Entre las canciones oficiales que se
cantaban en las marchas y campamentos de las Falanges Juveniles,
luego de la OJE, después, de los distintos grupos falangistas,
abundaban las de tensión poética y, en muchos casos,
específicamente política, pero nunca proclamadoras de una voluntad
que, sin embargo, estaba a flor de piel en los espíritus: el
repudio de la monarquía y la voluntad de organizar el ansiado
futuro estado nacional sindicalista de forma decididamente
republicana, aunque de una república de nuevo cuño, que
naturalmente nadie aspiraba entonces a nada que se pareciese al
retorno de la II República.
En su estupendo trabajo "Pedagogía del
Frente de Juventudes", Parra Celaya hace referencia a
canciones
religiosas, militares, regionales, amorosas, festivas, recreativas
y de marcha: canciones que eran afirmación, catarsis, vehículo de
unidad y disciplina.. y, hasta cierto punto, alienación, como
apunta José-Luis Alcocer, en "Radiografía de un fraude".
Pero ni en ese elenco, ni ninguno de los cancioneros hacen
referencia a las canciones monarcómacas y republicanotas que con
tanta frecuencia se cantaban-gritaban al compás del caminar, al
cobijo de los pinares o al calor del fuego campamental.
Ciertamente este género de canciones se
presentaban como marginales, nunca recogidas en los cancioneros
oficiales, pero no por ello menos entonadas ni peores vehículos
para la transmisión de ideas y sentimientos.
Junto al
himno de
las viejas JONS, que proclamaba "no más reyes de estirpe
extranjera", acaso
la más antigua de todas fue el "Viva la Revolución", que se
difundió como "Himno de las milicias andaluzas de la Falange", con
una letra poco elaborada que se cantaba sobre unas notas musicales
de una zarzuela de época. La canción hizo fortuna: fue desahogo de
militantes airados, grito de manifestaciones ilegales y bandera de
ortodoxia. Decía su texto:
"¡Viva, viva la revolución!,
¡Viva, viva Falange de las JONS!
¡Muera, muera, muera el capital!,
¡Viva, viva el Estado Sindical!,
Que no queremos -¡no!- reyes idiotas,
que no sepan gobernar.
Lo que queremos e implantaremos:
el Estado Sindical.
¡Abajo el Rey!".
El efecto personal más inmediato de la
proclamación de la República del 31 había sido la separación del
Rey Alfonso XIII y de la reina Victoria Eugenia. Uno se fue por un
lado y otra por otro, uno al cobijo de la Italia fascista, en
compañía de los hijos, entre ellos el infante don Juan, y otra a
la neutral Suiza. Fallecido el Rey y quebrado el fascismo, Don
Juan buscó asentarse en el Portugal corporativista de Oliveira
Salazar. Y, tras la conocida entrevista del Saltillo, acordó con
Franco que Don Juan Carlos, el actual jefe del estado, se educara
en la España del Caudillo: decisión que despertó la ira de los
jóvenes falangistas.
Mientras que los mandos oficialistas,
asentados en la comodidad de los despachos, aconsejaban a los
jóvenes militantes paciencia y fe en el mando, los menos
atontolinados se daban perfecta cuenta del rumbo que tomaban los
acontecimientos. Y, para manifestar su descontento, cantaban una
tonadilla de dudoso gusto e inequívoca censura del futuro, con la
música de “¿Dónde vas Alfonso XII?”, que rezaba:
"De Portugal ha venido, de Portugal ha llegado
el que va a ser Rey de España, y se llama Don Juan
Carlos.
A la estación de Delicias ha salido a recibirle
la aristocracia española, entre dos guardias
civiles.
El maquinista era conde, la cocinera marquesa,
La mujer de la limpieza dicen que era baronesa.
Si Juan Carlos quiere corona, que se la haga de
cartón,
que la corona de España no es para ningún Borbón.
Si Juan Carlos quiere corona, que será la haga de
cartón,
que la corona de España es para el pueblo español".
De mucho mejor tono fue la letra que dos
entonces jóvenes activistas, Sota y Gibello, escribieron, dicen
que sobre el mármol de una mesa de la cervecería "La Cruz Blanca",
para ser cantada sobre la música de una canción de marcha entonces
muy acreditada en las centurias: "Alpeprí", cuya letra
original hacía memoria de los prisioneros del barco prisión
Alberto Pérez, asesinados durante la guerra civil. La nueva
letra revolucionaria decía:
"¡Patria en pie!
Ruge de nuevo fragor del combate,
Falange joven, ¡arriba a luchar!
Otra vez reclaman los firmes guiones
la revolución de justicia y de pan.
No queremos Reyes ni nulos regentes,
basta de injusticias, ¡Estado sindical!,
ardiente marchamos sembrando inquietudes
nuestras juventudes no transigen mas.
¡Patria en pie!
Nuestras falanges, al grito de guerra,
heroicas se aprestan, con furia a luchar.
Basta de caciques y confusionismo,
una España limpia hemos de implantar,
juramos ser fieles a la España eterna,
será José Antonio nuestro capitán.
¡Patria en pie!
Otro desahogo menor, no injustamente
calificable de pueril y alicorto, fue cantar, con la música de
Jingle bells:
¡Reyes, no!
¡Reyes, no!
¡Revolución, sí!
¡Reyes, no!
¡Reyes, no!
¡Revolución, sí!
Qué bonita es la bombita
Que vamos a colocar,
Cuando venga el Rey Juan Carlos,
en el palacio real.
Al cabo, ni hubo bomba, ni fragor de
combate, ni Estado Sindical.
Los falangistas genuinos, independientes del
Movimiento, herederos de la Falange originaria, divididos, sin
medios, penetradas sus organizaciones por agentes de los Servicios
secretos, apenas tuvieron voz.
Y las ansias monarcómacas de los
francofalangistas llanamente se sosegaron, que, por poca simpatía
que les inspirase, Don Juan Carlos, era, al fin, el candidato
querido por su Caudillo, quien había pedido en su testamento que
se le guardara la misma fidelidad que se le había guardado a él. Y
los intereses estaban claros. Continuar el franquismo en forma
monárquica, con Ley de Reforma Política y todo, sería, para los
hombres del Movimiento, seguir el consejo del príncipe de Lampedusa:
que todo cambie para que todo siga igual.
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