– Han trabajado para mermar nuestras filas –comienza diciendo–,
pero he aquí que cada vez somos más. ¿Quién iba a decir hace un
año que nos íbamos a encontrar reunidos en este local tantos
camaradas? Sin embargo aquí falta alguien. Falta Carrión. Manolo
Carrión, aquel hombre de archiburguesa vida, pacífica y monótona,
¡qué ejemplo el suyo y qué estilo de vida la de aquel compañero!,
y, sin embargo, ved el dedo de la Providencia en Su destino. En él
resonó precisamente de un modo apremiante, exigente, la llamada de lo
heroico, la voz de España. Y así, en efecto, murió como un soldado
bravo, preocupado hasta en sus últimos instantes de la suerte de su
amada Patria y de los destinos de su Falange. Por ahí andan diciendo
los otros –continúa el orador– que traerán éstas y las otras
ventajas. Pero digan ellos lo que quieran. Nosotros, por el momento,
no prometemos nada. Nosotros reclutamos gente para el sacrificio, para
la dura pelea e incluso para la muerte. En todo tiempo los hombres han
hecho más por el deber que por el beneficio, y a nosotros, camaradas,
nos ha tocado vivir en una época dura, austera, atiborrada de deberes
y, ahora bien, ¡alegrémonos profundamente de ello!
Cuando el mundo convalecía de una edad en que ni siquiera creía
que hubiera deberes ni verdades permanentes, saltamos a la palestra.
A su final asistimos; y tengamos siempre presente que si subsistió
dicha edad fue porque se alimentó del desgaste de cosas que ella no
trajo, que ella no creó ni fomentó. Tal como el sentido religioso y
familiar. Lo propio de aquella edad era disolvente y a todos nos dijo
que nada era absolutamente verdad y deber. Los Estados se convirtieron
entonces en territorios de discusión entre hombres. La máquina
recién inventada, del sufragio popular, vino a decirnos si había que
suicidarse o si había que subsistir e, incluso, si se podía
desmembrar a España.
La esclavitud en el Estado liberal
La Humanidad se hizo petulante. Creyó que era libre porque votaba
y que el progreso era indefinido. Pero ahora ya sabemos, y lo supimos
pronto, que la Humanidad no ha logrado el progreso y que ni tampoco ha
alcanzado la libertad. La libertad existía entonces sólo para
algunos. El obrero trabajaba jornadas larguísimas y percibía, en
cambio, un mísero peculio. Y es que en la edad liberal los pueblos
han sufrido siempre las mayores esclavitudes.
Se refiere a continuación el orador al gran mito del siglo XIX, al
progreso indefinido, y dice que las fábricas produjeron tanto que se
asfixiaban con su propia producción. La consecuencia fue para el
obrero, que ahora a millones se encuentran por las calles demandando
la limosna pública.
Pero aquello no podía continuar así. Surgió entonces el
socialismo y éste tenía razón inicial al amparar a los obreros.
Pero encerraba dentro de sí un profundo defecto, su interpretación
materialista de la historia. El marxismo, prosigue el orador, rompe al
individuo y es tan inhumano que incluso en Rusia ha fracasado. Porque
era su intento implantar el capitalismo de Estado, el socialismo de
Estado y, finalmente, el socialismo, y no ha logrado pasar del
capitalismo de Estado. Añade a continuación que el comunismo en el
campo ha sido de imposible realización. El labrador se ha sublevado y
el soviet ha desistido de aplicar el comunismo al agro ruso. De esta
manera, por este camino, el soviet irá a concluir en un nacionalismo
militar que, precisamente, ha hecho ya su aparición. Está la prueba
en las quejas de los primeros comunistas que dicen que el régimen
actual es algo napoleónico. Rusia, añade, no ha conseguido ser
comunista, ni marxista, porque no ha logrado matar su espíritu
religioso.
