el relativo a la reforma de la empresa
capitalista, tema en el que Ceferino Maestú se mostraba como un verdadero
experto (17). Esto significaba además que el pretendido ruralismo o el volver
los ojos a la pureza del campo, tan común en las ideologías
"fascistas", aquí faltaba, lo que puede interpretarse como un "aggiornamento"
inexcusable. No fue hasta 1977 cuando próximas
las primeras elecciones generales del postfranquismo, publicó el FES
convertido ya en FEi -sombra de lo que fue- una especie de programa
más completo. En él se dedicaban sucesivos apartados a exponer su postura ante
distintas parcelas de la vida política para "transformar España",
intentando siempre tener presente la raíz personalista que insuflaba la ideología
del grupo. La etapa de desarrollo económico del régimen de los años
60 se brindaba como objeto de crítica, compartiéndola con todos los grupos de
izquierda que aún pensaban en el fin del sistema capitalista. Participaban
junto a ellos de un declarado antiamericanismo, no tan solo por la
decisiva influencia económica que USA ejercía mediante el control de empresas
ubicadas en España, sino también porque el ingrediente nacionalista del FES
(transformado en patriotismo en su lenguaje, lo que vendría a significar algo
así como un "nacionalismo lógico") encontraba un acicate en la
protesta contra el control militar que ejercían los americanos. Se atacaba a la
fase superior del capitalismo, al imperialismo, cuyo más fiel representante
eran los Estados Unidos. La denuncia de la dominación yanqui fue constante y en
las manifestaciones de protesta se corearon eslóganes como "España no está
en venta" o "malvenido Mr. Ford" profusamente utilizados ante la
visita a España de los mandatarios americanos. En este punto nuevamente existía
un abismo radical entre el complaciente deslumbramiento de los francofalangistas
ante la vanguardia del anticomunismo mundial y la apreciación que el FES tenía
de aquello. El anticomunismo de la Falange tuvo su continuación
en el FES, con las oportunas matizaciones. No se trataba de un enemigo que
gobernara o con inmediata posibilidad de triunfo, se trataba sencillamente de
una opción que para el FES era la única alternativa real al sistema
capitalista si la Falange no conseguía imponerse. Partía el FES de suponer que sólo había dos
cosmovisiones totales del mundo: la del cristianismo católico y la del
marxismo.
En la primera se situaba la Falange, no como única entidad con bases filosóficas
en el cristianismo, pero sí como síntesis superadora y con el suficiente
"ardor combativo" para dar la batalla a la opción materialista que
representaba el comunismo, visto como la lógica evolución de la teoría
marxista. Si el tiempo va camino de demostrar tal error hoy, no es menos cierto
que la ilusión del "paraíso comunista" estaba presente en la mente
de los más combativos por aquel entonces. En las publicaciones del FES era frecuente encontrar la
final disyuntiva que tarde o temprano se habría de producir. A lo más se
dejaba un margen posible y transitorio que no fuera la lucha entre las dos
visiones del mundo ya dichas, por lo menos en el caso de España. Esa magnificación del comunismo era perfectamente
inteligible entonces. Por obra y gracia de su esfuerzo, el comunismo se abría
paso en los principales frentes de lucha antifranquista como la vanguardia más
operativa. Había logrado empapar de su teoría los hábitos y los contenidos
culturales considerados en la década de los sesenta como los más modernos.
Introducía en los movimientos de liberación, frecuentes por entonces, su
particular forma de analizar y combatir. Contribuía también a engordar su fama
la tendencia del régimen de considerar "comunista" todo aquello que
se moviera. Efectivamente, como decía Arrese, "los hombres de la derecha,
los no falangistas de nuestro régimen, han tenido siempre una propensión
marcada a llamar comunista a todo aquel que se sale de la fila" (18), pero
aquella propensión también se había traspasado a los falangistas. En medio de la
represión portaban los comunistas
una aureola de luchadores que, si bien era interpretada por el FES como de pura
manipulación para intereses propios, también les hacía merecedores de la
admiración de la militancia falangista por su desinteresado y constante
activismo. El sigilo, la seriedad en el pago de cuotas, el cumplimiento estricto
del horario o la tenacidad en conseguir sus objetivos eran cualidades que según
el FES distinguían a los militantes del Partido Comunista y de los que había
que copiar. Los errores y asesinatos cometidos por los comunistas en
España eran una parte más de la monstruosidad que su práctica política
conseguía por el mundo. El muro de Berlín, Hungría, Checoslovaquia o Polonia
eran hitos siempre presente al hablar de comunismo (19). El escaso desarrollo de
la libertad en los "paraísos comunistas" o la crítica contra ese
sistema de personajes que habían pertenecido a los partidos comunistas o que
eran críticos con los mismos -caso de Djilas- denunciando la recreación de
situaciones capitalistas en países con ese tipo de régimen (donde una
"nueva clase" de burócratas controlaba a una mayoría sojuzgada) eran
claros estímulos del FES para confirmar su anticomunismo.
