Un grupo
de españoles, soldados unos y otros hombres civiles, no quieren asistir a la total
disolución de la Patria. Se alza hoy contra el Gobierno traidor, inepto, cruel e injusto
que la conduce a la ruina.
Llevamos soportando cinco meses de oprobio. Una especie de banda facciosa se ha
adueñado del Poder. Desde su advenimiento no hay una hora tranquila, ni hogar respetable,
ni trabajo seguro, ni vida resguardada. Mientras una colección de energúmenos vocifera
incapaz de trabajar en el Congreso, las casas son profanadas por la Policía
(cuando no incendiadas por las turbas), las iglesias entregadas al saqueo, las gentes de
bien encarceladas a capricho por tiempo ilimitado; la ley usa dos pesos desiguales: uno
para los del Frente Popular, otro para quienes no militan en él; el Ejército, la Armada,
la Policía, son minados por agentes de Moscú, enemigos jurados de la civilización
española; una Prensa indigna envenena la conciencia popular y cultiva todas las peores
pasiones, desde el odio hasta el impudor; no hay pueblo ni casa que no se hallen
convertidos en un infierno de rencores: se estimulan los movimientos separatistas; aumenta
el hambre, y, por si algo faltara para que el espectáculo alcanzase su última calidad
tenebrosa, unos agentes del Gobierno han asesinado en Madrid a un ilustre español,
confiado al honor y a la función pública de quienes lo conducían. La canallesco
ferocidad de esta última hazaña no halla par en la Europa moderna y admite el cotejo con
las más negras páginas de la Checa rusa.
Este es el espectáculo de nuestra Patria en la hora justa en que las circunstancias
del mundo la llaman a cumplir otra vez un gran destino. Los valores fundamentales de la
civilización española recobran, tras siglos de eclipses, su autoridad antigua, mientras
otros pueblos que pusieron su fe en un ficticio progreso material ven por minutos declinar
su estrella; ante nuestra vieja España misionera y militar, labradora y marinera, se
abren caminos esplendorosos. De nosotros, los españoles, depende que los recorramos. De
que estemos unidos y en paz, con nuestras almas y nuestros cuerpos tensos en el esfuerzo
común de hacer una gran Patria, Una gran Patria para todos, no para un grupo de
privilegiados. Una Patria grande, unida, libre, respetada y próspera. Para luchar por
ella rompemos hoy abiertamente contra las fuerzas enemigas que la tienen secuestrada.
Nuestra rebeldía es un acto de servicio a la causa española.
Si aspirásemos a reemplazar un partido por otro, una tiranía por otra, nos faltaría
el valor prenda de almas limpias para lanzarnos al riesgo de esta decisión
suprema. No habría tampoco entre nosotros hombres que visten uniformes gloriosos del
Ejército, de la Marina, de la Aviación, de la Guardia Civil. Ellos saben que sus armas
no pueden emplearse al servicio de un bando, sino al de la permanencia de España, que es
lo que está en peligro. Nuestro triunfo no será el de un grupo reaccionario, ni
representará para el pueblo la pérdida de ninguna ventaja. Al contrario: nuestra obra
será una obra nacional, que sabrá elevar las condiciones de vida del pueblo
verdaderamente espantosas en algunas regiones y le hará participar en el
orgullo de un gran destino recobrado.
¡Trabajadores, labradores, intelectuales, soldados, marinos. guardianes de nuestra
Patria: sacudid la resignación ante el cuadro de su hundimiento y venid con nosotros por
España una, grande y libre. Que Dios nos ayude! ¡Arriba España!
Alicante, 17 de julio de 1936.
JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA