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El Rastro de la Historia. NÚMERO CINCO

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MISCELÁNEA

Carmelo García Franco

Tras las victorias militares de los últimos tiempos de la República romana, con la afluencia de un gran número de prisioneros, la esclavitud estuvo en auge. Explicaba el prof. Juan Iglesias que “la compra de esclavos por parte de los comerciantes romanos que frecuentaban los grandes mercados de Grecia y del Asia Menor, y el lujo desmedido de las clases pudiente, que llevó a sustituir el trabajo libre por el trabajo servil, favorecieron también la mayor extensión de este estado de sujeción personal”. Y ello, hasta el punto de que la Lex Aquilia de damno dato llegó a contemplar las heridas provocadas a esclavos como si se tratase de un daño en las cosas. 

Progresivamente se suavizó el régimen esclavista, si bien no fue sino en tiempos del emperador Justiniano cuando, por influencia cristiana, empezó de veras a dulcificarse el tremendo estado jurídico en que se encontraban los esclavos en Roma. El proceso, hasta entonces, había ido siendo de un endurecimiento progresivo.

En nuestros tiempos, y acaso la descristianización general no sea ajena al asunto, se sigue un endurecimiento paulatino de la condición de los trabajadores, que da a pensar que estemos siguiendo un ritmo inverso al que siguió Roma.

En los primeros días del 2001, nos contaba “Hispanidad”:

http://www.hispanidad.com/

cómo la cadena francesa de hipermercados “Carrefour” (fusión de Pryca y Continente, y que controla más de un 25% de la distribución de alimentos en España) y “Alcampo” se han convertido en adalides de la subcontratación, ese nuevo tipo de explotación que ha surgido en las sociedades avanzadas: contratos por horas y salarios exiguos, con sueldos pagados por otras empresas terceras.

Es pasmoso saber que, en nuestro recién estrenado siglo, a trabajadoras aspirantes a emplearse como cajeras, se les exige que esperan en un cuarto a que alguien les firme un contrato por unas de pocas horas, según el número de clientes, que acuden al centro, etc.

Así ya se puede competir en precios.

Al mismo tiempo, “Carrefour” o “Alcampo” son los protagonistas de las condiciones abusivas de pago a los proveedores y productores, que se ven obligados a adelantar dinero si quieren estar presentes en estos grandes centros de compra. Es toda una competencia desleal respecto al pequeño comercio o al mercado de barrio. Y ambos aspectos, además de injustos, atentan contra la libre competencia mucho más que el número de centros o la cuota de mercado de una empresa.

Sepan nuestros lectores que comprar en los supermercados de esas cadenas es contribuir a una forma moderna de esclavitud, también despiadada. Y absténgase de hacerlo.