Este muchacho alto y fuerte y a la vez de rostro cetrino en sutil
palidez, tiene una constante inmovilidad en el gesto y un leve
cansancio en la voz pausada. Hay como un matiz de recelo en las frases
titubeantes del principio. Después, en súbita confianza, habla, en
elocuencia atrayente, y con su voz de suaves inflexiones.
– Vengo a que me cuente usted todo lo malo y todo lo bueno que le
proporcionó ser hijo del general Primo de Rivera, José Antonio.
– ¿Malo? En verdad, nada; aparte del sufrimiento motivado por
muchas cosas ocurridas a mi padre y por el dolor inmenso que su muerte
nos causó. Y bueno... El llevar un apellido ilustre, o célebre, como
usted quiera, es como un coeficiente que multiplica cualidades y
defectos y hace que nuestra vocación llegue más pronto. El apellido
suena vigilando aciertos y equivocaciones. Por lo que toca a mí, lo
que más me importa es mi vida profesional, y ésta sólo me
proporcionó satisfacciones. De antes y de ahora, en general, sólo
guardo recuerdos gratos; pero especialmente es algo del espíritu que
me interesa hacer constar lo inmejorablemente buenos que han sido
siempre mis compañeros conmigo.
– ¿Y cuando su padre estaba en el Poder?...
– Igual, aparte de la satisfacción indescriptible que nos
proporcionaba ser hijos de un hombre como él. Tanto es así, que
¿quiere usted saber cuánto he ganado durante el primer año de la
Dictadura? Pues... mil ochenta y cinco pesetas. Exactamente. Como
comprenderá usted, entonces no podía faltarme trabajo, aunque sólo
fuera por todas las recomendaciones que yo podía contar, y, en
cambio, he ganado tan poco porque esto mismo me impedía trabajar con
la tranquilidad de espíritu y de conciencia que necesitaba para estar
seguro de mí mismo. Precisamente cuando más he ganado fue en los dos
años que siguieron a la Dictadura, ya ve usted.
– ¿Qué impresiones guarda de niño, bajo el aspecto de ser hijo
de un hombre como el General?
– La de ser un chico que a los siete años le encantaban los
grandes dramas –en verso, naturalmente–, lo que motivaba que yo
hiciese alguno por mi cuenta, impresionante. ¡Ah! Sí, sí, no se
ría. Impresionantes, sobre todo en sus redondillas al estilo de
"La vida es sueño", "El puñal del godo", etc.
Después, como correspondía a la tradición familiar, todo mi afán
consistía en ser militar, para sentir más tarde, firmísimamente, la
vocación hacia el Derecho. Todas estas impresiones van salpicadas de
algún que otro "tremendo" castigo de mi padre, que ya
entonces era dictador. Figúrese que ante cualquier cosa que hacíamos
contraria a sus deseos nos metía en un cuarto, con la particularidad
de que dejaba la puerta abierta, y allí nos condenaba a un encierro
mínimo de ocho días, que se convertían siempre en un cuarto de
hora, disminuidos por un indulto que no se hacía esperar.
– ¿Qué impresión conserva de su padre?
– La de un respeto atrayente en todo momento. Es como un raudal
de clara luz su recuerdo. De chico me parecía una montaña de
carácter y dotes extraordinarias. Más tarde, suavizado esto por la
vida que se hace a los veinte años, sentía hacia él una respetuosa
efusión, preso en la prestigiosa simpatía que irradiaba. Lo que más
me impresiona de su recuerdo era su serenidad y su optimismo. Era como
una fuerza latente de juventud y vida...
Se electriza José Antonio al hablar de su padre. Tiene su voz un
matiz de fervorosa emoción y su rostro la suavidad de una íntima
ternura. Y habla, preso en el recuerdo, durante unos momentos. Luego:
– ¿Cuál es la finalidad de su vida, José Antonio?
– Llegar a saber un poco de Derecho. Es mi carrera como una novia
por la ilusión que me inspira. El Derecho, bien entendido, es
Arquitectura, es Ciencia y Arte. Bajo este aspecto he tenido mucha
suerte, superior, sin ningún género de dudas, a mis merecimientos.
Siempre estoy descontento de mí mismo; pero a la vez conservo la
impresión maravillosa que me proporciona el hallar, el descubrir en
mí construcciones sólidas, bajo el punto de vista arquitectónico
del Derecho.
– ¿Encuentra usted facilidades en su trabajo?
– Extraordinarias, por todos los conceptos, aun cuando, como le
he dicho antes, nunca estoy contento de mí mismo. Siento,
constantemente, una rebeldía, hija de un intenso afán de
superación.
– ¿Muchos años trabajando?
– Desde muy joven ya. Poco después de empezar mis estudios de
Leyes, mi padre, con un acierto inmejorable, me empleó, ganando
setenta y cinco pesetas, llegando, como máximo, a las ciento
veinticinco.
– ¿Qué ideales y aspiraciones tiene usted?
– La vida, en líneas generales, trae cada día una preocupación
y un interés nuevos. Esto es maravilloso vivirlo íntima e
intensamente, yendo siempre adelante con bríos y con fe. En algunos
momentos siento el deseo de poder servir a España de un modo. grande
e intenso. Cierto es que puede servírsela desde cualquier punto;
pero, de tener vocación, querría un puesto de mando, en el que
pudiera poner toda mi fe y energías en servir a mi Patria. Pero estos
deseos son vagos, ya que sobre todo está mi carrera, dentro de la
cual puedo servir lo mismo a España.
– ¿Tan satisfecho está usted, intelectual y sentimentalmente,
de su carrera?
– Intelectualmente, de un modo enorme. Sentimentalmente..., no,
lo confieso. Lo sedentario de esta carrera se contradice con mi
intenso afán de viajar. Si pudiera, sería mi vida un continuo
caminar a través del mundo. Es grandioso el poder vivir en los
países más diversos. Porque yo no viajaría por ver solamente, sino
por sentir, por empaparme de todos los ambientes y vivir la vida de
todos los países, bajo todos los cielos... ¿Ve usted? Esto, que
acaso nunca pueda realizar, es, en verdad, un ideal de mi vida,
necesariamente sedentaria.
BLANCA SILVEIRA–ARMESTO
Crónica, de Madrid, número 138, 3 de julio de 1932. Un mes
después escribía a la periodista que le había entrevistado: "Mi
distinguida amiga: El continuo ajetreo en que vivo me ha hecho aplazar
hasta ahora, contra mi propósito, el deseo de darle las gracias por
su interviú. Ha puesto usted en ella cordialidad y un acierto
difícil de lograr cuando fue tan larga y desordenada, por mi parte,
la conversación que sostuvimos. Le ruego reciba mi agradecimiento
sincero. Ya sabe dónde me tiene a su disposición. José Antonio
Primo de Rivera." (La carta fue obtenida por deferencia de
don Mariano Rodríguez de Rivas. En el membrete dice: "José
Antonio Primo de Rivera, Abogado. Los Madrazo, 26–Alcalá Galiano,
8. Teléfonos 10999–44722.")