Apostrofó a los titubeantes, a los remisos. Y aprovechando que era
precisamente el aniversario de Lepanto –"la más alta ocasión
que vieron los siglos"– y recordando aquella hazaña portentosa
que decidió la suerte de Europa, aseguró que no valía la pena de
vivir para ver a España sometida al Islam rojo.
No os llevaré gratis a la muerte. Saldremos, yo el primero,
asumiendo el riesgo de la vanguardia. Si os falta valor saldré yo
solo. Porque de verdad mereceríamos que nos lapidaran sobre las
calles de Madrid si hoy mismo no afirmáramos de una manera resuelta
nuestra presencia. Alguien tiene que asumir la defensa total de
España, mientras sus enemigos se la disputan a dentelladas como
botín mostrenco.
Siquiera el ejemplo reciente de las juventudes francesas debería
incitarnos a producir rasgos de emulación. He visto a los jóvenes de
París levantando barricadas en la Plaza de la Concordia, dispuestos a
morir con tal de manifestar su repugnancia con todo lo que afecta: al
decoro, al honor y a la supervivencia de Francia. Y nosotros,
¿habríamos de permanecer indiferentes ante indignidades que nos
comprometen en mayor grado todavía? ¿Hemos de resignarnos a ver,
España fragmentada en tribus cabileñas? Mil veces roja antes que
rota, porque no recuperaríamos como tribu lo que perdamos como
nación...
A las doce sale de aquí la manifestación. Marchad como enlaces a
recorrer todo Madrid, citando a los camaradas todos. Quien falte será
un traidor indigno de la Falange. ¡Arriba España! (1).
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(1) Relato de Carlos Juan Ruiz de la Fuente y Jaime Conde.
Francisco Bravo Martínez, en Historia de la Falange, pág.
173, comenta ese episodio así: "Estuvo magnífico en los diez
minutos escasos que duró la arenga. Le temblaba en la voz un coraje
difícilmente contenido. Más que palabras, su boca apretada echaba
ascuas. Hasta los más pusilánimes se dejaron ganar por la emoción.
Pocas veces se vio a José Antonio tan jefe y tan autoritario."