Una
red difusa, multipolar.. y en alguna medida interna.-
En
ABC del 18 de octubre del 2001, se leía que “los servicios secretos,
sobre todo los británicos, empiezan a disponer de hechos nuevos, y uno se
ha filtrado con cierto margen de seguridad: hay varias cabezas, varios Bin
Laden, quizá en veinte países, coordinados, financiados sobre todo, por
saudíes, yemeníes y libaneses”.
Mejor
es enterarse tarde que no enterarse nunca, pero la noticia no es tal, sino
historia, y vieja. La sombría e inquietante historia del Islamismo
multipolar, de redes diseminadas y centros concurrentes, era ya una
certeza hace seis años, cuando Martine Gozlan publicó en París “Pour
comprendre l´integrisme islamique”.
Por
necesidad de ponerle una cara al enemigo y porque, en este caso, es lo más
probable que esté detrás del ataque sufrido por las Torres Gemelas, toda
la máquina guerrera y propagandística norteamericana se ha dirigido
contra Osama Ben Laden. Pero nos engañaríamos mucho si creyéramos que
el integrismo islámico es una especie de red piramidal a cuya cabeza se
encuentra el acaudalado saudí.
La
trama de intereses y apoyos que sostiene al terrorismo islámico no se
parece en nada a aquellas organizaciones de confesión marxista leninista
que tenían su sostén ideológico, organizativo y económico más allá
del Telón de Acero. Combatir aquella modalidad de terrorismo -cruel,
organizado, voluntarioso- era difícil, pero se encontraba dentro de la lógica
de la amistad y la enemistad. Este bloque, enemigo de aquél, abrigaba en
su seno organizaciones ciertamente peligrosísimas, que hacían las veces
de quinta columna, pero que, si se descabezaban, si se desconectaban de
sus bases logísticas, eran neutralizables.
Las
organizaciones terroristas islámicas no están detrás de ningún Telón:
probablemente están aquí mismo, o en casa de nuestros aliados. Su
sistema de apoyo forma parte de nuestro propio sistema económico. Y lo
que es peor, sus reclutas no se captan sólo en lejanos países, sino
también en las aulas de nuestras universidades y en los patios de las
mezquitas que se levantan en nuestras ciudades.
Se
diría que las sociedades occidentales confunden con frecuencia la
tolerancia con la indiferencia y que, al socaire de aquélla, han
permitido e incluso alentado expresiones islámicas de consecuencias
atroces, que han criado cuervos prolíficos y se están jugando los ojos
en el tablero del gran juego.
Fue
Francia, en el camping parisino del bois de Bulogne, quien acogió
la sede del ayatolá Jomeini, desde la que sentó el acoso moral y político
del corrupto régimen del shah de Persia. Bien lo sufriría Francia
años después, cuando los pasdaranes chiítas volaran los
acuartelamientos franco-americanos de Beirut, causando multitud de víctimas.
Son
los Estados Unidos los que mantienen excelentes relaciones con Arabia Saudí:
corazón de la más cruda e inexorable de las tendencias islámicas, el
wahabismo, desde donde se asiste y apoya
espiritual y económicamente a
los líderes del criminal FIS argelino cuyos líderes Abassi Madani
y Ali Belhadj han frecuentado la corte de Yeda.
Son
también los Estados Unidos los que apoyaron a Anwar el Sadat para
aplastar lo que quedaba del nasserismo egipcio, apoyándose en los
movimientos universitarios extremistas islámicos.. hasta que el propio
Sadat cayó bajo sus balas.
Y
es sabido que fueron los propios Estados Unidos los que, en tiempos de la
guerra fría, dieron sustento militar y económico a los talibanes, en su
lucha antisoviética, sin tener escrúpulos por el modelo de sociedad que
querían instaurar.
Martine
Gozlan denunciaba, ¡en el lejano 1995!, el apoyo ciego de los Estados
Unidos a los radicales islamistas, en un juego frívolo en el que, por
ahora, llevan perdidas dos torres y seis mil peones.
Hemos
de hacernos a la idea de que la captura o la muerte de Ben Laden no
significará apenas nada. Que los brazos de la hidra islámica son múltiples
y que no es necesariamente en los países islámicos en donde se asientan
sus cabezas, ciertamente múltiples, complejas y bien celadas.