Huyendo de situaciones defensivas hacia los comunistas, el
FES entendía que su posición era de "competencia revolucionaria", y
que el sentimiento de lucha contra la injusticia que representaba posicionarse
contra el régimen, se desarrollaba con mayor autenticidad desde las filas
falangistas que desde las comunistas. Las relaciones que el FES mantuvo con las distintas
formaciones comunistas nunca fueron buenas. A poco de su fundación y en
situaciones ocasionales (20) parece que se llegó a una tímida colaboración en
algún aspecto de las reivindicaciones universitarias, pero las formas normales
de comunicación fueron las desavenencias. Se llegó al enfrentamiento verbal y
físico en repetidas ocasiones, sobre todo en el período final del franquismo
donde la proliferación de partidos escindidos del P.C.E., hacía favorable el
enfrentamiento con las "bandas fascistas" como fórmula de conseguir
una imagen combativa que acreditara a los distintos grupos. Cualquier entendimiento, desde puntos de partida tan
dispares, era imposible y si el FES lo dejaba claro no le andaban a la zaga los
comunistas que no establecían grandes distingos, ni se preocupaban por hacerlo
entre unos falangistas y otros. No obstante, como ya se ha dicho, se reflejaba entre los
militantes del
FES una especie de admiración
(que más tarde la coherencia
de la lógica falangista pretendía
neutralizar) hacia la militancia comunista. El marxismo-leninismo pujaba
como valor en alza. Otras corrientes, teóricamente marxistas, como el Partido
Socialista, apenas si fueron atendidas por el FES; su falta de presencia en la
calle posiblemente contribuyó a ello. También ocurría que exmilitantes del
FES acudieron a engrosar las filas de grupos comunistas, aunque fueron los
anarcosindicalistas quienes probablemente recibieron mayor contingente de
exfalangistas, convencidos de que luchar desde las trincheras del falangismo era
inútil y enlazando de esa forma con la tradicional tendencia que los
falangistas han sentido por el anarcosindicalismo español. La condición de la mujer en la organización
quedaba postergada a un segundo plano en relación con los militantes masculinos.
En una organización que pretendía ser una orden militar donde sus miembros
participaran de la doble condición del ascetismo y del activismo, a la mujer no
se le veía con posibilidad de ejercer en idéntico plano y, en consecuencia,
quedaba relegada en sus tareas de militante y de activista o, cuando menos, se
dirigían sus quehaceres a derroteros distintos que el de sus camaradas
masculinos. Al parecer fueron excepcionales los casos de militancia femenina que
pasaron por la "zona superior", por las Juventudes Falangistas. Se establecían actividades específicas para las
militantes, que suponían una especie de "sección de intendencia"
como era la recogida de cuotas y donativos, el transporte de propaganda o bien
se les asignaban actividades más ligeras (incorporación a parte o aparte de
las marchas, asistencias de tiempo parcial a los albergues... etc). Quedaban
pues en una segunda posición plenamente aceptada por ellas y desde luego de no
menor consideración que la que podía tener la mujer en la sociedad española
de la época.
Sobre la mujer en general, el FES manifestaba creer en la
igualdad de derechos a hombres y mujeres, si bien insistía en la necesidad de
ampliarlos cuando aquella se encontrara "más necesitada de protección jurídica
o por razones de ambiente social o por necesidades de orden superior, v. gr.,
cuando la mujer representara la protección de una entidad superior al
individuo: la familia"(21). Quedaba claro el papel de la mujer como madre,
educando a los hijos, transmitiendo valores y colaborando al sostenimiento económico
de la casa. Eran estas actividades excelentemente vistas por el FES. No se
mantuvo la postura de que fuera negativa la salida del hogar de la mujer y su
incorporación al mundo del trabajo. Criticar aquello era tan erróneo como
considerar que la liberación de la mujer precisaba del trabajo asalariado. Era
ella la que tenía libremente que elegir entre su papel como ama de casa o fuera
del hogar, ejerciendo un trabajo. Tal libertad de elección quedaba restringida
porque el sistema económico obligaba a la mujer a salir de casa para compensar
el salario del marido y poder vivir con mayor decoro. Era ahí donde la
intervención del Estado se hacía necesaria, proteger que se pudiera realizar
de forma efectiva la elección de dónde la mujer prefería encontrarse.
