El conferenciante comenzó diciendo que a pesar de haber nacido
fuera de Cataluña le bastaba sentirse en contacto con ella para darse
perfecta cuenta de la fuerza de atracción de esta tierra.
Añadió que tenía grandes deseos de hablar en Cataluña, de cara
a grandes masas de catalanes, porque sabía que le habían de
entender.
Entró después a tratar del movimiento sindical de Falange
Española, afirmando que, en general, las influencias aparentes sobre
los movimientos obreros son antinacionales. Se ha cultivado por los
obreros el estado de clase y quizá con mucha justificación. Además
se ha desligado del problema de las clases obreras el problema total
de la Patria.
Frente a esto, los partidos que se dicen patriotas han dicho que
era preciso recuperar el alma de los obreros para bien de la Patria.
Esto es verdad; ahora que para esos partidos la forma de recuperar el
alma de los obreros era darles buenos consejos, que siempre era más
barato. Pero en las luchas obreras hay algo más profundo y más
serio.
Dijo que la vida popular española es espantosa. Tenemos 700.000
obreros parados. Y esto en una nación que no ha sufrido las
consecuencias directas de la Gran Guerra; en un país agrícola e
insuficientemente poblado.
Habló de las dificultades de vida en algunas regiones españolas,
donde dijo que los obreros viven peor que los animales domésticos. Y
esto no puede seguir.
Nosotros –continuó diciendo– queremos una organización
sindical que, por las buenas o por las malas, vaya a la conquista de
este orden económico social.
Pasó luego a tratar del capitalismo, glosando las doctrinas de
Carlos Marx.
Fustigó duramente al régimen capitalista, asegurando que
fatalmente está en quiebra. Expuso algunos casos para tratar de
demostrar que el capital, que actúa siempre de intermediario, absorbe
todas las ganancias, mientras que obreros y técnicos, que son los
verdaderos productores de la riqueza, quedan relegados a segundo
plano.
Afirmó que para destruir el régimen capitalista y desembocar en
la revolución social que anunciaba Marx basta con abolir los títulos
de propiedad. Sólo entonces será cuando ingenieros, técnicos y
proletariado pasarán a ocupar el lugar preeminente que en la
producción les corresponde.
Combatió, sin embargo, la revolución marxista, porque, a su
juicio, no estaría caracterizada por la rápida implantación de una
justicia social, sino por la extirpación de todos los valores
espirituales. La revolución marxista es absolutamente odiosa y
temible. A este respecto glosó unas palabras de Lenin cuando decía
que "el Estado revolucionario no sería ni libre ni justo".
¿Cuál es el remedio de esto? Desmontar el sistema capitalista y
sustituirlo por otro.
Aludió al Estado corporativo de Italia, y dijo que es un punto de
partida, no un punto de llegada. Insistió en que hay que liberar a la
producción del gran capital. Hay que volver al artesonado, y en
cuanto no sea posible, al régimen sindical. Nosotros queremos
sustituir el orden capitalista por el orden sindical. Este es el
programa de Falange Española. Fuera de aquí, esto no podría
conseguirse más que por la revolución. Pero nosotros hemos de
conseguirlo con nuestro sindicalismo, que es el sindicalismo con
primacía de lo espiritual. Por eso apretamos nuestras filas para
conquistar el poder, por las malas o por las buenas.
Combatió el apoliticismo de las organizaciones obreras, porque hoy
el Estado es demasiado fuerte y sólo puede hacerse la revolución
social apoderándose previamente del Estado.
Terminó defendiendo el Estado sindical, en el que dijo no habrá
tiranía y los obreros dispondrán de lo necesario para la vida
decorosa.
El orador fue muy aplaudido (1).
La Vanguardia, Barcelona, 4 de mayo de 1935.
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(1) Uno de los asistentes a la conferencia, el falangista
Fontana, refiere lo siguiente: "Ibamos a comer a una fonda de
Begas. Se encargaba la comida, y era día de vigilia. No sé quién
pidió chuletas. José Antonio sonrió, y con aquella finura
espiritual que era un constante magisterio, reprendió y mandó así:
"¡Hombre!, que por una rubia estupenda se pierda el cielo está
muy mal, aunque pueda explicarse; pero ¡que lo pierdas por una
chuleta!..." Después fuimos a pasear, y en el transcurso de la
conversación peripatética dije algo más o menos racista. Me
extrañó muchísimo la repulsa joseantoniana que me valió, y
recuerdo que, con este motivo, expuso su radical oposición doctrinal
al nazismo por motivos religiosos. Cfr. José María Fontana: Los
catalanes en la guerra de España, págs. 34 y 35. Samarán.
Madrid, 1956.