La religión islámica tiene algo
que ver con esto.-
Como
ha advertido Salman Rushdie, la generalizada afirmación de que “esto
no tiene nada que ver con el Islam”, no responde a la verdad.
Es
importante persuadirnos de que, en lo que hace al Islam, el respeto a la
libertad de las conciencias requiere una modulación exigente. Que, digan
lo que digan sus gobiernos, es en los pueblos de casi todo el mundo islámico
en donde se jalea a Ben Laden como héroe, que, por mucho que nos cueste
admitirlo desde el respeto a la libertad religiosa, es en las mezquitas,
desde la de Málaga hasta la de Mindanao, en donde se cantan sus alabanzas
y en donde hay una potencial masa de reclutamiento.
No
anda muy descaminado quien afirma que si en Vascongadas es ETA quien
sacude el árbol y el PNV quien recoge las nueces, hay también una análoga
división de papeles entre los sicarios del terrorismo islámico y los que
se presentan como musulmanes moderados.
Los
occidentales tenemos en la memoria la superación de nuestras propias
discordias religiosas por la respetuosa aceptación de la diferencia, y,
habiendo hecho virtud de la tolerancia hacia quien, aceptando las reglas
de la convivencia, lo hace desde otras creencias, tendemos a confiar en la
virtud pacificadora de la tolerancia hacia el Islam, como si el Islam
fuera sólo una religión. Pero no lo es. O no lo es solamente.
Más que religión, o menos.-
El
Islam es, sí, una religión. Pero es también la pretensión de articular
la convivencia social conforme a las normas que figuran en un libro
supuestamente revelado por Alá a Mahoma, por mediación del arcángel
Gabriel. Y esto no se parece ni de lejos a ninguna de las confesiones que
tienen su asiento en los países de Occidente, que, aunque se quieran
inspiradoras de las virtudes que alientan la vida social y jueces de su
moral, no pretenden ofrecer, ni menos imponer, ningún cuerpo jurídico
confesional propio.
Dicho
de otro modo, el Islam no llega a ser una verdadera religión, en tanto
está contaminado, lastrado, por una muchedumbre de ideas y pretensiones
puramente seculares.
En
el Evangelio, la sola insinuación hecha a Jesús de que intervenga en
asuntos de tejas abajo, proponiéndole la partición de una herencia,
recibe de Él el rechazo (Lc
12,13). Las máximas “mi Reino no es de este mundo”
(Jn 18,36.) y
“dad al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”
(Mt 22,21) sientan una
distinción de ámbitos que se expresa en la diferenciación entre la
Iglesia y el Estado como sociedades perfectas en sus fines, que hace Santo
Tomás de Aquino, y en la determinación de que
"cada comunidad se define por su fin y obedece en consecuencia a
reglas específicas” (Catecismo de la Iglesia Católica, artículo
1881).
El
Corán, al contrario, contiene un catálogo de disposiciones civiles,
penales y penitenciarias, que constituyen un verdadero Código, cuyo vigor
se aspira a implantar en las sociedades islámicas, con todo su rigor, que
no otra cosa es la Sharía (así en Irán, Pakistán, Afganistán,
Sudán, Arabia Saudita), o se aplica discretamente disfrazado, como se
hace en Argelia con el “Code de la Famille”, o en Marruecos,
con el “Code
du Statut Personnel”.
Aquel
libro que se predica sagrado e inmutable es, por otra parte,
extremadamente ambiguo, como resultado de la recopilación desordenada de
textos dispersos, producidos en momentos cambiantes de la vida de Mahoma.
Tanto que mientras ofrece versículos de alabanza a los cristianos y a los
judíos, hay otros de condenación eterna; que mientras contiene versículos
de paciencia y benignidad, los hay también de llamada al combate e
incitación al exterminio, que los hay de libertad y de coacción, y que
todos están a la interpretación de los alfaquíes, siguiendo la Sunna,
la inmensa recopilación de los dichos y gestas de Mahoma, cuyo contenido,
rechazado sólo por los chiítas, es aceptado por la inmensa mayoría de
los musulmanes.