La postura del FES tenía, en cuanto a la consideración
del papel de la mujer, un valor positivo y moderno porque permitía la elección
del papel que la mujer prefiriera y avanzaba, sin llegar a explicitarlo, la idea
de la ayuda del Estado para que se hiciera posible la libertad de elección o,
con otras palabras, prefiguraba la idea del "salario al ama de casa"
que algunos defienden hoy desde posturas calificadas de progresistas. No llegó
nunca el FES a establecer la disyuntiva de si el trabajo de ama de casa podía
corresponder también al marido. Pero es que tal propuesta, tanto en el FES
como en otros grupos, era algo así como "pedirle peras al olmo". Sin
embargo en lo que el FES obraba con parámetros de desigualdad era en la propia
consideración que daba a sus militantes femeninas, casi siempre dirigidas por
sus camaradas masculinos y, en la práctica, segregadas en lo que a militancia y
activismo se refería. La idea que sobre la juventud utilizaban no se
correspondía con el puro sentido cronológico que tiene la palabra. Para el FES
ser joven radicaba en un estado de ánimo donde el sacrificio y el compromiso
fueran norte y guía del quehacer diario. De ahí que en las publicaciones
propias se haga propaganda de esta forma de entender la palabra joven. La
dejadez o el aburguesamiento producían ancianos con corta edad o viceversa,
gentes de edad ya avanzada podían ser consideradas como jóvenes por sus deseos
de lucha, por su compromiso político. Esa magnificación de la juventud tenía sus orígenes en
el pensamiento de Primo de Rivera, quien según el profesor Muñoz Alonso
"preconiza el reconocimiento de la juventud como categoría histórica y no
como momento de transición en el proceso evolutivo". Contribuía a ello el
que las personas que militaron en los grupos del conglomerado FES fueran gentes
de corta edad; tan solo como reducto para falangistas más veteranos se articuló
el denominado "Círculo Doctrinal Ruiz de Alda". Se repetía el fenómeno de la Falange fundacional donde
la gran mayoría de los militantes eran jóvenes que aún no habían alcanzado
la "edad del voto" y, como entonces, predominaba la dedicación
estudiantil de esos jóvenes, bien en la enseñanza secundaria, bien -y sobre
todo- en la Universidad. Se alineaba de esta forma el FES con otras opciones políticas
que encontraban en los sectores juveniles el caldo de cultivo en donde hacer
prosélitos. Las razones eran obvias: la carencia de intereses materiales que
defender, la exteriorización de cualidades inherentes a los jóvenes como la
solidaridad, el compromiso o el activismo, determinaban buscar a los futuros
integrantes de los núcleos falangistas en lugares donde predominaba la
juventud. La OJE -a pesar de las críticas que la hicieron por sucedáneo del
Frente de Juventudes- Institutos de Secundaria y Facultades eran los lugares a
donde se dirigía la propaganda del FES en busca de acólitos. No faltaron las críticas de viejos falangistas para
quienes la bisoñez de los integrantes del FES constituía la justificación del
radicalismo de sus opciones. Los jóvenes falangistas replicaban arguyendo la
vejez moral de quienes les criticaban, precisando que la edad cronológica no
impedía sentirse joven y enorgulleciéndose de su papel de "aguafiestas
iluminados", creyendo así dar la respuesta exacta que el falangismo
joseantoniano les demandaba. El FES hacía absolutamente suyas las palabras que el
profesor Muñoz Alonso dejaba escritas acerca del sentido que este tema tenía
para José Antonio, quien llegaba al extremo de considerar la política como una
empresa de juventud. De ahí que se negaran sistemáticamente a admitir posturas
que vinieran justificadas exclusivamente por la "mayoría de edad" de
viejos falangistas, por muy respetable que pudiera ser su historia. Ahí estaba
el caso de Hedilla al que desde las páginas de "Misión" se le replicaba
con un artículo titulado "Gerontocracia, la coalición de los abuelos o el
afán de mandar". Quedaba claro para el FES que no hacían falta para
realizar la revolución española intermediarios de edad que frenaran los
cambios. La fuerza de la juventud tenía capacidad de sobra para realizarlos. A
esa situación de autosuficiencia, no era ajena la contemplación de que en la
política española de oposición eran jóvenes quienes se mostraban más
inquietos y algo similar ocurría con estallidos de repercusión mundial como el
Mayo francés.
