En la mañana del día 27 de octubre –consignaba ABC– llegó a
Oviedo don José Antonio Primo de Rivera, dedicándose, con algunos
correligionarios, a recorrer las partes derruidas de la ciudad.
Le entrevistamos en el hotel, cuando ya había visitado Moreda y
Mieres. Le acompañan los señores Ruiz de Alda y Cuerda, jefe de la
organización de Falange Española en Madrid. Mañana piensan ir a
Gijón a recorrer la cuenca minera.
– ¿Su impresión...?
– Terrible. Considero lo ocurrido como justificación de
consecuencias de tipo general. Y lo que veo más claro de todo esto es
que el sacrificio es demasiado cruel para volver a la normalidad de
antes. Ha sido una enseñanza para llevar a toda la vida de España un
sentido más profundo. Lo ocurrido hizo salir a la superficie lo más
soterrado de los valores nacionales; hemos venido a encontrar una
expresión de vida que le es peculiar a España: la defensa de los
valores espirituales, un sentido heroico militar.
Creo que el Estado debe venir en auxilio de los daños –añadió–,
empleando el procedimiento normal de habilitación de crédito o con
un empréstito bien garantizado; es decir, acudir con recursos
públicos.
Como suceso –terminó diciendo–, lo ocurrido aquí no es un
suceso local. Fue una ofensiva contra la estructura general de la
nación. Asturias recibió el golpe que iba dirigido contra toda
España.
Por eso, el Estado no puede, en manera alguna, desentenderse de
esta catástrofe económica de la región.