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  LA CORRESPONDENCIA A UNA SEMICORRESPONDENCIA

A propósito de un comentario aparecido en Informaciones

No tiene razón esta vez "El Abajo Firmante". Me duele mucho que no tenga razón, porque la injusticia que sin querer comete en su "Semicorrespondencia" de anoche no puede menos de nublar un poco mi admiración por la galanura habitual con que está escrita y por el afecto -cordialmente agradecido- con que me la dedica. Pero no tiene razón. Los ex ministros de la Dictadura no son "quienes, por error o por atender a su medro personal, amontonaron sobre ella desaciertos indudables"; en contraste con "lo único bueno de la Dictadura", que fue "la primera actuación personal del dictador cuando se trataba de imponer autoridad y hacer guerra". Y mucho menos aún, aprovechando mi amor filial, "tan simpático y plausible", me llevan y me traen para defender no a mi padre, sino "las ambiciones ajenas", encaminadas a lograr para sí propios "la vuelta al Poder personal, ejercido sin freno ni vigilancia".

Nada de esto diría "El Abajo Firmante" si supiera lo que yo sé, por haber sido testigo. Mi padre se fue a París con el abatimiento del que ve deshacerse en unos días la obra ingente de seis años. Todavía el general Berenguer no dominaba su misión, hoy más certeramente orientada en el sentido de defender el orden. El señor Argüelles y el señor Estrada, sin freno, se disputaban el campeonato de la insensatez; aquél, con sus declaraciones derrotistas; éste, con la facundia del que no sabe disimular el descompuesto regocijo del encumbramiento. Todo era deshacer a tontas y a locas, con la esperanza de atraerse así a los enemigos de la Dictadura. Ya habrá visto el Gobierno de lo que aquello le sirvió. Mi padre se dio cuenta de que había que agrupar a la gran masa del país, salida por primera vez de sus casas para cooperar desde los Ayuntamientos, desde las Diputaciones, desde todos los puestos, a la admirable administración de la Dictadura. No era lícito siquiera dejarla que se hundiese otra vez en el desaliento, aplastada por la triunfante procacidad de los caciques resucitados. Y para alzar la bandera que tornara a agrupar a los dispersos -bandera política, propia para ser tremolada por hombres civiles- llamó a los que fueron en el Gobierno sus colaboradores.

¡Hubiera visto "El Abajo Firmante" la resistencia que encontró en ellos!

Y no por indisciplina, ni mucho menos por deslealtad, sino por la más completa falta de ambición. Aquellos hombres beneméritos, que soportaban silenciosamente la calumnia, la injuria, la befa y el derrumbamiento de sus obras, no apetecían la notoriedad. Cumplido el deber, más les llamaba cien veces el descanso de sus hogares que el afán del Gobierno, falto para ellos, por lo largamente conocido, hasta del aliciente de la novedad. Tan ahincadamente se resistieron a formar un partido que -créame "El Abajo Firmante"- temo que el encargo de mi padre se hubiera quedado sin cumplir si no lo sella con la decisiva autoridad de la muerte.

¿Me podrá convencer después de eso de que los ex ministros de la Dictadura sólo se mueven por la ambición de volver a ser dictadores? No me convencerá, ni tampoco de que el poder personal sin límites es lo único que pueden defender, porque nada más hicieron. ¿Y el Estatuto Municipal? ¿Y el saneamiento de la Hacienda, que ha aumentado su recaudación en 1.000 millones? ¿Y las maravillosas Confederaciones Hidrográficas? ¿Y los nuevos 1.500 Kilómetros de ferrocarriles? ¿Y la obra sanitaria? ¿Y el aumento de 5.000 escuelas, obra del ministro -espejo de modestia y lealtad- a quien se trata con tanto desdén? ¿Y la política social de la Dictadura? ¿Y tantas otras cosas? Todo ello constituye un magnífico "contenido" de Gobierno que no tiene que ver con la "forma" dictatorial. En cualquier otro régimen puede proseguirse, y piensen todos si el designio de su prosecución no constituye un programa bastante más sustancioso que el que se cifra, por ejemplo, en si las Cortes han de ser ordinarias o constituyentes.

Por eso yo -y no hablaría de mi insignificancia si a mí personalmente no se hubiera dirigido "El Abajo Firmante"- acompaño al conde de Guadalhorce en sus propagandas. Primero, porque me liga a él la memoria de mi padre, cuya defensa es el primero de mis deberes, y segundo, porque creo en sus dotes de gobernante y en las de sus compañeros. Porque, créalo "El Abajo Firmante", acaso el poder personal, si no se encaja en un armonioso sistema político, lleve al fracaso; pero, desde luego, ningún sistema político ha hecho feliz a ninguna nación. No gobiernan los sistemas ni las ideas: no gobiernan más que los "hombres".

JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

La Nación, 10 de octubre de 1930.


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