De pronto veo penetrar en mi gabinete de trabajo a don José
Antonio Primo de Rivera, hijo de¡ célebre dictador y jefe actual de
la Falange. Es una hora de la mañana en que los madrileños no tienen
costumbre de hacer visitas, sobre todo en estos crudos días de
invierno. Por fortuna, tengo encendida una estufa eléctrica bastante
buena y puedo proporcionarle a mi huésped una temperatura
confortable. Después me entero de que Primo de Rivera no usa ni
sombrero ni sobretodo. Por lo visto, es de esos envidiables seres que
andan por enmedio de las inclemencias de la vida embozados en su
hermosa juventud.
– ¿Cómo es que se ha tomado la molestia de venir a mi casa? –le
digo–. Hubiera sido más propio que yo fuese a la suya.
– Es que, en estos momentos, mi casa se halla un poco en
desorden... – ¿O acaso será porque temiera usted ... ?
– ¡No, no! ¡Yo no temo nada! –me interrumpe sonriendo.
Y esa sonrisa ha sido suficiente para que lo esencial del
temperamento de mi visitante se me revele de un modo instantáneo e
inteligible. La juventud asociada a la simpatía, a la inteligencia, a
la nobleza y al valor: he ahí los signos evidentes de ese muchacho
bien portado, bello de rostro y de figura, que lleva sobre su persona
la grave responsabilidad de un hombre apasionadamente discutido y el
no menos grave compromiso de continuar la obra nacional que su padre
dejó interrumpida.
Este "yo no temo nada", que Primo de Rivera pronuncia con
toda naturalidad, le va muy bien a un joven que es hijo de guerrero y
aristócrata y ha tomado la vida en un sentido combatiente y heroico.
Pero en sus palabras no se disimula el menor acento de fanfarronería
muchachil. Estoy por asegurar que Primo de Rivera es la negación de
la jactancia y el empaque.
– Antes nos perseguían a tiros de pistola –agrega–; hoy nos
persiguen de un modo aparentemente más legal, aunque más coercitivo.
Por ejemplo, no nos dejan publicar un periódico, y necesitamos
emplear el sistema medio clandestino del pasquín y las hojas
volantes. Pero, naturalmente, nosotros proseguimos nuestra campaña
cada vez con mayor entusiasmo.
– ¿Y también con mayor eficacia ... ? ¿Ganan ustedes muchos
prosélitos? ¿Entre cuáles esferas sociales recluta Falange el mayor
número de partidarios?
– Entre los estudiantes, principalmente. Y entre la clase media
ilustrada. Ya sabe usted que hasta hace tres o cuatro años ese
elemento social estaba absorbido casi completamente por las doctrinas
del izquierdismo revolucionario; la atmósfera de las Universidades se
veía impregnada de socialismo, comunismo e internacionalismo radical,
y su influencia alcanzaba al médico, al abogado, al empleado.
Entonces se consideraba que un joven inteligente y brioso no podía
ser otra cosa que un adepto de Marx, de Lenin o de Barbusse. Aquello
pasó, y hoy puedo asegurarle que, entre esa juventud, nosotros
contamos con más fuerza que nadie.
– ¿Y en los otros sectores nacionales? En el mundo agrario, por
ejemplo, y en las grandes poblaciones....
– En todas partes hacemos progresos, sin que quiera decirle con
esto que nos sintamos engreídos de nuestros resultados. No; nuestra
labor es difícil y tenemos que avanzar paso a paso y a través de
duras dificultades. Pero el vencer los obstáculos, para un partido
formado principalmente de jóvenes, en vez de una incomodidad resulta
una alegría. Hay que tener en cuenta que somos, como dicen, un
partido de derecha, pero no participamos de la principal ventaja que
suele atribuírsela a las organizaciones derechistas: el dinero. Somos
un partido financieramente pobre. Al principio, las gentes
conservadoras nos apoyaron, porque veían en Falange una fuerza que
actuaba como ariete contra la situación republicano-socialista de
tipo avanzado; pero después, al ocupar el Poder la nueva conjunción
derechista de la Ceda, se conoce que ya no necesitan de nosotros, y
hasta nos consideran un peligro.
En cambio, para los izquierdistas seguimos siendo unos inmundos
reaccionarios...
La risa con que acompaña estas últimas palabras está exenta de
toda ironía o amargura. José Antonio se ve que es incapaz de retener
en su alma cualquier especie de pozo enfermizo; sin duda, porque su
misma juventud le hace inmune, o acaso porque la conformación de su
personalidad está hecha para el optimismo. Así también era su
padre; aquel hombre que se lanzó a la más grande aventura sin otra
ayuda que su fe y su intuición sorprendente, y que el día en que
conoció la derrota de su propia credulidad, el día en que perdió la
fe en los hombres y en las ideas, pidió refugio a la muerte.
– Ahora una pregunta –le digo–. Una información que para mí
tiene gran importancia. ¿De qué lado se inclina la simpatía del
falangismo español?
Mejor dicho, ¿cuál de los dos fascismos adoptan ustedes como
modelo, el italiano o el alemán?
– Si le declaro a usted que ninguno de los dos –me responde
Primo de Rivera–, indudablemente habré exagerado; porque Falange
Española, como es lógico, se nutre de los métodos que están
experimentando en sus respectivos países los reformadores de Alemania
y de Italia. Pero nuestra adhesión no es absoluta. Nosotros
pretendemos crear una forma autoritaria de fondo y rasgos
específicamente españoles. Estamos previamente convencidas de que
España, aunque no sea ni mejor ni peor que las demás naciones, desde
luego es distinta. Tiene características muy acusadas, que es preciso
respetar, si no se quiere ir al fracaso, porque sería necio el luchar
contra la Naturaleza. Por otra parte, la tradición española es
demasiado fuerte y rica, y nosotros no vamos a cometer el desatino de
desaprovechar esas existencias y lecciones de la tradición. Nuestro
país ha vivido anteriormente muchas experiencias sociales, políticas
y económicas que hoy en el mundo empiezan a reivindicarse. Tenemos en
nuestra Historia ejemplos de legislación agraria y ganadera que puede
hoy mismo aplicarse con feliz eficacia; así como la organización por
gremios y oficios, y los fueros municipales, y los montes y bienes
comunales, y la "mesta", y tantas otras costumbres que
nacieron y prosperaron a impulso de la necesidad propia y
característica de la raza. En fin, pretendemos ser "muy antiguos
y muy modernos"... Creo que es una aspiración muy legítima y
fácil de comprender.
Antes de despedirnos he intentado llevar la conversación hacia el
recuerdo del marqués de Estella. Pero no ha tenido suerte mi
tentativa, porque mi joven visitante se ha mantenido en una discreta
reserva. El padre es para él, sin duda, la figura sagrada a la que se
tributa un culto profundo y silencioso. No quiere mancillar el
recuerdo con palabras que siempre serian imprudentes o irreverentes.
Sólo insinúa alguna frase evasiva:
– Mi padre llegó, acaso, demasiado pronto; cuando España no
estaba aún preparada para ciertas experiencias o pruebas...
JOSÉ MARÍA SALAVERRIA
El Pueblo Vasco, de San Sebastián, 9 de enero de 1935.