Que si Monarquía, que si República, que si revolución, que si
España es así, que si España es de otro modo. Y eso por todas
partes. Reunidos tres españoles, no se habla de otra cosa que de
política, de política, de política.
Quien lo ve, se pregunta. ¿Pero es que aquí, en España, nadie
tiene otra cosa que hacer? Parece como si nos hubiera acometido una
fiebre colectiva. Todos nos sentimos médicos para diagnosticar el mal
de España, y ninguno repara en que él mismo es una parte de ese mal.
Mucho más útil que escribir cien artículos es ponerse a hacer bien
"algo"; lo más modesto, aunque sea remendar zapatos, dar
cuerda a los relojes, limpiar los carriles del tranvía...
Pudiera resucitar para gobernarnos el más maravilloso de los
gobernantes, y España no sanaría. No puede sanar mientras los
carpinteros no sean mejores carpinteros, los matemáticos mejores
matemáticos y los filósofos mejores filósofos.
En vez de procurarlo, todos nos hemos salido de nuestras faenas
para volcarnos en la misma actividad: la política. Mientras
vociferamos unos contra otros, aguardan arrumbados, en ociosidad que
debiera sacudirnos como un remordimiento, los estudios que no se
siguen y los trabajos que no se acaban. Mientras nos pelearnos entre
nosotros -como dijo Ramón y Cajal, el glorioso maestro de la
perseverancia-, la lanzadera duerme en el telar.
Ninguna palabra pudiera decir lo respetuosamente desconsolador que
es este espectáculo para quien, apartado un momento de la locura
colectiva, lo contempla con ojos de Historia. ¡Un pueblo entero, en
cada uno de sus individuos, se resiste a cumplir con el deber! Y ese
pueblo es España; justamente el pueblo en que todos los esfuerzos de
una generación serían pocos para recuperar el retraso de lustros que
debemos a antiguas perezas. Así, mientras nuestras Universidades no
producen sino eminencias aisladas y muchedumbres de productos
raquíticos, los universitarios (profesores y alumnos) se desgastan en
el más díscolo pugilato de derechas e izquierdas. Y mientras en la
bibliografía jurídica del mundo apenas se abre un hueco de segunda
fila para tal cual nombre español, los juristas españoles cierran
los libros de ciencia y redactan proclamas políticas.
Pero lo peor es ver así envenenada, frenética y desquiciada, a la
juventud. En tanto que los muchachos de la izquierda (ya hasta los
niños se dividen en derechas e izquierdas) escriben periódicos
revolucionarios y los de la derecha organizan mítines monárquicos y
suman firmas para documentos de protesta, ninguno se recoge, a pesar
de que están por hacer innumerables cosas, y que las horas, los
minutos que se desperdicien, al no hacerlas nunca, nunca se podrán
recuperar.
Por este camino, lo mismo da la Monarquía que la República que la
revolución. Con el régimen presente o con otro seguirá España
inficionada de su malestar. No hay otro remedio que aplicarse, cada
cual en lo suyo, a la dulce esclavitud del trabajo. Sea nuestra
oración de todas las mañanas: "Te ofrezco, España, la labor
que voy a hacer durante el día; para que te pongas en camino de ser
perfecta; yo no regatearé fatiga a mi tarea hasta acabarla con
perfección." Si no hacemos eso, no lograremos nada. Todo lo que
llegue nacerá traspasado de muerte con ese frío del telar en que
duermen las lanzaderas.
JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA
Unión Monárquica, núm. 102, 15 de diciembre
de 1930.