Empieza su
discurso Primo de Rivera diciendo que parece que estamos en el año 1933. Otra vez la
misma propaganda, otra vez las mismas luchas y otra vez perder el tiempo inútilmente. En
las Cortes pasadas no se ha podido hacer nada; en las que van a elegirse, tampoco se
hará.
¿Que por qué? Porque los partidos socialista, comunista y de izquierda republicana
saben concretamente por lo que van; pero los de derechas no oponen a aquéllos más que el
miedo, el terror a las consecuencias de aquellas doctrinas, pero nada constructivo.
Aconsejan que se vote por el miedo de lo que pueda pasar.
Se aliaron con los radicales viejos y anticatólicos, y así no fue posible realizar el
programa de abolir el divorcio y restablecer el crucifijo en las escuelas.
¿Qué ha ocurrido de 1933 a 1935?
El paro forzoso de 700.000 obreros; 700.000 familias que no comen. En la economía
pública no se hacen milagros. ¿Que cómo se remedia? Dando comida, dando trabajo; no hay
otra manera. Con discursos y palabras no se vive.
Precisamente por decir que hay que dar trabajo, que hay que dar comida, que hay que
imponer sacrificio a los potentados, se han quedado fuera de otras Cortes; intentan la
reforma y no pueden ponerse de acuerdo, llegándose a una solución que no resuelve nada,
porque al ritmo que se le imprime tardaría en resolverse el problema ciento sesenta
años, y que digan los campesinos sí pueden tener paciencia para conformarse con eso.
Surge la revolución de octubre, y, de momento, toda España se pone al lado de Lerroux
y se puede dominar.
¿Se ha vencido la revolución? No. Para ello hace falta desenlazarla de los criminales
asesinos y repugnantes separatistas que la prepararon y alentaron, empujando a los
infelices obreros para que los ametrallaran.
Después, ver la razón de justicia que, ofreciendo su programa constructivo, con fe en
su destino de llegar a una Patria grande, madre de todos, grandes y chicos, porque nuestra
tierra da para que todos vivan y que nadie pase hambre.
Lo que padecemos en España es la crisis del capitalismo, pero no lo que vulgarmente se
entiende por tal, sino el capitalismo de las grandes empresas, de las grandes compañías,
de la alta banca, que absorbe la economía nacional, arruinando al pequeño labrador, al
pequeño industrial, al modesto negociante, con beneficio y lucro de los consejeros, de
los accionistas, cuentacorrentistas y demás participantes; es decir, de los que no
trabajan, pero que se benefician del trabajo de los demás.
El trabajo lo tenemos bien elocuente en Sanlúcar con el cultivo de la vid.
Antes todos eran pequeños propietarios que labraban sus viñas con cuidadoso esmero
para obtener los mejores caldos, que luego eran codiciados y solicitados por sus
excelentes cualidades. Era una célula humana donde todos vivían patriarcalmente en sus
hogares felices. Vino el capitalismo absorbente con sus grandes empresas. Ya no se escogen
los buenos caldos. Ya se compran las grandes partidas de miles de hectolitros, sin mirar
la procedencia y con el único fin de las grandes ganancias.
Y viene la obligada consecuencia de la ruina de los pequeños propietarios, hasta
convertirlos en pobre obrero y pobre asalariado, alquilado como bestia de carga.
Así es que el capitalismo no sólo no es la propiedad privada, sino todo lo contrario.
Cuanto más adelanta el capitalismo, menos propietarios hay, porque ahoga a los pequeños.
Los Bancos son meros depositarios del dinero de los demás. No producen. A los dueños
del dinero les abonan el uno y medio por ciento, y por ese mismo dinero, que no es suyo,
cobran a los demás el siete y ocho por ciento. Con sólo una sencilla manipulación de
dos asientos en sus libros obtienen esa pingüe diferencia.
Es decir, que el esfuerzo del trabajo lo absorbe la organización capitalista.
Hay que hacer desaparecer este inmenso papel secante del ocioso privilegiado que se
nutre del pequeño productor.
Hay que transformar esta absurda economía capitalista, donde el que no produce nada se
lo lleva todo, y el obrero que trabaja o crea riqueza no alcanza la más pequeña
participación.
España está en mejores condiciones que el resto del mundo para desmontar ese vicioso
sistema. Cuando todos nos unamos y nos constituyamos en nuestros propios banqueros y
tengamos una organización corporativa propia, en una unidad de intereses y de
aspiraciones, tendremos una economía nacional fuerte y robusta y habrá desaparecido la
miseria.
Menos gritos que nos hundimos y más atención a estos problemas.
Pensad que la Patria es un gran barco donde todos debemos remar, porque juntos nos
hemos de salvar o juntos pereceremos.
(Arriba, núm. 32, 13 de febrero de 1936)