Al levantarse el hijo del inolvidable marqués de Estella una
estruendoso salva de aplausos le saluda.
Hecho el silencio, don José Antonio Primo de Rivera, en un
párrafo bellísimo, que causa honda emoción en el auditorio, dice
que recoge los aplausos porque sabe que no son para él, sino para su
apellido, que le hace llevar presentes en su memoria los trabajos, las
enseñanzas y doctrinas de su llorado padre. (La ovación con que se
acogen estas palabras es ensordecedora.)
"Galicia -continúa diciendo- sabe muy bien lo que era el
antiguo régimen, porque Galicia ha sido una de las regiones de
España que más ha padecido a los viejos políticos, cuyos ministros
sólo se acordaban de los gallegos para cobrarles el sangriento
tributo de sus votos.
Cuando cesaban las contiendas electorales ya no se volvían a
acordar de esta hermosa región ni del resto de España hasta que se
anunciaba una nueva lucha de sufragio. Ahora vuelven los ojos a la
región como otorgándoles un favor; pero los tiempos han cambiado.
Cierto es que desde 1923 no ha habido, nuevas elecciones; pero, en
cambio, habéis aprendido mucho desde entonces en materia política.
Los únicos que no han aprendido nada han sido los viejos
gobernantes, que siguen fracasando, como lo demuestra el caso del
ministro de Hacienda, que, por ignorancia y torpeza política, ha
tenido que dimitir.
Sabemos recordar y llorar; pero tenemos valor suficiente para
demostrar que, aun llorando, sabremos luchar por los altos ideales que
defendemos."
Don José Antonio Primo de Rivera ha sido interrumpido varias veces
en su discurso con grandes vítores y aplausos, y al terminar sus
palabras recibe una prolongada ovación.
La Nación, 1 de septiembre de 1930.