Comenzó José Antonio extrañándose grandemente de la cortesía
blanda del auditorio, de su apariencia burguesa y pacífica, de la
sonrisa de bienestar con que era acogido cuando en el resto de España
se trataba a la Falange con violencias, con gesto hosco, que
consideraba más lógico, dadas las angustias de muerte que aquejaban
a nuestra Patria. Este público le recordaba aquellos tiempos
absurdamente pacíficos, burgueses, de los últimos años de la
Monarquía, en que el malestar se hacía patente y afloraba una
sonrisa de confianza. En los partes diarios del Ministerio de la
Gobernación se decía: "Tranquilidad absoluta en toda
España." Y había habido durante, la jornada atracos, huelgas,
asesinatos... Pero si el auditorio es análogo, nosotros sí somos
diferentes. No venimos a hacer promesas que no podamos cumplir algún
día, si es que queréis darnos el triunfo. Os repito aquí lo que ya
he dicho en otros lugares de España: si dejamos promesa esencial
incumplida, os pido que nos ahorquéis en la plaza mayor del pueblo, y
yo os aseguro que la última orden que daré a mis camaradas es que
nos tiren de los pies.
Un fogonazo de magnesio interrumpe el discurso. José Antonio,
indignado, dice que no hay derecho a cortar el hilo de un discurso
para salir en los periódicos, que debería implantarse un impuesto
"a la figuración", y agrega que si llega algún día a
mandar prohibirá aquella molesta aunque inveterada costumbre, El
público ríe y aplaude aquel rasgo de humor.
Sigue hablando de que antes se les recibía a tiros cuando iban por
primera vez a un sitio, y quizá lo prefiriese; en donde se les
recibía a tiros penetraba más profundamente la Falange. Habla a
continuación de las rivalidades entre poblaciones y entre grupos
afines, y dice que no vale la pena malgastar tiempo y energías en
pequeñeces estando pendiente la gran tarea de levantar a España para
la revolución Nacionalsindicalista. Nos habla después de ésta y del
mar en relación con la grandeza de España, y de cómo ésta necesita
recuperar su importancia marinera, no para reconquistar un imperio ni
conquistar nuevas tierras, sino para que la respeten como se merece y
cuenten con ella en las conferencias internacionales y en los arreglos
de las cuestiones del mundo. Explica cómo nuestro imperio ha de ser
preferentemente espiritual, pues hoy todas las tierras del mundo
tienen dueño y toda conquista
sería un expolio y un robo a la vez. Pero que el terreno del
espíritu no está acotado, y ahí sí que cabe llevar las conquistas
al máximo y organizarse, perfeccionarse y elevarse sobre los demás e
imperar incluso sobre ellos. Que quizá la mayor parte de las
catástrofes del mundo, y de Europa en particular, se hubieran evitado
escuchando a España en las conferencias internacionales.
Dice que al hablar de España se refiere a su sentido metafísico
profundo, a la eterna metafísica de España, a España como tarea y
como misión, como unidad y como comunidad de destino en lo universal,
que es como se encuentra escrito su nombre en lo alto. Y habla de sus
raíces más hondas, de su alma, hoy aprisionada y deformada por la
izquierda y la derecha, de su única esperanza, de su vena heroica;
habla de la gran coyuntura que servirá la Falange.
Después dedicó algunos párrafos a Galicia y pidió a los
falangistas gallegos que endurecieran su temple, porque se avecinaban
días terribles. Terminó con los gritos de rigor, entre vítores y
ovaciones.
Versión de Fernando Meleiro: Anecdotario de la Falange en
Orense, págs. 62–63. Madrid, 1957. Ediciones del Movimiento.