No traigo preparado un discurso. Tengo sólo notas dispersas,
seiscientos kilómetros recorridos por carretera, y en los zapatos el
barro de Castilla. Toda España está impregnada de nuestro grito.
Pasado mañana se libra la primera batalla. Importa mucho los votos
que se nos den porque significan una asistencia a la tónica de
nuestra lucha; pero nos importa más porque esta coyuntura electoral
nos da ocasión de propagar nuestra inquietud y de pasear nuestras
consignas. Así como somos los pobres y quizá no todos viejos, somos
los únicos que comparecemos en la lucha electoral con un programa
entero, con un manifiesto entero. Los únicos que, aunque no vayamos a
vencer en la .contienda, nos presentamos a ella con un programa
definido y concreto.
Así como vosotros seguís en vuestra lucha, así como no
desmayáis ante las calumnias y dificultades que se interponen en
vuestro camino, nuestros camaradas de Santander, Valencia, Zaragoza,
Cáceres, Sevilla, Jaén, Toledo, Zamora, están sosteniendo la misma
lucha. Dentro de dos días veréis cientos de miles de votos que acaso
no sean suficientes para darnos puestos en el Parlamento, pero es lo
de menos: dicen muy claro que aun en este terreno de los votos, que no
es el nuestro, esta presencia enérgica constituye un triunfo para la
Falange Española. Dentro de dos años nosotros, salvando las
triquiñuelas electorales, seremos una fuerza positiva en la vida
nacional. Y ahora una declaración sobre este tema de los pactos
electorales: no retiraremos las candidaturas ni en Asturias ni en
ninguna parte de España donde estén presentadas (¡Muy bien!
Aplausos.) No retiraremos las candidaturas; únicamente en uno de
estos dos casos contemplaríamos tal posibilidad: Primero, que no
fuéramos nadie, que no tuviéramos fuerza. Puede que no seamos nadie
y que no tengamos fuerza. Entonces, ¿por qué tienen empeño en que
nos retiremos? Si no somos nadie ¿qué estorbamos? Déjennos realizar
este pequeño desahogo. Segundo: retiraríamos la candidatura si con
ello cumpliéramos un deber. Si hiciéramos daño en serio a los
grandes y permanentes intereses de España, no a los intereses de
cualquier organización caciquil y a cualquier orador más o menos
pasado de moda, que aspire a ser la "vedette" del
Parlamento.
Habla también de que las retirarían si existiera un peligro
evidente de revolución inmediata, marxista o separatista. Se refiere
a la lucha política y a quienes tienen en sus manos el pandero
electoral. Añade que las revoluciones no se ganan con votos. De ello
tienen buena prueba los asturianos por octubre del año 1934. Agrega
que sin fanfarronerías puede afirmar que en caso de que se produjera
otra revolución, ellos lucharían contra ella en la calle como lo
hicieron en la anterior coyuntura.
Habla del panorama de miseria que tiene España de punta a punta.
Tiene párrafos de elocuencia al tratar de las gestas de Pizarro y de
otros grandes valores nacionales. Desde la cuna de Pizarro, en
Trujillo, vino a Asturias, cuna en la que se meció España. Se
extiende a este aspecto en amplias consideraciones acerca de este
tema, y añade, más adelante, desconfiar de la eficacia de los
métodos de las coaliciones contrarrevolucionarias, que probablemente
resultarán elegidas y que una vez en el Poder no harán nada
positivo, sino decir que volverán a la lucha nuevamente, ofreciendo
panaceas para salvar a España. Combate la propaganda de coalición de
las derechas. Recuerda que él fue quien dio el grito de alerta para
formar el Frente Nacional que luchara frente al comunismo, no por lo
que en sí representa en España, sino por tratarse de una
monstruosidad asiática, de un atentado contra la conciencia
europea...
Da fin a su discurso manifestando que hay que luchar por una
España grande, libre. Cuando se oiga un grito de "¡España, una
e indiscutible!", responded: "¡España, por la Falange!
¡Arriba España!" (Gran ovación.)
El Comercio, núm. 17.940, de Gijón, 15 de febrero de 1936.
Texto obtenido por deferencia de los camaradas Francisco Javier
Jiménez, director de Voluntad, y Marcelino Junquera.