LA CRISIS NÚMERO SIETE
Con las Cortes cerradas, con los ministros elegidos en la más amigable componenda, con
decreto de disolución y con todo, no ha sido posible evitar la séptima crisis del año
1935. Queden anotados sus rasgos para conocimiento de lectores futuros: a mediados del mes
se formó un Gobierno presidido por el señor Portela Valladares. En este Gobierno
entraban varios respetables señores amigos suyos y los representantes de tres partidos de
los que durante los dos gloriosos años 1934 y 1935 han regido los destinos de España; se
alude al partido radical (cuya presencia en el Gobierno era, sin embargo, dudosa, porque
no se sabía si los ministros que fueron radicales continuaban siéndolo), al partido
liberal demócrata (vulgo melquiadista, lo cual no se puede negar que es un bello nombre)
y al partido agrario (compuesto por aquellas personas más tenazmente opuestas a que se
intente arreglar la cuestión agraria). Estas tres agrupaciones políticas, durante dos
años entendidas con la C.E.D.A., la dejaron en la estacada a última hora y aceptaron las
dulzuras del Poder a la sombra del señor Portela Valladares.
El señor Gil Robles, a quien seduce la idea de ganar las elecciones próximas (quién
sabe si para disponer de otros dos años en que ir preparando las siguientes, y así hasta
la eternidad), podía pasar por todo menos por asistir impasible a la formación de un
partido centro con el auxilio de sus antiguos aliados. La futura posible C.E.C.A.
(Confederación Española de Centristas Autónomos), todavía más cómoda y menos
comprometida que la C.E.D.A., y llamada, por lo pronto, a gozar el suave calor de las alas
gubernamentales, podía constituir una rival terrible. Agil, el señor Gil Robles disparó
una nota anunciando que las huestes cedistas no darían sus votos a los antiguos
compañeros del bloque si éstos no rompían con el Gobierno del señor Portela. Agrarios,
melquiadistas y ex radicales, con el resuello en el cuerpo, pensaron que acaso fuera mejor
lo mediano conocido que lo bueno por conocer; es decir, que fuese mejor hacer las paces
con la C.E.D.A. que lanzarse a la aventura de formar una C.E.C.A. Y así, en el Consejillo
de ministros del lunes, no se sabe si dimitieron o cómo se las arreglaron, pero sí se
sabe que produjeron la crisis.
AQUÍ NO HA PASADO NADA
¡Crisis a mí! ha dicho para sus adentros el señor Portela. ¿Que
tres de los partidos gubernamentales me retiran su apoyo? Pues como si me lo retiraran los
cinco. Vengan acá los amigos personales necesarios y a llenar el Gobierno.
Así se ha constituido un Gabinete que no representa a partido alguno y que no tiene
detrás de sí masa alguna de opinión. Los ministros son unos señores respetables,
puestos al frente de los destinos de España por designio de una preferencia personal. ¿Y
cuál es su misión? De una parte, gobernar por ahora. De otra parte, presidir unas
elecciones en las que van a ser interesados, según se ha dicho por pluma de la máxima
autoridad.
A nosotros ni nos va ni nos viene la fidelidad con que el sistema liberal,
constitucional y parlamentario se atenga a sus principios. Pero que no nos vengan con
historias: ni sus partidarios oficiales creen ya en que pueda tenerse en pie. Lo prueba el
experimento de ahora, cuya audacia debe tener estupefactos a los pocos ingenuos de la
constitucionalidad: en estas circunstancias interiores e internacionales peligrosísimas
rige a España un grupo de respetables particulares a quienes nadie ha dado sus votos.
OSCURIDAD
El año 1936 se presenta más confuso quizá que ninguno de los anteriores del
siglo. El socialismo, aparentemente derrotado en octubre de 1934, levanta la cabeza con
altanería, señala condiciones a los republicanos de izquierda, sus presuntos aliados, y
acaso sea el partido que traiga el grupo homogéneo más numeroso de las próximas Cortes.
Si este grupo, sumado al de los izquierdistas burgueses, es suficiente para gobernar,
vendrá una nueva etapa semejante a la del primer bienio, pero mucho más cruda, más
rencorosa, llamada a terminar en la incautación violenta del Poder por los socialistas,
que no repetirán la prueba de dejarse arrebatar una ocasión.
Las derechas es poco probable que triunfen. Contra lo que ocurre con las izquierdas,
donde la masa revienta de ímpetu y empuja a los conductores en tal forma, que éstos casi
tienen bastante con dejarse llevar, entre las derechas son los jefes los que,
extenuándose en un derroche de dinero y de energías, andan espoleando a una masa medio
desilusionada. La juventud de Acción Popular ha iniciado en Madrid sus mítines de
barriada con un solemne vacío en el cine Padilla. Por provincias, sólo cuando van las
figuras más preeminentes de las derechas se consigue, por casualidad, llenar los teatros.
La campaña electoral presenta por adelantado un sello inequívoco de fatiga. Las gentes
recuerdan la inutilidad del esfuerzo de 1933...
Y el centro, este famoso centro que el señor Portela Valladares va a elaborar a brazo,
servirá tal vez para una cosa: para que no gobiernen las derechas ni las izquierdas.
Quizá esto sea un bien: así, en vez de morirnos de golpe y porrazo, perduraremos durante
unos cuantos años llevando una vida de paralíticos.
¡Y España sin hacer! España sufriendo las alternativas del vapuleo y del pasmo. A lo
lejos, la estrella de su eterno destino. Y ella, paralítica, en su desesperada espera de
la orden amorosa y fuerte: "¡Levántate y anda!"
(Arriba, núm. 26, 2 de enero de 1936)