Ahora resulta que nosotros, los de la Falange, hemos preferido la
clandestinidad a la propaganda abierta. Calculo que Miguel Maura no tomará como base de
su imputación los días en que vivimos, porque si tal hiciera, yo tendría que retirar mi
presunción de que obra de buena fe. El que ahora tengamos los centros cerrados, la Prensa
suspendida y la tribuna silenciosa se debe a menudas circunstancias, ajenas a nuestra
voluntad, que ni Maura ni nadie puede desconocer. Pero ¿antes? Hay para hacerse cruces.
Durante el año anterior al 16 de febrero, contra viento y marea porque también
aquellos ministros de la Gobernación procuraron por temporadas hacemos la vida
imposible, publicamos un semanario, dimos cerca de doscientos mítines, abrimos
centros en todas las provincias de España y publicamos tres millones de hojas impresas,
y, por último, presentamos cuarenta y tantas candidaturas para las elecciones generales.
Yo creía que todo esto no era clandestinidad. Ahora veo que me equivocaba. ¿Qué habrá
llegado a saber de nuestro Movimiento el ciudadano medio español cuando político tan
alerta como Miguel Maura, en trance de escribir benévolamente acerca de nosotros, ni
siquiera conoce que hayamos dado señales de vida? Más: ignora hasta nuestro nombre. Dice
que nuestro fascismo no tiene de italiano sino el nombre. Y, cabalmente, el nombre
es lo que no tiene ni ha tenido nunca: jamás se ha llamado fascismo en el olvidado
párrafo del menos importante documento oficial ni en la más humilde hoja de propaganda.
Así, ¡ay!, nos conocemos unos a otros en esta España de nuestros desvelos. ¿No sería
cosa de pensar, aunque nos pegáramos mucho, en escucharnos los unos a los otros alguna
que otra vez?
Precisamente cuando unos cuantos nos lanzamos a fundar lo que ahora parece a Miguel
Maura realidad preocupadora nos impusimos como el más estricto deber el de
conservar, sobre todo, aun en las manifestaciones más ásperas de la lucha, dos cosas,
que casi son una: el rigor intelectual y el estilo. Nos horrorizaba la recaída en
aquellos semibalbuceos de nuestro advenimiento que interpretaba como fascismo o cosa
parecida el saludo, consignas secretas y el reparto clandestino de unas docenas de
pistolas. Si Miguel Maura hubiera tenido la amabilidad de leer algunos de mis discursos
desde el de la Comedia, el 29 de octubre de 1933, hasta el del domingo anterior a
las últimas elecciones; si hubiera leído los trabajos publicados en Arriba, humildemente
anónimos las más de las veces, por mis camaradas de más clara cabeza, notaría que
nuestro Movimiento es el único Movimiento político español donde se ha cuidado
intransigentemente de empezar las cosas por el principio. Hemos empezado por preguntamos
qué es España. ¿Quién la vio antes que nosotros como unidad de destino? Analice
Miguel Maura este concepto, y verá cómo recoge y explica todo lo inmanente y lo
trascendente de España; cómo abraza, por ejemplo, en una superior armonía, la
diversidad regional, tan peligrosa en manos de los nacionalistas disolventes como de la
gruesa patriotería de charanga. Así, empezando por preguntarnos qué es España, nos
forjamos todo un sistema poético y preciso que tiene la virtud, como todos los sistemas
completos, de iluminar cualquier cuestión circunstancial. La Falange es el único partido
nacional los marxistas no son nacionales que responde a un cuerpo de doctrina
formulado, con rigor hasta la última coma, en 27 proposiciones. Un cuerpo de doctrina y
no un recetarlo de soluciones caseras, porque eso lo tienen casi todos, y nosotros no lo
tenemos, gracias a Dios.
Pero ¡si hasta hemos oído burlas por este prurito sistemático! Si por tratar yo en
el Congreso, al hablar no menos que de la revolución de Asturias, de verla bajo especie
de historia, el señor Gil Robles me llamó ensayista. ¡Ensayista! Ya se da cuenta
Miguel Maura de que, en boca del señor Gil Robles, esta palabra tiene toda la intención
de un agudo sarcasmo.
Por habernos portado como ensayistas, por no haber caído en la idolatría de la
actividad, de la agitación ruidosa y vana de eso que llama Rafael Sánchez Mazas la
retórica de la acción, creo que hemos preservado a nuestra obra contra muchos
gérmenes de fracaso. ¡Qué duros tiempos de prueba soportaría ahora si no le
hubiéramos impuesto a tiempo aquella sal del bautismo! Y no aludo a las dificultades
exteriores, como encarcelamientos y otros fastidios. Eso son peripecias pasajeras. Aludo
al riesgo tremendo de deformación. Ahora todos se vuelven fascistas. Hay como una
carrera de aspirantes a dictadores. Desde los sitios más dispares se lanzan guiños
en ocasiones, casi indecentes para ver si la Falange cautiva se deja raptar
por esos ocasionales donjuanes. Pero, claro, la Falange, sin saber por qué estas
cosas, adquiridas por vía poética, casi religiosa, no hallan expresión en boca de todos
los fieles; la Falange, sin saber por qué, descubre en sus galanteadores un
impalpable matiz grotesco. Su locuacidad flatulenta, su impudor para lanzar al aire las
palabras más delicadas y solemnes, su urgencia para llegar a resultados prácticos, su
falta de alusión a los primeros principios... Todo eso hace que a la Falange le suene la
palabrería de sus pretendientes como un lenguaje extraño y sospechoso. Lo que entre
nosotros se comunica en media palabra queda oscurecido en torrentes de vocablos ajenos.
Ese estilo de los recién llegados se denuncia a la legua, por lo mismo que cuidar el
estilo fue nuestra permanente preocupación.
Ahora oímos todos los días: "La Patria", "El Ejército",
"Antimarxismo", "Estado totalitario", "Me declaro
fascista..." y centenares de cosas más. Pero todo como en un torbellino, como en una
algarabía, sin que pueda saberse a qué ley matemática y a qué ley de amor obedece.
Más parece eso la invitación a un baile de disfraces que la invitación para embarcarse
en una empresa religiosa y militar de hacer historia.
Por eso, puede creerlo Miguel Maura, asisto al correr de estos días con impasible
tranquilidad. Y hasta acepto que se me eche en cara, con justicia o con injusticia, el no
haber movido demasiado la propaganda de periódicos, carteles, "radio",
automóviles, discursos... Acaso sea lo mejor.
(La censura prohibió en abril de 1936 la publicación de este artículo en Informaciones,
que apareció en Baleares el 6 de enero de 1940)