No
es el Corán un texto hilado, seguido, sino más bien un florilegio de las
revelaciones aisladas e independientes, supuestamente confiadas en una
sola noche por Alá a Mahoma, que luego éste fue dictando o relatando a
distintos escribas. Su soporte inicial fueron fragmentos de papiro, omóplatos
de camello, trozos de cerámica y la memoria oral. Y no se recogió en un
solo corpus sino veinte años después de morir el profeta, en el trabajo
que hizo el escriba Zayd, que no se ajustó a ninguna cronología ni a
ningún orden lógico, sino a la mayor o menor extensión de los
fragmentos recopilados, siendo ese corpus el que sirvió de base para la
versión definitiva del libro, que se estableció en Bagdad a principios
del siglo X, si bien hay quien sigue hoy hablando de versículos perdidos,
que se habrían expurgado de la versión oficial, y hay quienes aseveran
–los chiítas- que la censura obedece a la voluntad sunnita de
erradicar toda referencia a Alí, el yerno de Mahoma, y a sus
derechos a la sucesión.
Los
filólogos y los historiadores se han afanado en indagar en la cronología
de los textos: por su contenido, por la alusión a acontecimientos
conocidos, por el estilo literario. Y, aunque su trabajo no arroje
certezas, sí llega a distinguir entre los textos elaborados en una o en
otra época de la vida de Mahoma.
De
las mudanzas en la vida del profeta, tormentosa y tornadiza, resultan unos
textos heterogéneos y desiguales, a veces muy contradictorios, tanto que
hay quien habla de dos Mahomas: uno, rebelde sin armas, fascinado por
Jesucristo, y otro jefe guerrero, que no duda en derramar sangre en el
nombre de Dios; uno que predica pacíficamente en la Meca contra el politeísmo
del que se sirven los mercaderes, y otro que se retira a Medina para
acaudillar a las hordas contra quienes se han burlado de su predicación.
Esa dualidad explicaría la dualidad del Corán, en donde, dispersos y
yuxtapuestos, se contienen mensajes de amor y de odio, de libertad y de
imposición, de liberación y de terror. Mas si distinguir esos dos
talantes diferentes en la personalidad de Mahoma: el de los versículos de
la Meca y el de los versículos de Medina, es una cuestión ardua, a la
que sólo pueden llegar los especialistas, lo que queda fácilmente claro
a los ojos de cualquier lector atento son las inconexiones y las
contradicciones del texto coránico.
El
mismo Corán que en la azora 2, aya 228
dice que “las mujeres tienen sobre los esposos idénticos derechos
que ellos tienen sobre ellas”, en la azora 4, aya 38, dice que “los
hombres están por encima de las mujeres, porque Dios ha favorecido a unos
con respecto a otros”.
Frente
a la igualdad de derechos que proclama el aya arriba citada, se encuentran
otras de segregación, postergación y desprecio. Así, la azora 33,
aya 59, prescribe que se cubran con un velo: “profeta; dí a tus
esposas, a tus hijas, a las mujeres creyentes, que se ciñan los velos;
ese es el modo más sencillo de que sean reconocidas y no sean
molestadas”. Así la azora 4, aya 38, que ordena a los varones que
traten a golpes a aquéllas de sus esposas de quienes teman la
indocilidad: “aquellas de quienes temáis la desobediencia,
amonestadlas, mantenedlas separadas en sus habitaciones, golpeadlas”. Así
también la azora 2, aya 223, que niega poéticamente a las mujeres su
libertad más íntima: “vuestras mujeres son vuestra campiña. Id a
vuestra campiña como queráis”.
En
la azora 5, ayas 52 y 53, se considera a los cristianos como seguidores de
otra senda también trazada por Alá, con los que hay que competir únicamente
en bondad: “Te hemos hecho descender el Libro con la verdad,
confirmando los libros que ya tenían y vigilando por su pureza. Juzga
entre ellos según lo que Alá ha revelado y no sigas sus seducciones
aportándote de la verdad que te ha venido. Hemos instituido para cada uno
de vosotros un sendero, una ley y un camino. Si Alá hubiese querido, os
hubiese reunido en una comunidad única, pero os ha dividido con el fin de
probaros en lo que os ha dado. ¡Competid en las buenas obras!. Vuestro
lugar de reunión, el de todos, está junto a Alá”. Y en la azora
5, aya 85, se anima a la buena relación con los cristianos, a los que se
enaltece: “en quienes dicen: "nosotros somos cristianos",
encontrarás a los más próximos, en amor, para quienes creen, y eso
porque entre ellos hay sacerdotes y monjes y no se enorgullecen”.
