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  GAMAS DE LA PERSECUCIÓN

Registro policíaco

El martes, hacia la una, estaban en nuestro centro de la calle del Marqués del Riscal unos cuantos, camaradas. Como se sabe, la parte del edificio destinada a oficinas de la Falange Española de las J.O.N.S. se halla clausurado hace tiempo sin que nadie sepa por qué. Pero dentro del mismo inmueble funcionan varias cosas más que ninguna autoridad ha suspendido: así, el Sindicato Universitario, la Bolsa de Trabajo, la oficina parlamentaria de nuestro compañero Francisco Moreno Herrera, las administraciones de JONS y de FE. Por todos esos sitios, y por el jardín, y por el garaje, donde había una camioneta en reparación, se movían, como de costumbre, dos o tres docenas de camaradas.

En esto llegó la Policía; los guardias rodearon el edificio y penetraron en él cinco agentes. Dijeron traer mandamiento para registrar el edificio y, sin más, pusieron manos a la obra. No requirieron, como manda la ley, la presencia de testigo alguno; por sí y ante sí penetraron en todos los rincones del edificio. Apenas hubo mueble que no movieran ni, desde luego, puerta que no hiciesen abrir. Por ningún sitio aparecía nada punible. Cuando he aquí que algunos de los agentes bajan al sótano –solos siempre, sin testigo alguno– y suben con la noticia de haber hallado unos pequeños cartuchos de dinamita, del tamaño de cohetes, y un frasquito de líquido inflamable. Nada menos, pero nada más.

El que entra no sale

El aparato de guardias desplegado alrededor de nuestro centro despertó la curiosidad de algunos camaradas que acertaron a pasar por allí. Unos iban a preguntar cosas de la organización; otros, sencillamente, pasaban por la Castellana o por la calle del Marqués del Riscal. Naturalmente, al advertir que algo anormal ocurría en el centro, penetraban para informarse. El que penetraba ya no salía. Los guardias le dejaban entrar, como en una ratonera; pero no salir. Así se fueron reuniendo dentro de las verjas los setenta y tantos hombres que han sido después tan útiles para urdir la historia de una reunión clandestina.

Camiones de guardias

Contentos los agentes con su hallazgo de dinamita y líquido inflamable, ya que debía parecerles suficientemente comprometedor, los policías levantaron acta y pidieron que alguno de los presentes la firmase. Como es natural, todos se negaron. Nadie había visto encontrar los cartuchos y el frasco descubiertos por la Policía. Muchos estaban bien seguros de que tales cosas no existían allí una hora antes. Aunque la Falange tuviera explosivos y líquidos inflamables no iba a guardarlos en su propio centro, tan frecuentemente visitado por la Policía. Nadie, por todo ello, se avino a firmar el acta.

Tal actitud produjo no poca contrariedad a los agentes. Salió uno de ellos, consultó con la Dirección de Seguridad y al cuarto de hora aparecían en la calle del Marqués del Riscal cinco camiones de guardias de Asalto y un ejército de éstos con mosquetones.

Todos los que se hallaban en el centro, en número de sesenta y siete, fueron detenidos y obligados a subir a los camiones. Incluso los dos camaradas nuestros que tienen representación parlamentaria. A nosotros esto del fuero parlamentario no nos emociona: nos limitamos a relatar. Pero conste que nuestros dos compañeros diputados a Cortes fueron detenidos y subieron a los camiones con los demás, y con los demás estuvieron presos en los sótanos de la Dirección de Seguridad. Hasta las cuatro y media no se les dijo que podían irse, cosa que ellos no quisieron hacer entonces; pero hasta esa hora estuvieron encerrados. Unos cuantos papeluchos, que jamás dicen la verdad, han negado esto. Bastaría la negativa de esos papeluchos para que se supiese que la cosa es cierta.

Grandes hallazgos

Y ahora viene lo sorprendente. La Policía, que en un registro minuciosísimo, de más de hora y media, sólo había encontrado los cartuchitos de dinamita y el frasquito de líquido inflamable, es decir, aquellos objetos de tamaño lo bastante minúsculo como para ser transportados en el bolsillo, ahora, al quedarse sola en el hotel, ya sin testigos de ninguna especie, empezó a descubrir por todas partes, sin el menor esfuerzo, armas, explosivos, líquidos destructores y artefactos. A montones. Bombonas de líquido inflamable, una bomba de cuatro kilos con aparato de relojería, pistolas, revólveres: "Basta". De no haberlo dicho, nadie sabe las máquinas de guerra que hubiesen seguido encontrando los policías.

Presos

Los sesenta y siete detenidos fueron hacinados en los inmundos sótanos de la Dirección General de Seguridad. Nadie espere quejas de nosotros. Ni aquellos lugares infectos ni todas las molestias que en ellos y fuera de ellos tengamos que soportar se traducirán nunca en lamentaciones. Nuestros presos llenaron de alegría los calabozos.

Allí estuvieron hasta la madrugada. A las tres y a las cinco fueron enviados al Juzgado de guardia en dos expediciones; cada expedición protegida por un ejército de guardias con toda suerte de armamentos. Encerrados en los calabozos del Juzgado, fueron pasando ante el juez para declarar.

A la cárcel

Cerca de las dos, el juez de guardia decretó la libertad de veintiuno de los detenidos. El oficial del Juzgado llegó, con la lista de los libertados, ante la reja detrás de la cual se apiñaban todos. Fue leyendo los nombres y dando salida uno a uno. No faltaba emoción a aquellos instantes, en que cada uno asistía al azar de que su nombre fuera uno de los leídos. Al terminar su lista, el oficial dijo:

– Los demás, a la carcel.

Y éstos, a una:

– ¡Viva España!

Dos delitos

Ahora resulta que en nuestro centro ha descubierto la Policía no uno, sino dos delitos: uno de tenencia de armas y explosivos y otro de reunión ilegal. Para poder componer éste se fue cazando, por el sistema contado arriba, a los sesenta y tantos que la Policía aprehendió. El juez ha comprobado –y por eso los ha puesto en libertad– que por lo menos veintiuno de los detenidos no estaban congregados en el local. Quedaban, por tanto, todo lo más, unos cuarenta, repartidos por todo el edificio y por el jardín. Grave reunión, como para poner en juego a todas las fuerzas de Policía.

Final

A estas horas siguen presos cuarenta y cuatro de nuestros camaradas. Acaso las autoridades busquen pretexto en los hallazgos de la Policía para agravar la campaña chinchorrero, mortificante, persistente, con que pretenden concluimos por aburrimiento. Se equivocan. Cada muestra de este estilo mezquino de lucha, típico de la hipocresía liberal, que concede derechos altisonantes para luego negarlos con subterfugios, nos afirma en la clara fe de que sólo en nuestro sistema puede hallarse la vida libre, digna, decorosa y alegre que queremos para nuestra Patria.

¡Camaradas perseguidos! ¡Camaradas presos! ¡Camaradas mortificados por poncios y monterillás! ¡Camaradas calumniados! ¡Camaradas mal entendidos! ¡Esta vida mezquina y putrefacta nos da la razón!

Adelante.

Todos juntos.

Con la Falange Española de las J.O.N.S.

¡Arriba España!

FE, núm. 14, 12 de julio de 1934.


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