A requerimiento del homenajeado, hace uso de la palabra el jefe de
Falange Española, don José Antonio Primo de Rivera.
Comienza refiriéndose a la improvisación, y dice que tiene que
improvisar en estos momentos, y que esto, que en el siglo XIX era
acostumbrado y legal, hoy tiene todos los caracteres de la
desvergüenza. Actualmente no sirve lo improvisado.
"No sé –continúa– a qué título hablo en estos
momentos. Debe de ser a título de invitado. Carezco de
representación intelectual, y por eso no he de invocar sino mi
calidad de representante de una entidad política. Ya no es posible
ser literato o político, exclusivamente, porque todo lo que es
literatura, todo lo que son letras, se ha hecho política; claro que
yo sospecho que la política también tendrá que hacerse pensamiento,
que hacerse inteligencia. Los intelectuales, es cierto, se
desentendieron en una época de lo nacional, pero no olvidemos
también que lo nacional se había desintelectualizado por
completo."
Habla a continuación del origen de la tradición española, y dice
que España fue grande cuando no era castiza, esto es, antes de que
las princesas y damas aristocráticas se dejaran pintar por Goya,
antes de aquellos momentos bulliciosos de toreros y manolas.
España fue grande cuando sabía que todo lo que es grande puede
servir a un destino universal. Celebro mucho que nos pongamos algunas
veces, como ahora, al habla para hacer nuestros exámenes de
conciencia, para examinar los problemas que nos inquietan.
Hace uso de la palabra a título de representante de una inquietud
política en el seno del alma española. Añade que la política
absorbe hoy todas las manifestaciones de nuestro pueblo, y que
precisamente por intentar deslindar lo intelectual de lo político nos
hemos encontrado en un callejón sin salida.
Habla de Eugenio Montes, de quien hace un cálido elogio,
expresando la admiración que siente por la labor del pensador
insigne, y dice que Montes recobra el sentido artesano de la
intelectualidad.
Analiza, por último, el resurgir nacional hispano con los más
puros valores de la raza, y termina diciendo que la grandeza de
España hace ya cuatro siglos que resplandeció.
La Época, 22 de febrero de 1935.