Los jefes se pueden equivocar, porque son humanos; pero, por la
misma razón, pueden equivocarse los llamados a obedecer cuando juzgan
que los jefes se equivocan. Con la diferencia de que en este caso, al
error personal, tan posible como en el jefe y mucho más probable, se
añade el desorden que representa la negativa o la resistencia a
obedecer.
Un buen militante de la Falange debe confiar siempre en que los
jefes no se equivocan. La jefatura dispone de muchos asesoramientos y
pesa muchos datos que no conocen todos. Por eso hay que presumir que
los jefes tienen razón, aunque, desde fuera cueste, en algún caso,
adivinar sus antecedentes o sus móviles.
Además hay que suponer en los jefes calidades que los hagan dignos
de la jefatura. Si no las tuvieran, no estarían en su puesto, ni
quienes les siguen hubieran acatado su autoridad. La autoridad de los
jefes se acepta de una vez, y de una vez, por razones hondísimas, se
rehusa. Lo inadmisible, por anárquico y deprimente, es que cada cual
revise a diario su severo voto de disciplina.
El terreno de lucha
Falange Española aceptará y presentará siempre combate en el
terreno en que le convenga, no en el terreno que convenga a los
adversarios.
Entre los adversarios hay que incluir a los que, fingiendo acucioso
afecto, la apremian para que tome las iniciativas que a ellos les
parecen mejores.
Murmuración
La vida es milicia. La Falange es milicia. Y una de las primeras
renuncias que lo militar exige es la renuncia a la murmuración. Los
soldados no murmuran. Los falangistas no murmuran. La murmuración es
el desagüe, casi siempre cobarde, de una energía insuficiente para
cumplir en silencio con el deber.
Aquellos de los nuestros que no se sientan con fuerzas de espíritu
para sobreponerse a la comezón de murmurar, deben constituirse en
jueces de honor de sí mismos y expulsarse de la Falange por indignos
de pertenecer a ella.
Silencio
Aprendamos cada página y cada línea de la lección de los
caídos; esa lección que, para tener todo decoro, se reviste con el
supremo derecho del silencio.
El honor de la Falange
El honor de la Falange es el honor de cada uno de nosotros.
Guardémonos de contribuir con nuestros actos o con nuestras palabras
a que desmerezca en lo más mínimo el honor de la Falange.
FE, núm.3, 18 de enero de1934.