No es esto, no es esto –dijo de la República don José Ortega y
Gasset–. El señor Sánchez Román también encuentra que no es
esto. Nada de socialismo. Nada tampoco de derechas triunfantes en las
elecciones. No es eso, no es eso, nos dice, con su característica
frialdad de técnico, el señor Sánchez Román.
Si no hubiera dicho más, o si, después de dicho eso, hubiera
tanteado con la contera de su bastón el verdadero camino, hoy
estaríamos contentos. El señor Sánchez Román tiene uno de los
espíritus más precisos de cuantos funcionan en España; nos
encantaría y nos enorgullecería que participara del todo en nuestra
esperanza... Para nosotros, tampoco es esto, ni el socialismo ni la
pseudocontrarrevolución.
Ahora que, ¡es lástima!, lo que el señor Sánchez Román ve como
remedio no es el remedio que ya ha encontrado media Europa, sino,
cabalmente, aquello por cuya descomposición tuvo media Europa que
pensar en remediarse. El remedio está en la República de clase
media. En una República burguesa, pacífica y parlamentaria de tipo
francés, o, más aún, de tipo suizo.
Sería, realmente, delicioso asistir a un Parlamento de señores
barriguditos, con su perilla y su chaquet, y ver discurrir
plácidamente la vida española entre recepciones administrativas y
conmemoraciones en los liceos provinciales, con su esporádica sal y
pimienta de algún affaire de los gordos.
Pero este molde tan moderadito, que ya la misma gran Francia se
apresta a romper en pedazos, tropieza en España con una pequeña
contrariedad: en España no existe burguesía, o existe en proporción
muy pequeña con la totalidad del país. España es un país bronco y
desértico, tierra partida entre unos millones de proletarios, a
menudo rugientes de hambre y de cólera, y unos millones de beatis
possidentibus. Para arreglar eso, es decir, la falta de una capa
social intermedia, atenuante y bien avenida, es para lo que España,
necesita un Estado. Y el señor Sánchez Román le ofrece el Estado
que ha de manejar precisamente la clase que no existe. Si no fuera por
ese pequeño detalle, todo estaría arreglado.
¡Con lo bonito que sería pasear de chaquet, con una escarapela en
el ojal, por la altiplanicie de Soria!
FE, núm. 3. 18 de enero de 1934