La postura de la Falange
¿Cuál es ahora nuestra actitud? A nosotros se nos dice que somos
panteístas del Estado. Pero no lo somos. Y si lo fuéramos, no
seríamos nacionalsindicalistas. Entendemos que el Estado debe tener
las riendas de la Patria. Pero para nosotros el Estado es el servidor
del destino de la Patria y de su unidad. Creemos, finalmente, que por
encima del Estado hay un rumbo histórico.
– Ahora, camaradas –exclama el orador–, es nuestra hora;
ahora es cuando todos nos dan la razón. En Europa todo quiebra. El
capitalismo, la industria, la agricultura, están en bancarrota, y he
aquí que España está entera y fuerte. Yo he estado en Alemania y en
Italia y comprendo que a estas dos naciones hay que admirarlas. Están
ahora pasando por un momento dificilísimo. Italia se encontraba
convaleciente de una victoria, y Alemania convaleciente de una
derrota. Pero el caso de España es distinto. España no ha pasado por
la guerra, se encuentra infrapoblada, sin navegación ni agricultura.
Hay en ella por hacer una faena de cien años. Pongámonos a trabajar.
España ha sido una nación que ha tenido magníficas ocasiones para
encontrar un rumbo nuevo. Pero parece que casi siempre también las ha
perdido. Pero nosotros no perderemos la nuestra. Sabemos lo que
tenemos que hacer. Devolveremos a España la fe en sí misma, la
ambición de reclamar sagrados y altos puestos. España es de valor
universal y tiene que volver a hacer oír su voz en el mundo. Debemos
infundir esta confianza en el pueblo y devolver, sobre todo, a España
una justicia social.
Hay que terminar con la lucha de clases
Las masas obreras –dice luego el orador, refiriéndose a la
necesidad de disciplinar el dinero– requieren un puesto en el mundo
y no les placen ya las palabras de benevolencia, y hay que lograr
ahora que los Sindicatos no sean asociaciones para luchar contra el
capitalismo, sino órganos integrantes de la economía nacional.
Afirma a continuación que queda mucho por hacer todavía en el
campo. El campo español –dice– hay que enriquecerlo y hay que ir
a la reforma social de la agricultura, hay que cuidar los bosques, y
para ello, ¿es preciso meter el arado en todas las tierras? No. Lo
que es preciso es trasladar a la gente labriega y trabajadora a
tierras fértiles, donde su labor fructifique y donde se dediquen
incluso a la ganadería, otra riqueza española perdida.
Hay que hacer –exclama José Antonio Primo de Rivera– un
trabajo enorme. Hay que hacer que los pueblos de España tengan luz,
pan y vestidos abundantes. Hay que hacer todo eso y hacerlo incluso
revolucionariamente. Habrá que respetar poco algunas veces, algunas
leyes establecidas, pero lo que hay que hacer es trabajar, trabajar
afanosamente. Toda la generación contemporánea tiene faena prolija.
Los vascos y la grandeza de España
Se refiere después el orador a los vascos, y dice que éstos
integran un pueblo que lleva en su frente el signo de la
predestinación. Un pueblo es tal pueblo cuando ha entrado en la labor
universal. Y mientras esto no acontezca, aquel pueblo está sumido en
la Prehistoria, en lo intuitivo. Ahora bien, mirad cómo el pueblo
vasco pasé casi inmediatamente de su vida primitiva a una alta vida
universal. ¿Y a qué se debió tan importante suceso? ¿De quién
recibió el espaldarazo? Lo recibió en el mismo instante que se
integró en la unidad de España. Por esto no quieren al pueblo vasco
los que le quieren encerrar en sus bailes y en sus músicas. Toda su
grandeza está en su unión a España, y por esto, camaradas,
convoquemos al pueblo vasco a esta gran empresa española de todos
nuestros anhelos y que las clásicas caras aguileñas de los hombres
del Norte asomen por la borda de los gloriosos navíos españoles.
Versión proporcionada por el subjefe provincial del Movimiento de
Guipúzcoa, camarada Juan Aizpurúa.