Pero aquella esperanza en la juventud quedaría
escamoteada. Tal espejismo se vio a la postre desvanecido. Militantes
falangistas que en su ardor juvenil habían prometido sacrificarlo todo, se veían
imposibilitados a la menor renuncia cuando encontraban un trabajo o contraían
matrimonio. No fue excepcional que la soflama revolucionaria durara un tiempo y
a la larga pasara. No pocos acababan en grupos políticos más posibilistas,
mientras que otros se metían en sus casas pasado el sarampión revolucionario
que los había entretenido por un espacio de años. Tal vez influyó en ello el exceso de idealismo del FES,
difícilmente encajable con las aspiraciones y la personalidad de la juventud de
su época. A pesar de contar con esos requisitos básicos inherentes a todo
joven y teniendo muy en cuenta que el grado de compromiso pudiera ser mayor que
el que hoy se da, es lo cierto que la "práctica juvenil" que se
auspiciaba era radicalmente opuesta a lo que aparecía en el entorno. La
separación de sexos, la dedicación total en la militancia y la aceptación de
una exigente disciplina contrastaba con la incipiente "liberación" de
esta "era del guateque". El
marco católico
Sin ambigüedad alguna se llegaban a declarar "católicos,
apostólicos y romanos sin ninguna reserva mental". Desarraigar la
espiritualidad falangista de los dogmas católicos podía conducir a una
pseudorreligión" (22) que, si en principio pasara por buena, no tardaría
en producir hedor y pestilencia". Se rechazaban posibles posturas de
confusión mantenidas por sectores falangistas en la época republicana, en
guerra y después de ella. Se trataba, evidentemente, de una decisión
individual y voluntaria la aceptación o no de la doctrina católica para los
falangistas. Había habido ejemplos de personajes agnósticos como Ledesma Ramos
o Manuel Mateo, e incluso hay recogido algún caso aislado de repudio religioso
lo que no deja de ser anecdótico (23). De las tendencias menos religiosas de la Falange, y por lo
que interesa a este estudio, estaba la de Ledesma Ramos, quien con su
agnosticismo, llegó a contagiar a sectores falangistas muy posteriores, que veían
la mordiente revolucionaria en el fundador de las JONS e intentaban identificar
su "radicalismo revolucionario" con posturas poco religiosas.
Conocidos como "ramiristas" estos sectores del falangismo contaron con
la oposición radical del FES, quien a su vez recibía de ellos los improperios
de "parecer más el Opus que de la Falange", la calificación de
"meapilas" o el tachar a alguna de sus publicaciones de "hoja
parroquial". El FES reivindicaba la conversión religiosa de última hora
de Ledesma (24) y tildaba de inconsistencia y no falangista la postura de estos
"feroces guevolucionarios", quienes fundamentalmente hacían gala de
una de las constantes asignadas al fascismo: la del radicalismo verbal, y no
resultaban novedosos pues a lo largo de la historia de la Falange ya habían
surgido núcleos que se adscribían a Ledesma Ramos como el "auténtico
revolucionario" de la ideología falangista. Los textos y la biografía de
Ledesma se hacían con ópticas distintas según los intérpretes. Y aunque su
figura fuera en ocasiones reivindicada por el FES, quedaba bastante apartado de
su devocionario. Bien es cierto que algunos años el FES convocó el 28 de
Octubre por la tarde en el cementerio de Aravaca en homenaje a la figura del
jonsista; pero pocas veces reivindicaba su pensamiento, y puestos en contraste
con los de José Antonio triunfaban siempre los del segundo. Ledesma venía a
ser el pensador de lo coyuntural y Primo de Rivera de lo permanente. Se llegaba
incluso a acusar a Ledesma de haber diseñado en el terreno sindical un
sindicalismo filofascista que la madurez de José Antonio había evitado. Confería
competencias el primero al Estado, mientras Primo de Rivera potenciaba el valor
del sindicato como cauce orgánico de representación política. Otras figuras
señeras de la Falange primitiva tuvieron poca atracción para el FES. Erguidas en el panteón de ilustres predecesores rara vez
se echaba mano de sus escritos. La utilización parcial de sus figuras podía
ver positivo el declarado catolicismo de Redondo o la fidelidad hacia Primo de
Rivera de Ruiz de Alda, pero poco más se reivindicaba de aquellas personas. El asunto de las relaciones entre la Iglesia y el Estado
lo tomaba el FES partiendo de su esquema ideológico, plenamente joseantoniano,
esto es, aceptando el magisterio de la Iglesia y teniendo por válido el
planteamiento que se realizó durante la época republicana y que significaba la
no interferencia en asuntos políticos concretos por parte de la Iglesia y de
sus formaciones y, en contrapartida, la no intervención del Estado en asuntos
propios de la vida de la Iglesia. La norma programática 25 de Falange Española (25) planteó
problemas de conciencia para algunos militantes falangistas que aprovecharon la
ocasión (caso del Marqués de la Eliseda) para abandonar la asociación política
escudándose en el mencionado principio. El estudio pormenorizado de lo que
significaba tal norma ha sido estudiado por Cecilio de Miguel en su libro El
pensamiento religioso de José Antonio concluyendo ser admisible para la
Iglesia el sentido de separación allí expresado (26). La postura de la Falange hacia la Iglesia había sido de
sumisión en el terreno ideológico-moral y de separación de funciones en el
político. Ya durante la
guerra civil española y en los primeros años de la conflagración
