De esta reunión tenemos que salir con el propósito resuelto de
constituirnos cada uno en un propagandista. Y tenemos que hacer la
propaganda de dos maneras: una, con la ejemplaridad de nuestra
conducta; otra, con la difusión de unas cuantas ideas que voy a
tratar de precisar.
Nuestro Movimiento es el único Movimiento completo; el único que
mira todo el problema de España en su integridad, de frente. Los
demás son movimientos sesgados, que ven a España desde puntos de
vista parciales. Como ejemplo de estos movimientos incompletos, los
que más pueden interesar en esta región son el nacionalismo y el
socialismo. Hay que hablar un poco acerca de ellos.
El nacionalismo eleva las características nativas (lengua,
costumbres, paisaje) a esencias nacionales. Se empeña en considerar
que son las características nativas lo que constituye una nación. Y
no es eso: las naciones son aquellas unidades, de composición más o
menos varia, que han cumplido un destino universal en la Historia. La
unidad de destino es la que une a los pueblos de España. Y entendida
España así, no puede haber roce entre el amor a la tierra nativa,
con todas sus particularidades, y el amor a la Patria común, con lo
que tiene de unidad de destino. Ni esta unidad habrá de descender a
abolir caracteres locales, como ser, tradiciones, lenguas, derecho
consuetudinario, ni para amar estas características locales habrá
que volverse de espaldas –como hacen los nacionalistas– a las
glorias del destino común. ¿Qué amor al pueblo vasco es el de esos
nacionalistas que colocan el apego a la tierra sobre el orgullo de los
nombres vascos que hicieron retumbar el mundo con sus empresas bajo el
signo de España?
El socialismo es también un movimiento incompleto. En vez de
considerar a un pueblo como una integridad, lo mira desde el punto de
vista de una clase en lucha con otras. Y lo que quiere no es mejorar
la suerte de la clase menos favorecida, sino aprovechar sus torturas
para agitarla por el camino de la revolución social. Así el
movimiento socialista tiende a la proletarización de los obreros, es
decir, a borrar las diferencias entre obreros incalificados y obreros
calificados, con objeto de impedir que éstos destaquen de la masa
propicia a la revolución; desdeña, además, al pequeño campesino
autónomo, cuya vida es, a veces, mucho más dura que la del obrero;
pero que no le sirve al socialismo para su revolución, y provoca, por
último, con huelgas políticas la ruina de las industrias, porque lo
que quiere es masas de proletarios sin trabajo, desesperados, que
declaren la revolución. En las cartas cruzadas entre Marx y Engels,
los autores del "Manifiesto comunista", se habla de los
obreros llamándoles "la canalla destinada a hacer con sus puros
la revolución".
Como el socialismo sólo busca la revolución social, hace del
hombre una helada máquina de angustia y de odio, desligado de todo
sentimiento: la religión, la Patria, la familia, el pudor mismo, son
extirpados del obrero como sentimientos burgueses.
Frente a esos movimientos incompletos sólo el de Falange Española
de las J.O.N.S. contempla al pueblo en su integridad y quiere
vitalizarlo del todo: de una parte, implantando una justicia
económica que reparta entre todos los sacrificios, que suprima
intermediarios inútiles y que asegure a millares de familias
paupérrimas una vida digna y humana. Y, de otra parte, compaginando
esa preocupación económica con la alegría y el orgullo de la
grandeza histórica de España, de su sentido religioso, católico,
universal, de sus logros magníficos, que pertenecen por igual a los
españoles de todas clases.
Si fundimos estas dos cosas, lo nacional, con todo lo que esto
envuelve, y lo social, con todo lo que esto exige, nos cabrá la
gloria de legar una España grande a los que nos sucedan.
(Breve "Discurso de la Unidad Española", pronunciado por
José Antonio en Pamplona el 15 de agosto de 1934, en el Centro local
de Falange, instalado en el paseo de Valencia. La fotocopia autógrafa
apareció en ¡Arriba España!, de Pamplona, y fue reproducido por vez
primera en la revista Jerarquía, de Pamplona, número de octubre de
1937).
Pueblo Vasco, San Sebastián, 17 de agosto de 1934.