Durante el revuelo que se originó a raíz del atentado que
perpetraron unos pistoleros, y mientras eran recogidos los heridos, el
agente de la autoridad, delegado en aquel acto, suspendió el mismo, y
entonces, el señor Carranza se adelantó al proscenio y, con voz
potente, dijo:
– No se puede suspender así este acto. Yo no hablaré. Pero
tenéis que escuchar a José Antonio Primo de Rivera, digno hijo de su
padre.
Seguidamente, José Antonio se adelantó a la batería y
manifestó:
– Como veis, estos hechos que se suceden frecuentemente no pueden
repetirse. Hay que terminar con este estado alarmante de desorden y
anarquía. La autoridad, cobarde para evitar la introducción de
elementos extraños, no lo es, en cambio, para suspender este acto,
atropellando nuestros derechos.
Siguió en duros términos de censura, diciendo que nunca
cumpliría ordenes de una autoridad que no la poseía para impedir la
libre circulación de los asesinos.
Transcurrido un rato, la presidencia del mitin, ejercida por
Carranza, le pidió que terminase, y entonces José Antonio acabó con
estas palabras: "La respetable y aquí única autoridad de don
Ramón Carranza me ruega que termine; sólo ahora se da por terminado
el acto. Antes quiero que todos gritéis conmigo: ¡Viva
España!"
De "Hacia la historia de la Falange": Sancho
Dávila y Julián Pemartín. t. I. pág. 43.