mundial se asistió a una lucha entre los sectores más totalitarios del partido
y la jerarquía de la Iglesia católica, que acabó con el sometimiento de la
Falange a las imposiciones eclesiales (27). Desde los primeros tiempos las
organizaciones del régimen consideradas más falangistas contaron con el claro
influjo de la Iglesia católica en sus presupuestos ideológicos y también con
la participación de religiosos en sus quehaceres. En las formaciones juveniles
y en los sindicatos existían asesores religiosos; la moral católica era
asumida y estudiada en las parcelas más azules del régimen (28). Todo ello no fue obstáculo
para la antipatía hacia la Falange
de prelados como Segura o Pla y Deniel y el apoyo de otros como Eijo y Garay. En
las filas de la organización más falangista del Régimen, el Frente de
Juventudes, se vivía un clima religioso aunque en modo alguno clerical, y las
inclinaciones políticas más vaticanistas no eran precisamente juzgadas con
benevolencia. Asimismo hubo motivo de discordia en la competencia que en el
terreno juvenil planteaban organizaciones religiosas y que representaban el único
contrapunto al monopolio de organización de jóvenes que suponía el Frente de
Juventudes. Si la Iglesia española mayoritariamente era una institución
jerarquizada y muy proclive al pacto con la derecha, los tiempos y el Concilio
Vaticano II habían dado lugar a una situación bastante alejada de la conocida
en el periodo fundacional de Falange. En la Iglesia española a partir del año 65 se vivió una
época de renovaciones en la liturgia y en las estructuras internas. Esta época
de cambio fue también de crisis en donde la vitalidad de la Iglesia tendió a
buscar un camino distinto al seguido hasta entonces. Posiblemente se hacía
también presente una dosis de oportunismo que apostaba al desenganche hacia un
Estado del que había recibido mucho, pero que carecía de futuro. La Iglesia, pilar fundamental del régimen del general
Franco, necesitó crear un contrapunto de apariencia liberal frente a las
posturas más autoritarias de otros sectores, fundamentos del régimen, como
ocurría con la Falange. Pero la Iglesia no era una entidad monolítica. Tres
compartimentos bien definidos se alzaban en la década de los sesenta: un sector
mayoritario de la Iglesia plagado de inmovilistas, aunque presentara diferencias
entre sus máximos responsables; una espiritualidad vivida por un sector de católicos,
algunos de los cuales empezaban a tener gran importancia política en España
agrupados en torno al Opus Dei y unas minorías eclesiales. muy activas,
renovadoras, y en las que se frecuentaba una aproximación a posturas
izquierdistas (29). Para el FES resultaba de una claridad meridiana, como ya
ha quedado expresado, que los fundamentos del pensamiento falangista pertenecían
a la filosofía católica y que la revolución que habría que hacer en España
sólo era posible con la aceptación de sus presupuestos espirituales.
El pensamiento de José Antonio y el magisterio de la
Iglesia eran, según decía el FES, las fuentes que utilizaba para fijar su
postura. Se pedía, en consecuencia, la independencia de ambos estamentos vía
complementariedad. La Iglesia no debía intervenir en asuntos políticos
concretos de forma partidista, sus organizaciones laicas como la A.C., si
adoptaban esa forma de participación quedaban expuestas a la "respuesta
contundente" tal y como anunciaba el FES en sus publicaciones. El Estado
tampoco debía inmiscuirse en cuestiones internas de la propia Iglesia como
ocurría con el histórico Derecho de Presentación, que el régimen se obcecaba
en mantener. La concesión mutua de privilegios hacía que la Iglesia
hubiera obtenido el control de las conciencias y una fuente de saneados ingresos
a los que tampoco parecía dispuesta a renunciar. Para el FES la lección de
1936 no había sido aprendida aún por el aparato eclesiástico, aferrado ahora
como antes a los bienes materiales. La visión del clero no era precisamente optimista. Entre
sus elementos encumbrados no eran excepcionales los casos de maquiavelismos y
soberbias, ni las intromisiones en campos que les debían ser vedados, como el
de la participación política. Esa actitud que, aliada a los poderosos, había
hecho alejarse a muchos humildes del entorno de la Iglesia antes de la guerra,
tenía su continuación con la participación de obispos en la trilogía del
poder provincial que constituían ellos, los gobernadores civiles y militares. Junto a este clero encumbrado
había también un clero humilde,
testigo de las atrocidades de la contienda y que había tomado partido por el
nuevo Estado, frente a ellos un clero joven que no vivió la contienda y que
criticaba a sus superiores desde actitudes que para el FES significaban un
abandono de su condición sacerdotal. Un clero en suma que, apoyando al Estado o estando en
contra de él, se interfería en apartados concretos que, desde la concepciones
del Frente, se alejaban de lo que tenía que ser el verdadero sacerdote. El único
camino posible para recobrar la "dignidad perdida" consistía en la
renuncia voluntaria delas prerrogativas adquiridas. Había generado esa situación de privilegio una triple
causa: la costumbre, el Concordato y la cesión dada por las autoridades
civiles. Jurisdicciones especiales y la exención del servicio militar eran dos
privilegios con urgente necesidad de ser abolidos, ampliable, en lo que a la
mili se refería, a aquellos sacerdotes que hubieran abandonado su ministerio.