Pero
el mismo Corán, en la misma azora, en el aya 56, prohíbe taxativamente
la amistad con judíos y con cristianos: “¡Oh los que creéis! No
toméis a judíos y cristianos por amigos. Los unos son amigos de los
otros.”
En
la azora 2, aya 257,
se dice que “no hay apremio en la religión”, estimable expresión
de respeto a la conciencia.
Pero
en la azora 4, aya 59 se afirma “a quienes no creen en nuestras
aleyas, los quemaremos en un fuego, y cada vez que su piel se queme les
cambiaremos su piel por otra nueva, para que paladeen el castigo”; y
en la azora 4, aya 78, se dice que “quienes creen combaten en la
senda de Alá; quienes no creen combaten en la senda de Tagut (el
demonio):
matad a los amigos del demonio”.
De
las paradojas del Islam no es la menor la que hace referencia a la Yihad,
a la guerra santa: término hoy tan popularizado, en méritos de
acontecimientos muy de lamentar. Parece que Yihad, en árabe,
significa simplemente “esfuerzo”, circunstancia que los apologistas
del Islam aprovechan para subrayar que la primera yihad, el primer
esfuerzo, que tiene que hacer el creyente es contra sí mismo, para
superarse. Pero el que eso sea así no obsta a que históricamente la yihad
haya sido y sea la guerra en nombre de Alá. Especialmente a partir de la
huída a Medina, la alusión al “esfuerzo” en el Corán tiene un
contenido específicamente bélico, y con ese carácter lo han venido
entendiendo los musulmanes, desde entonces hasta hoy mismo.
Por
citar algunos versículos alusivos a la yihad, todos mediníes, de
la azora 2, valgan los siguientes: 186: “combatid en el camino de Alá
a quienes os combaten”; 187; “matadlos donde los encontréis,
expulsadlos de donde os expulsaron”; 189. “matadlos hasta que
la idolatría no exista y esté en su lugar la religión de Alá”;
212: “se
os prescribe el combate, aunque os sea odioso”.
No
cabe tampoco ocultar el contrasentido de pretender hacer justicia “en
el nombre de Alá, el Clemente, el Misericordioso”, con unas
prescripciones de, digamos, derecho penitenciario, sencillamente
inhumanas. Acaso comprensibles en una sociedad de beduinos del siglo VII,
pero absurdamente feroces cuando se quieren aplicar en nuestra época, en
razón de la inmutabilidad de un texto que se supone redactado por Dios
mismo. Y es que no son prescripciones posteriores, ni normas convenidas:
es el propio Corán el que prescribe las amputaciones, las lapidaciones y
demás barbarie. Es en el Corán, en la azora 2, aya 190, en donde se lee:
“las cosas sagradas son talión. A quien os ataque, atacadle de la
misma manera que os haya atacado”; o en la azora 5, aya 42, donde se
manda: “cortad las manos del ladrón y de la ladrona en recompensa de
lo que adquirieron y como castigo de Alá”; o en la azora 5, aya 37,
en donde se contempla la pena de crucifixión:“la recompensa de
quienes combaten a Alá y a su Enviado y se esfuerzan en difundir por la
tierra corrupción consistirá en ser matados o crucificados, o en el
corte de sus manos y pies opuestos, o en la expulsión de la tierra que
habitan”; o la que, en la azora 24, establece la pena de azotes: aya
2: “a la adúltera y al adúltero, a cada uno de ellos, dadle cien
azotes; en el cumplimiento de este precepto de la religión de Alá, si
creéis en Alá y en el último día, no os entre compasión de ellos; que
un grupo de creyentes dé fe de su tormento”; o el aya 4, que
confirma el mismo atroz castigo:
“a los que calumniar a las mujeres honradas y no pueden luego presentar
cuatro testigos, dadles ochenta azotes y no volved jamás a aceptar su
testimonio”.
