Dio comienzo a su intervención afirmando que ellos no tratan de
invocar el instinto de conservación, ya que no tienen el menor ánimo
de perpetuar esta España actual, chata y melancólica.
Los pueblos tienen dos destinos: imperar o languidecer. España no
puede estabilizarse por medio de los partidos llamados de orden.
Después de exaltar las pasadas glorias de Castilla, enjuició los
dos bienios de política republicana que desde 1931 se han vivido en
España, calificándoles al primero de cruel, insufrible, y al segundo
de estúpido, ya que ha tenido que transigir con la ruina del campo
español, con los escándalos de la administración pública y con el
movimiento separatista de Cataluña. Execra la conducta de Pérez
Farrás, que alzado contra el Estado español, había dado muerte al
heroico capitán Suárez, y afirma que si dentro de semanas o de meses
saliese de la prisión, los muchachos de la Falange evitarían que
pasee por las calles españolas.
Justificó la necesidad de devolver la fe colectiva a los
españoles en los destinos de la Patria, ya que ésta, necesariamente,
ha de marchar a la cabeza de la nueva Europa.
Condenó a continuación los abusos del capitalismo, afirmando que
la tierra española, reorganizada, retrasada, puede sostener a todos
los españoles.
Pide que España resurja sobre las bases de una política austera,
un ejército fuerte y una postura firme y erguida en el orden
internacional.
Concluyó diciendo que él, en vez de trescientos diputados, pide
tan sólo trescientas centurias de muchachos que impongan en España
la Patria, la paz y la justicia.
El Norte de Castilla, Valladolid, 14 de enero de 1936.