En otro lugar reproducimos las conclusiones que aprobó la Junta
Suprema de la Federación de Estudiantes Católicos.
No vamos en este momento a examinar, ni superficialmente siquiera,
tales conclusiones. Decimos, de una manera genérica, que son
interesantísimas; que son, además, sistemáticas y concretas, y que
merecen por muchos motivos estudio atento y parsimonioso.
Las características confesionales, que merecen nuestra simpatía,
no constituyen la motivación del elogio. No se olvide que siempre
subrayamos en sentido favorable el desarrollo de las actividades
noblemente profesionales. Y la preocupación que inspira la
enseñanza, y que se traduce en las conclusiones, es una preocupación
tan justificada y tan legítima, que sólo alientos merece. No hay que
insistir en la perogrullada de que a la clase escolar,
preferentemente, y mejor absolutamente, debe interesarle el estudio.
Al margen de la crítica, y en tono menor, desde luego, no huelga
en los momentos actuales, y como resultado leal de aquellos
convencimientos, una advertencia. Es que se habla de una política
escolar. Y lo que es y podrá ser la política escolar si no se ciñe
a lo pedagógico, nosotros, francamente, no lo entendemos. Si
lográramos entenderlo, difícilmente podríamos justificarlo. Para
una organización profesional, contactos y propagandas nos parecerían
lógicos. Para otros fines, se nos antojan improcedentes. Que un
estudiante ya maduro se apoye en reacciones transitorias para erigirse
en caudillo o en apóstol de las masas universitarias, sería una
puerilidad, al no constituir sino una lamentable agitación
momentánea.
La política en las aulas no fue nunca útil. Ni la oportunidad ni
la necesidad reclaman la política en medios tan puros. Y si los altos
intereses de la cultura, que se elevan y se prestigian por su misma
significación, llegan a contaminaciones peligrosas, perderán en
autoridad lo que ganen acaso en popularidad. Y entre la autoridad y la
popularidad no hay dilema posible tratándose de la enseñanza.
No ha de exigirse la uniformidad en el pensamiento escolar, ni
sería discreto establecer entre los escolares divisiones políticas,
porque la política supone fatalmente la pasión, y la pasión
mataría o amortiguaría lo preferente, que es el estudio. Al talento
y a la sensibilidad de la misma juventud no se ocultarán esas
sugerencias. Y en días de transición y de exaltación, que son días
contados en la historia de un pueblo, ello puede pasar. Que no se
forje, sin embargo, en la contumacia dañosa una costumbre o un
sistema. Sobre tan remota posibilidad, sin acritudes, respetuosamente,
llamamos la atención.
La Nación, 22 de febrero de 1930.