Semejantes
prescripciones penales se mantienen en vigor en los países en que se
aplica la Sharía, edulcoradas en algún caso, como en Arabia
Saudita, por la hipocresía de crucificar a los reos después de ser cadáveres,
o de confiar la amputación de las manos de los ladronzuelos a un experto
cirujano.
La
Sunna, vuelta de tuerca.-
Los
rigores de la letra coránica no se ven paliados, sino, al contrario,
incrementados, por la Sunna: segunda fuente de la fé islámica,
humana, no divina, consistente en millares de pequeñas historias: los hadiz
- literalmente, las tradiciones- en las que se cuentan los hechos y
dichos del profeta y de sus compañeros. Y si no hay conformidad completa
en el texto del Corán, menos la hay en la autenticidad y valor de los
relatos de la Sunna, en la que distinguen los autores y las
escuelas entre los relatos auténticos, los dudosos y los simplemente
inventados, en una u otra época, a favor o en contra de una determinada
afirmación o doctrina.
Acaso
sea en lo referente al trato con las mujeres, en donde la Sunna
manifiesta en grado superior ese sentido de mayor rigor y menores
contemplaciones.
Según
Abdullah b. Umar, el profeta dijo: “Mujeres, dad limosna, multiplicad
las plegarias y que Alá os perdone, ya que entre los moradores del
infierno he visto que erais más en número que los hombres”. Bukhari
transcribe otro dicho del profeta: “cuelga el zurriago allí donde tu
mujer pueda verle”. Ibn Masud: “la mujer nunca se halla tan
cerca del sitio privilegiado que le corresponde como cuando está en el
lugar más escondido de la casa”. Umm Salama: “haz que la casa
sea la salvaguarda de tu virtud, y de tu habitación haz su tumba”.
Ibn Hanbal: “mujeres, vuestra guerra santa la tenéis en la
cocina”. No resulta raro que, con tal doctrina, la expresión que se
utiliza para designar al domicilio conyugal sea Baitu al Ta´a,
esto es, “el lugar del sometimiento”.
En
lo que hace a la prescripción coránica de golpear a las esposas díscolas,
los españoles hemos tenido la oportunidad de conocer el criterio que uno
de los dos imam de España, el de Fuengirola, ha sentado en su
libro “La mujer en el Islam”. El Dr. Muhammad Kemal Mustafá ha venido
a decir:
“Algunas
de las limitaciones a la hora de recurrir al castigo físico son:
Nunca
se debe pegar en situación de furia exacerbada y ciega, para evitar males
mayores.
No
se deben golpear las partes sensibles del cuerpo (la cara, el pecho, el
vientre, la cabeza, etc.).
Los
golpes se han de administrar a unas partes concretas del cuerpo, como los
pies y las manos, debiendo utilizarse una vara no demasiado gruesa, es
decir, ha de ser fina y ligera, para no dejar cicatrices ni hematomas en
el cuerpo.
Los
golpes han de ser fuertes y duros, porque la finalidad es hacer sufrir
psicológicamente y no humillar y maltratar físicamente.
Gracias
a las restricciones y limitaciones anteriormente expuestas, el Islam ha
vaciado el castigo físico de significado como medida represiva y lo
convirtió en puro maltrato de índole psicológico-moral”.
Esta
doctrina, que tiene el carácter de interpretación auténtica, por la
autoridad de la persona que la ha pronunciado, fue fuertemente contestada
por mujeres musulmanas españolas, como “An-Nisa”, la “Asociación
Cultural Baraka” y las “Hermanitas de Inch´Alá”, de Barcelona.
Españolas, al fin, se han atrevido a reprender en público al Imam,
aprovechando, sin duda, la libertad que les da vivir en un país en el que
no se aplica la ley islámica, que si así fuera, otro gallo les hubiera
cantado. El Dr. Kemal Mustafá, por su parte, se ha limitado a recordar
que la prescripción figura en el Corán y que no se puede condenar un aya
sin condenar el íntegro corpus coránico.