Este tipo de sacerdotes, a los que el FES concedía una calificación próxima a
la del "renegado", habían contraído una deuda con el Estado, al
haber gastado éste en su formación unos recursos que se habían visto sin la
contrapartida esperada. Íntimamente emparentada con esa postura estaba la
cuestión del celibato sacerdotal, caballo de batalla de los sacerdotes
secularizados. Opinaba el FES que el celibato era bueno para los curas y que
aquellos que habían incumplido un sacramento difícilmente podrían cumplir
otro -el del matrimonio- de mayor complejidad. Abogaban por una mayor utilización
en funciones hasta entonces propias de los sacerdotes, de los seglares casados,
de la promoción del diaconado, olvidado por la Iglesia española hasta tiempos
muy recientes. Si la renuncia sacerdotal era un aspecto criticable por lo
que conllevaba de traición a un compromiso adquirido, la falta de dedicación
al ministerio sacerdotal tampoco era admisible. No se trataba de las consabidas críticas de los sectores de
derecha al que ejercía de albañil, al sacerdote‑obrero; la crítica era
global hacia todos los que buscaban una actividad distinta a aquella que les era
consustancial con su estado y no por la nueva dedicación que se ejercía sino
por el abandono del ministerio. Entre esos abandonistas estaban también los
sacerdotes dedicados a la enseñanza, en los que apenas reparaban quienes desde
otras instancias criticaban a los sacerdotes obreros, porque lo que
verdaderamente molestaba a las capas más reaccionarias era el compromiso que
este nuevo tipo de sacerdote tenía con opciones próximas a la izquierda. La enseñanza en los niveles secundarios constituía un
casi monopolio de la Iglesia, que actuaba como subsidiaria del Estado y obtenía
la recuperación del prestigio social y la consecución de pingües beneficios
económicos; pero la Iglesia había equivocado su papel. Los intentos de sacar a
los niños de la golfería, primer móvil de la dedicación eclesial para crear
escuelas se veían contestados ‑con algunas valiosísimas excepciones con
la instalación de colegios para clases acomodadas. La educación religiosa de
las masas había sido un auténtico fracaso, formando generaciones carentes de
espiritualidad y además, la Iglesia estaba actuando en su postura de patrón
empresarial con absoluto desprecio hacia sus subordinados. No había lugar para
el aplauso sino todo lo contrario y hacer esa crítica era una exigencia más
del compromiso con el catolicismo que asumía el FES. En consecuencia, para luchar contra la relajación del
clero, se veía positiva la supresión de privilegios como exenciones fiscales o
jurisdicción particular. Los bienes disponibles por parte de la Iglesia seguirían
perteneciendo a ella condicionados al cumplimiento de una función social, en
caso contrario habría que acudir a la incautación. El Estado debería
controlar esos bienes para impedir su libre enajenación y, adelantándose en el
tiempo, se pedía que la jerarquía eclesiástica decidiera, con el control
estatal, si deseaba que el clero viviera de la caridad pública o impusiera el
Estado a los ciudadanos católicos el pago de un impuesto. Se acoplaba el FES en lo referido a la doctrina a los
cauces más tradicionales de la Iglesia católica, mientras que en el aspecto
relativo al poder social que la Iglesia podía tener apuntaba soluciones mucho más
progresistas. De entre las formaciones integrantes de la Iglesia católica
por el papel que desde finales de los 50 representaron en la sociedad española
y por las controversias habidas con la Falange hay que prestar atención
preferente al Opus Dei. El enfrentamiento de falangistas con el Opus Dei era un
viejo asunto que se ponía más de manifiesto ahora, cuando hombres vinculados a
la Obra ocupaban puestos en el gobierno. No resulta extraño que hable Hermet
(30) de multiplicidad de grupos de "falangistas de izquierdas" cuando
el ascenso de los opusdeístas. Pero tal planteamiento al FES le resultaba inválido
y efectivamente lo era. La crítica contra el Opus Dei no se hacía por
competencia de ocupar puestos en la Administración (a los que nunca optó el
FES, ni por defender el sillón de francofalangistas a los que se criticó
suficientemente su gestión ministerial) sino por entender, con evidente error
de apreciación, que esa organización religiosa había fracasado. Así, no
resulta acertada la consideración de Ernest Milá acerca de que "El FES
fue el enemigo jurado del Opus Dei al que vio siempre como la vanguardia
confesional del capitalismo y como la bestia negra de la Falange..." (31)
porque si hay mucho de cierto en cuanto a lo primero, para el FES quedaba claro
que la lucha por el control de los resortes del poder se hacía entre miembros
del Opus y francofalangistas a los que el grupo falangista criticaba y
despreciaba como elementos falsificadores de la verdadera Falange. La sociedad, espiritualmente enferma y con graves
deficiencias materiales, había sido dirigida por jesuitas, propagandistas católicos
u hombres del Opus; estos últimos tenían la doble misión de santificar a sus
miembros y hacerlo con la sociedad. Su doble objetivo era considerado de
estrepitoso fracaso. Juzgaba el FES al Opus Dei poniendo su atención en aquéllos
que intervenían en política, como si fueran la parte visible de una organización
dedicada a la política que favorecía a grupos y personas relacionados por su
pertenencia a la Obra. Tal planteamiento, que podía pecar de parcial,
encontraba su justificación en el acoplamientos a modelos capitalistas que políticos
tecnocráticos impulsaban. Los principios doctrinales del FES rechazaban aquella
transformación que se alejaba de su utópico proyecto. La crítica que se realizaba entraba más en las
consideraciones éticas que políticas, eso al menos se desprende de los
razonamientos hechos en las publicaciones del grupo falangista sobre el tema.
