La ira española sufre la fase de una nueva crisis. Toda su
preparación ha sido repugnante. Ha bailado la política alrededor de
vidas humanas. Por fin, el viernes siete votos contra cinco decidieron
el indulto: no por razones de justicia, sino por razones de partidos.
En otras circunstancias, el trágico escrutinio ministerial hubiera
resultado adverso y el sábado hubiera amanecido sobre los cadáveres
de 20 hombres pasados por– las armas. ¿Puede no ya la conciencia,
sino el estómago, seguir soportando sin náuseas una política así,
que juega con la vida de 20 hombres a la sucia partida de los
intereses de grupos? Pues igual se juega todos los días –siete
contra cinco o dos contra uno– el destino de España. Porque es
mentira lo que declara la C.E.D.A. al promover la crisis; no se
ventila un entendimiento de la autoridad o del enlace de la
revolución; se ventilan jugadas políticas.
¡Escrúpulos de rigor de la C.E.D.A.! Lo más repugnante de cuanto
aconteció en octubre fue el crimen de Pérez Forrás. No se encuentra
precedente en más de un siglo de que un oficial español se alzase
contra la unidad de España, hiciera frente a los soldados leales a
España y diera muerte a algunos con las mismas armas que España le
entregó para su defensa. Aquel oficial, en cualquier país del mundo
que no hubiera perdido su capacidad de rubor, hubiera sido despachado
por un piquete a las cuarenta y ocho horas de su felonía. El Gobierno
de Lerroux le indultó, sin embargo. Y la C.E.D.A. permaneció
impasible. Pérez Farrás representaba el separatismo, lo
antinacional; ese espécimen deja fríos a los cautos productos
humanos que Acción Popular almacena en sus ficheros. Pero González
Peña representa lo anticapitalista, lo antiburgués, y la C.E.D.A. no
tenía más remedio que fingir rigor en la petición de su muerte,
porque, de ser más blanda, acaso se le retrajeran votos de las
derechas en las próximas elecciones. Una sucia mira electoral,
aderezada con falsedades, tiene a España otra vez en la
incertidumbre.
Y así, ¿hasta cuándo? El 7 de octubre pensamos todos que el
Gobierno asumía la magnífica pesadumbre de afirmar a España –una
y fuerte– frente al separatismo y al marxismo antinacionales. Toda
esperanza popular fue burlada, como. de costumbre, por la fullería de
los políticos. En vez de usar más rigor contra los grandes culpables
del intento, se fusiló a los más humildes comprometidos. ¿Cómo
purgan sus crímenes, recordados ahora, aquel sargento Vázquez que
saludó marcialmente a la bandera minutos antes de caer acribillado, y
aquel pobre niño de diecinueve años, de quien dijo el señor Lerroux
que mostró "gran perversidad porque de un disparo, al huir, dio
muerte a un policía"? Indultado Pérez Farrás –y ahora
González Peña–, aquellas ejecuciones cobran calidad de asesinatos.
Con ello se dará por liquidada la revolución. Y mientras tanto el
socialismo se reorganiza insolente. Relevantes socialistas difaman a
España en el extranjero. Sin embargo, en trance de crisis, el partido
socialista –¡como la Ezquerra!– es llamado a Palacio una vez más
y dialoga por boca de sus representantes con el Presidente de la
República, como si fuera posible, para gentes normales, compaginar la
amenaza y reto con usos de tipo cortesano.
La última crisis fue impuesta por el señor Gil Robles para exigir
un ritmo acelerado a la crisis española. Y, en efecto, la etapa del
ritmo acelerado casi se redujo a un proyecto de Ley de Arrendamiento,
tan mal nacido, que el propio día de su bautismo tuvo el Gobierno que
proponer su reforma.
Aparte de esto, las Cortes prorrogan cada trimestre un presupuesto,
que ya era pésimo en su origen y que va siendo cada vez peor en los
suplementos de gastos que se le añaden. Al fin se liquidará con mil
millones de déficit. La Hacienda se entrampa en otro tanto y
surgirán unos cuantos centenares de rentistas más que vivirán sin
trabajar, cortando el cupón. La deuda pública es un buen empleo para
el dinero ocioso que muchos guardan avaramente, mientras que el
capitalismo extranjero nos invade y setecientos mil españoles padecen
hambre en desocupación involuntario. C.E.D.A. y radicales se han
burlado de ellos pasando ante los ojos un proyecto de cien millones de
pesetas y otro de mil con que remediar su angustia; pero ésta es la
hora en que no se ha dado un paso serio en tal sentido. Y como el
problema del paro aguardan huraños y terribles el del trigo, el del
vino, el de la leche, el de la remolacha, ¿cuántos más?, mientras
las Cortes gastan una imbécil reserva.
Ese es en tanto que más allá de la frontera hierve Europa. Corren
sacudidas de inquietud por Estados Mayores y Cancillerías, sin que
nosotros sepamos siquiera lo que piensan de España quienes acaso se
dispongan a ser ocupantes de sus islas o de sus líneas férreas.
¡No queremos soportar esta vida estúpida y falsa! Nos importa un
bledo la solución de la crisis, porque sabemos será como las
anteriores. Pero no podemos prestar la continuidad del silencio a.
este repugnante espectáculo ante un Estado que, consciente de su
flaqueza y de su injusticia, es blanco propicio para el ímpetu de
cualquier milicia ferviente. Nosotros no toleraremos que sólo se
alisten las milicias de la anti-España, nosotros, una vez más, a
pleno grito, llamamos: ¡Estudiantes, obreros, soldados, labradores,
intelectuales de España, para la gran tarea de la Revolución
Nacional!
Madrid, ¿abril de 1935?
(Proporcionada por el camarada Licinio de la Fuente.)