Felizmente,
la doctrina del imam de Fuengirola, por exagerada que parezca, está
lejos de la que transcribe Waraqa bin Israil, de “L´ethique sexuelle
de l´Islam”: “Hay
que pegar a las mujeres, sí, pero hay maneras y maneras de hacerlo: a la
que es delgada, con un bastón; a la robusta, con el puño; a la gordita,
y sólo a ella, con la mano bien abierta, de modo que uno no se haga daño”.
En
lo que hace a la doctrina de la Sunna sobre la libertad de las
conciencias, representa también, en general y dentro de las habituales
contradicciones, un mayor rigor y una menor comprensión que la que
dispensa el Corán.
Así,
si para Al-Zamakhxari,
"el Islam no se ha de imponer ni por la coacción ni por la
violencia, sino que la gente ha de aceptarlo conscientemente y con plena
libertad para hacerlo”, otros aseguran (Sulaiman b. Musa, Al-Qurtubi)
que esa prescripción de libertad ha quedado abrogada por la conducta del
propio Mahoma, que forzó a los árabes a abrazar el Islam combatiéndolos
y no aceptando de ellos ninguna otra religión que no fuese la del Islam.
Zayd
b. Aslam deja ver esa dualidad en la vida de Mahoma, antes y después de
la marcha a Medina, que acusan los estudiosos: "durante los diez años
de permanenció en la Meca, el Enviado no hizo ninguna clase de imposición
religiosa. Estaba claro que los politeístas no aceptarían el Islam si no
era por la fuerza. El Enviado pidió, pues, a Alá permiso para
combatirlos y la petición le fue otorgada". Y Al Bukhari,
proclama poéticamente en otro hadiz (con una bella fórmula que
tendrá eco en lejanas expresiones líricas) que “el paraíso se
encuentra a la sombra de las espadas”, que Mahoma “impuso el
Islam al pueblo”, que “no aceptó por parte de los árabes
ninguna otra religión que no fuese el Islam” y que
“ordenó matar a todos aquellos que se le oponían: politeístas,
renegados y gente de la misma calaña”.
Impuesto
el Islam por la fuerza, de entre los sometidos, los Ahl al Kitab,
las gentes del Libro -judíos y cristianos- son merecedores de cierta
tolerancia. Pero el poder sobre ellos se ha de alcanzar antes por la
imposición violenta, y así lo dice Al-Bara’ (Tawba, 9, 29): “¡Combatid
contra aquellos, de los que recibieron el Libro, que no crean en Alá ni
en el último Día, no hagan ilícito lo que Alá y su mensajero han hecho
ilícito y no sigan la verdadera religión! Combatidlos hasta que,
humillados (menospreciados), paguen la yizia (el
tributo que han de pagar los Ahl al Kitab para poder conservar su
fe y practicarla en su comunidad) directamente"
.
En
contraste con la relativa tolerancia que algunas tradiciones muestran
hacia judíos y cristianos, hay también otras, como la recogida por Ibn
Sa‘ ad, Al-Tabaqat Al-Kubra, vol. 2/8, II, p. 35 que anuncia que:
“en tierra de árabes, no pueden coexistir dos religiones”; o
la de Muslim, Sahih, Kitab Al-Jihad
wa-l–Siyar (palabras del Profeta citadas por Umar Ibn Al-Khattab, segun
el hadiz conservado por Muslim): “cristianos y
judíos serán expulsados de tierra de árabes hasta que sólo permanezcan
musulmanes” ; o la de Al-Tabaqat
Al-Kubra, vol. 2/2, p. 848: “¡Matad a aquél que reniegue del
Islam!“; o el 14º hadiz transmitido por al-Bujari y Muslim: “no
es permitido derramar la sangre de un musulmán excepto en uno de estos
tres casos: el casado que comete adulterio, vida por vida y el que deja su
religión y rechaza la comunidad”.
Si
las contradicciones y paradojas que depara el Corán dan lugar a una plétora
interpretativa de logomaquias para los alfaquíes, de controversias sobre
textos íntegros o expurgados, auténticos o dudosos, vigentes o
abrogados, otro tanto, y más, sucede con la Sunna: océanos de
tinta se han vertido y se vierten sobre la legitimidad y veracidad de las
tradiciones, sobre enmiendas y certezas, efectividades y derogaciones.