Resulta curioso, por otra parte, que en las filas del grupo falangista se
estableciera como libro de cabecera un texto al que casi todos ven en su forma y
por su función con claros influjos del Camino de Monseñor Escrivá de
Balaguer. Concluyendo podríamos decir que el molde elegido era
puramente joseantoniano, que al analizar cualquier situación se requería del
pensamiento de Primo de Rivera y sobre todo que se buscaba el "estilo"
del falangista, desvirtuado durante el paso de los años por las traiciones y
por el sentimiento acomodaticio que había acompañado el transcurrir
falangista. Aquello semejaba más el intento de una orden religiosa que un
partido político. Curiosamente relanzaban y vivían el catolicismo inherente
a su doctrina, lo que podía resultar chocante con otras actitudes presentes en
la historia de la Falange. El idealismo del grupo, en el que predominaban los jóvenes,
les hacía vivir la política como una obligación de servicio hacia la
construcción de una sociedad nueva, entendiendo ésta con los parámetros
propios de la juventud. Sin embargo tales pensamientos tenían fuertes barreras
que vencer porque la juventud de los sesenta y setenta no se encontraba motivada
precisamente por las ideas que proclamaba el FES. Tal contraste con la realidad replegaba al FES por doble
partida. Con otras actitudes falangistas le hacían suponerse algo aparte, y el
choque de sus postulados con la realidad les arrinconaba socialmente porque era
tremendamente difícil esparcir su mensaje y además porque sus hábitos no
eran, desde luego, los imperantes. De ese doble repliegue -solos contra todos- nacerá una
sensación de incomprensión, una lucha en el vacío en la que nos atreveríamos
a hablar del carácter marginal ‑con todo lo que la tal palabra
significa‑ que acompañará la historia del FES. NOTAS
1. La aspiración de Primo de Rivera se expresaba de la
siguiente forma: "queremos un Paraíso difícil, erecto, implacable; un
Paraíso donde no se descanse nunca y que tenga, junto a las jambas de las
puertas, ángeles con espadas". J. A. PRIMO DE RIVERA, Obras de José
Antonio Primo de Rivera, Edición cronológica, Madrid, Editorial
Almena,1971, 6ª ed. p. 570. Para José Antonio la única opción personal
posible era la de la entrega: "La vida no vale la pena si no es para
quemarla al servicio de una empresa grande". Ibid. pgna. 178. 2. Ibidem,
pna. 92 "La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la
verdadera; pero es además, históricamente, la española". 3. Ibidem. pp. 570, 398 y 571 4. H. SAÑA en Índice... Art. cit. 5. Mariano Vera asistía desde la tribuna de oradores a
los actos de revitalización del Movimiento en Madrid en el año 66, tales actos
fueron boicoteados por el FES produciéndose enfrentamientos entre unos
falangistas y otros. Ello no impidió el acercamiento final entre posturas
falangistas tan encontradas. 6. Jesús López Cancio, García Mauriño y Amando de
Miguel eran acusados desde el FES de ser responsables del proceso de
desfalangistización-despolitización de la juventud española. Opinión similar
en p. XVIII, prólogo de JAVIER TUSELL a la obra de SAEZ MARÍN sobre el Frente
de Juventudes. 7. Misión nº 5, pp.10‑14. 8. Misión nº 11, Enero-Marzo de 1973, pp.13‑14 9. Ibidem pp.12-13. Misión nº 10. "Sobre
el arte de identificar falangistas", Septiembre de 1972, p.1 10. S. HILLERS DE LUQUE, España una revolución
pendiente, Madrid, Ediciones FES del Círculo Ruiz de Alda, 1975, p.19.
