Cuando ya llevaba dos horas vendiéndose en paz el tercer número
de FE, fue denunciado y recogido. ¿Por qué? ¡Nadie lo sabe! Según
el señor fiscal (así se lo dijeron en el Juzgado de guardia a
nuestro director), era delictivo todo el periódico. No éste o el
otro artículo, no tal o cual caricatura, sino todo el periódico;
desde la cabecera hasta el pie de imprenta, pasando por las
fotografías de ruinas romanas y por el anuncio de un almacén de
antigüedades.
Si nosotros conserváramos la más mínima fe en los principios del
Estado liberal, llenaríamos estas columnas de protestas. Nunca se ha
visto, en los usos judiciales, la denuncia de dieciséis páginas
enteras. Puede delinquiese en un concepto, en un párrafo o en un
artículo; delinquir en toda una publicación es imposible.
Claro está que con esta denuncia global, lo que se ha buscado –y
conseguido– es impedir la salida del número. Las autoridades
conocían la experiencia de nuestra aparición; entonces, como los
lectores saben, dos trabajos fueron denunciados; pero, horas después,
una nueva tirada del periódico salía, sin ellos, a la venta. Para
que el recurso –estrictamente legal– no pudiera repetirse, esta
vez ha sido denunciado el número entero.
Cada una de estas muestras de persecución nos cuesta miles de
pesetas, de honradas pesetas aventuradas en una empresa lícita. Cada
una de estas muestras de persecución nos irrita más. Pero nos
fortalece. ¿Cómo vamos a dudar, en vista de ellas, de que la razón
está de nuestra parte? No puede haber mejor ejemplo de lo que ocurre
en el Estado liberal. Se tiene exactamente la misma falta de
garantías que en las dictaduras. Como los gobernantes se lo
propongan, en el Estado liberal no se puede respirar ni vivir. Con la
diferencia de que mientras las dictaduras escriben sus principios a la
puerta, con letras claras, para que todos sepan con quién se las
entienden, el Estado liberal se cubre en hipócritas declaraciones de
libertad, debajo de las cuales perpetúa las más odiosas tiranías.
FE, núm. 4, 25 de enero de 1934.