"Rendición de cuentas"
Ayer, después de tres horas de espera en el Teatro Eslava,
apareció en el escenario el notable poeta don Julián Pemartín, que
notificó al público las causas por las cuales la conferencia del
señor Primo de Rivera se celebraría a las cinco de la tarde.
A las cinco y cuarto y con mayor lleno que por la mañana;
apareció en el escenario el diputado don José Antonio Primo de
Rivera, que fue recibido con una ovación.
El orador empieza por excusarse de que el tren de esta mañana
llegara con un retraso de tres horas. "Cosa –dice– que no
pude remediar ni corregir porque aún no gobierno a España."
Aunque no crea en el Parlamento, el haber aceptado una misión
parlamentaria le obligaba a cumplirla con un sentido de
responsabilidad. Hay dos maneras de entender la política: como
carrera y como servicio. La carrera consiste en ir granjeándose como
sea la popularidad para escalar puestos brillantes. El servicio, en
acudir a los cargos públicos para contribuir desde ellos,
abnegadamente, al superior destino de la Patria, aunque sea
arriesgando la popularidad.
Yo entiendo la política como servicio, y con este criterio, ante
cada problema me he planteado la cuestión de que sea lo justo y lo
conveniente para España y para mi provincia antes que la de los
aplausos que una actitud pudiera proporcionarme. Creo que el tratar de
halagar siempre las inclinaciones de la opinión, acertadas o
erróneas, es una manera de ejercer la compra de votos.
Dos problemas importantes, en relación con jerez, se me han
presentado durante mi gestión. Voy a daros breve cuenta de lo que
hice.
Problema de los alcoholes: la ruptura comercial con Francia echaba
sobre el mercado español un sobrante de 200.000 hectolitros de
alcohol de vino. rara absorberlo se pensó, y esto era justo, obligar
a la C.A.M.P.A. a adquirir el alcohol industrial para que éste dejara
su hueco libre al vino. Pero bajo la denominación de vínico
pretendía incluirse el alcohol de vino y el de residuos de la
vinificación, cosa que perjudicaría a la industria licorera
jerezana, compradora de alcoholes. Los diputados señores García
Atance y Palomino combatieron el intento tan acertadamente, que sus
compañeros de representación no tuvimos que intervenir.
El intentar añadir nada a lo que ellos hacían, sólo hubiera
estado explicado por un deseo de exhibición. Así, Palomino logró
que se redactara un nuevo proyecto satisfactorio para todos. Por
cierto –y perdonadme que descienda a chismes– que se ha dicho que
yo voté en contra. A los que digan tal estupidez enseñadles, si
saben leer, el número 192 del "Diario de Sesiones", donde
se ve que en este segundo proyecto nadie votó en contra porque fue
aceptado por unanimidad.
Problema del azúcar: aquí mi conciencia me obliga a discrepar de
los que creen que montar en Jerez una fábrica puede ser un bien para
España y para Jerez. La industria española ha producido en la
última campaña un exceso de 190.000 toneladas de azúcar por encima
del consumo nacional, que ha sido 270.000. Ante tal exceso, las
fábricas empezaron a imponer la reducción de áreas de cultivo (por
ejemplo, la de Puebla de Híjar, en Aragón, impuso una reducción de
dos tercios), y a pensar en el traslado a tierras nuevas, con la
consiguiente ruina de las antiguas. Os diré que, aunque nos
sobrepusiéramos al remordimiento por contribuir a esta ruina, jerez
no sería de las nuevas tierras favorecidas, porque la remolacha sólo
da una riqueza sacarina del 11 por 100, mientras que la castellana y
la leonesa da el 14,5 por 100. Ante la inminencia de tal conflicto, el
Gobierno ya en el mes de julio prohibió que se instalaran fábricas
nuevas si no era con autorización del Consejo de Ministros. Ocho
autorizaciones de éstas se pidieron, y la última precisamente era la
de Jerez. Todas fueron informadas desfavorablemente por el Ministerio
de Agricultura. Así las cosas, se presentó el proyecto de ley de
azúcares. Para oponerme a él tenía que haber creído que la
construcción de una fábrica en Jerez era Conveniente para la
economía española, para la jerezana, y además que se podía
conseguir. Para la economía española, desde luego, no lo era.
Para la economía jerezana tampoco sería conveniente, no sólo por
participar en la ruina común, sino porque, aunque se volviera al
mercado libre (único supuesto en el cual la fábrica sería
autorizada, ya que un Estado en política de restricción no iba a
permitirla), la inferior riqueza de nuestra remolacha la pondría en
peores condiciones de competencia. Y, por último, era imposible
conseguir la fábrica por la oposición encarnizada de las demás
provincias remolacheras, amenazadas de hambre y propicias a mirar con
rencor perjudicial para Jerez el empeño que pusiéramos en nuestra
demanda.
Hasta aquí los asuntos locales. Pero lo que importa de estos dos
años de experiencia es que España, a punto de caer por una parte en
la ferocidad comunista, puede, por un impulso heroico, ser la que
halle más duramente el orden nuevo del mundo. Para ello no sirven ni
los partidos de izquierda –que prometen la felicidad de los
trabajadores, pero además de no dársela les arrancan el sentimiento
de la Patria y los valores espirituales– ni los de derecha –que
ensalzan los valores espirituales, pero se desentienden del hambre
popular–. Hace falta una conciencia profunda y resuelta de que
empieza un mundo nuevo, que hay que edificar a costa de cualquier
sacrificio.
El orden liberal capitalista ha traído al mundo discordias
presentes y el espectáculo de miseria que dan los obreros del campo,
desarraigados, alquilándose a sí mismos en la Plaza del Arenal como
se alquilan en Abisinia los esclavos o los camellos. En busca de ese
orden nuevo, ganado por la fe y los sacrificios, voy, con mis
compañeros, peregrinando por España. Y eso es lo que importa, no
granjearme el aplauso fácil o una lápida en que den el nombre de uno
a una calle del pueblo. Esas lápidas en honor de los caciques van
formando la lápida sepulcral de España (1).
Al final, como en distintos párrafos de su conferencia, fue muy
aplaudido.
El acto transcurrió y terminó dentro del mayor orden.
A las ocho de la noche estuvo en el Centro de Falange, donde
dirigió unas palabras a sus afiliados.
Esta noche, en el exprés, regresa a Madrid, el señor Primo de
Rivera.
Diario de jerez, Jerez de la Frontera, 2 de enero de 1936.
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(1) El párrafo final es el siguiente: "Yo no he ido a la
Cámara para que agradecido, ponga mi nombre en una lápida cualquiera
sobre el silencio el polvo de una esquina, porque con todas esas
lápidas conmemorativas de los intereses pequeños a salvo se está
forjando la gran lápida sepulcral de España."