Sigfredo Hillers elaboró su tesis doctoral titulada "La dimensión
social en el Derecho positivo español, analizado comparativamente desde la
perspectiva de las Leyes Fundamentales. Aportación para una reforma
legislativa". Más adelante sería publicada como libro con el título
de España, una revolución pendiente. 11. ABC, 30.10.76. El País, 30.10.76. 12. Cf. Resurgir nº1, Julio 1969, pp.4-5 13. Eduardo Adsuara, antiguo miembro del SEU y antiguo
colaborador de Pedro Laín era posiblemente el principal mantenedor de la idea "americanista"
de la Falange. Eso al menos se desprende de sus conferencias y de sus artículos
publicados en revistas falangistas. 14. "Pedimos libertad política. Libertad que
permita expresarse a quienes hoy estamos reducidos al silencio. Libertad que
haga posible el servicio y la participación de los españoles todos, sin
discriminaciones de ningún tipo. Libertad para que se denuncien los sucios
manejos y tapujos de la sempiterna oligarguía española, hoy más protegida y
envalentonada que nunca. Libertad para que la Falange pueda realizarse y servir
a España". Transcripción de la hoja del FES distribuida en Alcubierre
en Misión nº 8, Julio y Agosto de 1921. 15. Misión nº 3, Julio de 1970, p.12. 16. La fidelidad en la utilización de conceptos de
transformación socieconómica del ideario de Primo de Rivera contrasta con las
opiniones de expertos falangistas en economía como es el caso del Profesor J.
VELARDE FUERTES, expuestas en El Nacionalsindicalismo cuarenta años después,
Madrid, Editora Nacional, 1972, 310 págs. y también en conferencia pronunciada
en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid el 11.12.86 17. La postura falangista de Ceferino Maestú puede
seguirse en: Es Así nº 1.,01.01.63. Revista Sindicalismo.La
Reforma de la empresa (folleto a ciclostil en donde se reúnen
los temas tratados en La Ballena Alegre). 18. J. L. DE ARRESE , Ob. cit., p. 29 19. El FES atacaba tanto al sistema vigente en España como a la ideología y a la praxis comunista. Las aberraciones cometidas en naciones de más allá del telón de acero, de las que ahora algunos parecen darse cuenta, fueron sistemáticamente denunciadas por el grupo falangista durante los años 60 y 70.
20. Episódica y aislada colaboración con los comunistas, según entrevista mantenida con José-Ramón López Créstar, en 11.08.88.
21. Manifiesto de los Falangistas independientes,
Madrid, Ediciones FES, 1977, p. 55. 22.G. HERMET, Los Católicos en la España de Franco
Crónica de una dictadura, CIS Siglo XXI de España Editores S.A.,
Diciembre de 1986, 1ª ed., Vol. II pp.13‑177 23. Ibidem. Ver nota pie de p. 39. 24. T. BORRAS, Ramiro Ledesma Ramos, Madrid,
Editora Nacional, 1971, pp.773-782. 25. La norma programática nº 25 de Falange Española decía:
"Nuestro movimiento incorpora el sentido católico ‑de gloriosa
tradición y predominante en España‑ a la reconstrucción nacional. La
Iglesia y el Estado concordarán sus facultades respectivas sin que se admita
intromisión o actividad alguna que menoscabe la dignidad del Estado o la
integridad nacional". J. A. PRIMO DE RIVERA, Textos de doctrina...,
p.941 26. C. DE MIGUEL MEDINA, La personalidad religiosa
de José Antonio, Madrid, Editorial Almena, 1975, 175 págs. 27. Para mayor detalles sobre las tensiones
Iglesia‑Falange pueden ser significativas las obras siguientes: G. HERMET,
Ob. cit. L. SUÁREZ FERNANDEZ, Francisco Franco y tiempo, Madrid,
Fundación Francisco Franco, 1984, 8 vol. TUSELL GÓMEZ J. Franco y los católicos.
La política interior española entre 1945 y 1957, Madrid, Alianza Editorial. 28.
Sobre religiosidad del Frente de Juventudes y de las OO.JJ. J. SÁEZ MARIN, Ob.
cit. pp. 81, 128, 159, 172. JOSE LUIS ALCOCER, Ob. cit. p.196 29. Varios autores, Iglesia y Sociedad en España,
Ed. Popular,
1977 30. G. HERMET, Ob. cit. p. 305,
vol. II 31. E. MILA, Falange Española 1937-82 los años
oscuros, Barcelona, Ediciones Alternativa, 1986, p. 43
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