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  VERSIÓN DEL DISCURSO PRONUNCIADO EL 17 DE MARZO DE 1935 EN EL TEATRO VILLAGARCÍA, DE VILLAGARCÍA DE AROSA

Comenzó José Antonio extrañándose grandemente de la cortesía blanda del auditorio, de su apariencia burguesa y pacífica, de la sonrisa de bienestar con que era acogido cuando en el resto de España se trataba a la Falange con violencias, con gesto hosco, que consideraba más lógico, dadas las angustias de muerte que aquejaban a nuestra Patria. Este público le recordaba aquellos tiempos absurdamente pacíficos, burgueses, de los últimos años de la Monarquía, en que el malestar se hacía patente y afloraba una sonrisa de confianza. En los partes diarios del Ministerio de la Gobernación se decía: "Tranquilidad absoluta en toda España." Y había habido durante, la jornada atracos, huelgas, asesinatos... Pero si el auditorio es análogo, nosotros sí somos diferentes. No venimos a hacer promesas que no podamos cumplir algún día, si es que queréis darnos el triunfo. Os repito aquí lo que ya he dicho en otros lugares de España: si dejamos promesa esencial incumplida, os pido que nos ahorquéis en la plaza mayor del pueblo, y yo os aseguro que la última orden que daré a mis camaradas es que nos tiren de los pies.

Un fogonazo de magnesio interrumpe el discurso. José Antonio, indignado, dice que no hay derecho a cortar el hilo de un discurso para salir en los periódicos, que debería implantarse un impuesto "a la figuración", y agrega que si llega algún día a mandar prohibirá aquella molesta aunque inveterada costumbre, El público ríe y aplaude aquel rasgo de humor.

Sigue hablando de que antes se les recibía a tiros cuando iban por primera vez a un sitio, y quizá lo prefiriese; en donde se les recibía a tiros penetraba más profundamente la Falange. Habla a continuación de las rivalidades entre poblaciones y entre grupos afines, y dice que no vale la pena malgastar tiempo y energías en pequeñeces estando pendiente la gran tarea de levantar a España para la revolución Nacionalsindicalista. Nos habla después de ésta y del mar en relación con la grandeza de España, y de cómo ésta necesita recuperar su importancia marinera, no para reconquistar un imperio ni conquistar nuevas tierras, sino para que la respeten como se merece y cuenten con ella en las conferencias internacionales y en los arreglos de las cuestiones del mundo. Explica cómo nuestro imperio ha de ser preferentemente espiritual, pues hoy todas las tierras del mundo tienen dueño y toda conquista

sería un expolio y un robo a la vez. Pero que el terreno del espíritu no está acotado, y ahí sí que cabe llevar las conquistas al máximo y organizarse, perfeccionarse y elevarse sobre los demás e imperar incluso sobre ellos. Que quizá la mayor parte de las catástrofes del mundo, y de Europa en particular, se hubieran evitado escuchando a España en las conferencias internacionales.

Dice que al hablar de España se refiere a su sentido metafísico profundo, a la eterna metafísica de España, a España como tarea y como misión, como unidad y como comunidad de destino en lo universal, que es como se encuentra escrito su nombre en lo alto. Y habla de sus raíces más hondas, de su alma, hoy aprisionada y deformada por la izquierda y la derecha, de su única esperanza, de su vena heroica; habla de la gran coyuntura que servirá la Falange.

Después dedicó algunos párrafos a Galicia y pidió a los falangistas gallegos que endurecieran su temple, porque se avecinaban días terribles. Terminó con los gritos de rigor, entre vítores y ovaciones.

Versión de Fernando Meleiro: Anecdotario de la Falange en Orense, págs. 62–63. Madrid, 1957. Ediciones del Movimiento.


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