En
el fragor de esa secular batalla doctrinal se han suscitado tendencias
como la de los nuseyri sirios, que mitigan las aristas de los
textos y tienden a una interpretación más suavizada y moderna, pero, no
se olvide, estas tendencias son minoritarias y, a menudo, no reconocidas
como propiamente islámicas por los rigoristas sunnitas. La
convicción islámica emergente
se alinea más en los rangos de los Hermanos Musulmanes egipcios, o de los
wahabitas saudíes. Y es engañarse pensar lo contrario.
Ante
el reto emergente, el servicio a la Verdad.-
El
mundo islámico es demográficamente explosivo, España hace frontera con
él, las comunidades islámicas que se han instalado aquende son
numerosas, y no son pocos –dicen que treinta mil- los españoles que han
abrazado el credo islámico, atractivo por su sencillez y laxitud moral,
que, al fin y al cabo, el ser supremo de la revolución francesa y la
referencia más o menos panteísta del deísmo, están más cerca de Alá
que de Dios Uno y Trino. Negar la emergencia del Islam como problema es
esconder la cabeza bajo el ala. Y por mucho que la tolerancia sea virtud,
cumple preguntarse si, desde el punto de vista estrictamente político, es
digna de ser tolerada la pretensión de articular la vida social conforme
a las normas procedentes de ese cuerpo de doctrina religiosa y jurídica
que son el Corán y la Sunna; si es sensato y lícito acoger a quienes no
buscan integrarse en la sociedad de acogida, sino enquistarse en ella, con
vistas a transformarla conforme a semejantes convicciones.
La
inmensidad del número de creyentes en el Islam, la proximidad geográfica,
la cercanía a algunos aspectos de su doctrina, el deber moral de asistir
a los más menesterosos –y muchos musulmanes están, en parte por el
lastre que supone el Islam para sus sociedades, entre los más necesitados
de la Tierra- aconsejan tender puentes, establecer relaciones de comprensión
y colaboración. Pero no desde el bobo irenismo, ni desde el
indiferentismo, sino desde el exigente servicio a la Verdad, estimulando,
dentro del mundo musulmán, a los sectores propicios a interpretar su
propia doctrina desde una perspectiva más abierta, pero también, y más
que ello, conociendo bien las creencias de la otra parte y afirmando la
propia fe.
Contribución
musulmana a la civilización.
Ed.
Min. Asuntos Religiosos de Qatar. 1996. Haidar Bamat.
Cristianismo
e Islam.
Ed. Rialp. 1954. Madrid. Jean
Abd-elJalil, O.F.M.
El
Corán
(para los textos del libro, sustituyendo Dios por Alá, para diferenciar
del Dios Trino en que creen los cristianos). Ed Óptima 2000. Barcelona.
Traducción J. Vernet.
El
imam de Fuengirola explica formas de pegar a las mujeres.
“El País”. Madrid. 16 de julio 2000.
El
Islam ante el Nuevo orden mundial.
Ed. Barbarroja. 1996. Madrid. Varios autores.
Esto
no tiene nada que ver con el Islam.
El Mundo, 4.11.01. Salman Rushdie.
¡Dejadlas
solas en el lecho! http://www.pangea.org/dona/noticies/misoginiacoran.htm
Cons
24.10.01. Pangea. Javier Arroyo
Islamiyat.
El profetismo de Mahoma
(para
textos de la Sunna).
http://personal5.iddeo.es/waraqa/ladona.htm
Cons.23.10.01.Waraqa
bin Israil.
Islamiyat.
La mujer, el Corán y la Sunna (para
textos de la Sunna). http://personal5.iddeo.es/waraqa/profeta1.htm
Cons.
23.10.01. Waraqa
bin Israil.
Pour
comprendre l´integrisme islamique.
Ed.
Albin Michel. 1995. Paris. Martine Gozlan.
Sitio
del Centro Cultural Islámico de México (para
textos de la Sunna). http://www.islam.com.mx/40hadiz.htm
Cons.
23.10.01
Vida
y pensamiento en el Islam.
Herder. Barcelona.1985. Seyyed Hossein Nasr.
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