Comienza diciendo que su intervención ha de ser nuevamente
desagradable para, muchos, y reprocha el que no asistan más obreros,
pues es a ellos a quienes quisiera dirigirse, aunque lo recibieran con
hostilidad, lo cual sería el principio de su inteligencia con ellos.
Afirma que la política va oscilando como un péndulo a los tirones
alternativos de las izquierdas y las derechas.
Dijo que no acepta los postulados de las derechas, porque estima
que "España se encuentra huérfana de fe en sus destinos
históricos y no está organizada sobre una verdadera justicia social.
España no puede seguir así, como tampoco pueden mantenerse latentes
sus problemas del paro y del hambre, que angustian a tan gran
contingente de trabajadores".
Se refiere al problema triguero y manifiesta que si no está
resuelto es porque España no ha tomado la actitud enérgica de
salvarse a sí misma. Estima precisos los riegos, la repoblación
forestal, un mejor cultivo, un amor acendrado al campo, sana política
crediticia, y especialmente una labor social basada en la justicia,
que no realizan ni los sectores políticos de uno y otro lado, ni las
organizaciones obreras, a pesar de sus predicaciones y de sus
promesas. De estas agrupaciones obreras dice que no pueden mejorar las
condiciones de vida de sus afiliados porque el hacerlo no responde a
las verdaderas tácticas y doctrinas marxistas, donde está prevista
una economía montada sobre, el cultivo y la perpetuación de la
miseria, manteniendo a las masas en un estado incivilizado y
menesteroso.
Luego de afirmar que la actuación obrera tiene que vencerse con
otra del mismo espíritu, pero bajo un firme sentido patriótico,
examina las relaciones del capital y el trabajo, apreciando que el
primero debe supeditarse al segundo para el logro de la verdadera
justicia social.
Termina diciendo que es preciso hacer renunciamientos y sacrificios
que tengan como único y principal móvil el servicio a la Patria.
La Época, 25 de febrero de 1935;
El Castellano, de Toledo, 25 de febrero de 1935.