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DISCURSO PRONUNCIADO EN EL FRONTON BETIS, DE SEVILLA, EL DIA 22 DE DICIEMBRE DE 1935

A esta misma hora se estarán celebrando en España centenares de mítines. El tema de todos estos mítines es el tema de actualidad: las elecciones. Quizá alguno de vosotros haya venido por curiosidad a este mitin pensando: ¿Qué nos contarán de las elecciones los de la Falange? Pues bien: los de la Falange no tenemos que decir todavía nada de las elecciones, porque para nosotros, sobre esta actualidad del domingo está la actualidad angustiosa y permanente que viene acongojándonos desde hace más de un siglo, la actualidad angustiosa y permanente de que no tenemos España.

No tenemos España. Esto es lo importante en vísperas de las elecciones. Vosotros ya sabéis cómo entendemos nosotros a España. España no es sólo esta tierra; para los más, escenario de un hambre de siglos. España no es nuestra sangre, porque España tuvo el acierto de unir en una misma gloria a muchas sangres distintas. España no es siquiera este tiempo ni el tiempo de nuestros padres, ni el tiempo de nuestros hijos; España es una unidad de destino en lo universal. Esto es lo importante. Eso que nos une a todos y unió a nuestros abuelos y unirá a nuestros descendientes en el cumplimiento de un mismo gran destino en la Historia. Y España no será nada mientras no recobre la conciencia y el ímpetu de esa unidad perdida. Por eso, mientras los demás piensan en elecciones y en componendas y en candidaturas, en entregarse a encasillados, y mientras desde el Ministerio de la Gobernación se desentierran las más viejas costumbres para hacer una mayoría a gusto del Gobierno, nosotros andamos de tierra en tierra, viajando en trenes incómodos, bajo la lluvia y con el barro hasta las rodillas para gritaros: devolvednos a nuestra España...

Y en esto estamos solos. Fuera de nosotros, ved los partidos en dos bandos: las izquierdas, insolidarias con el pasado; las derechas, insolidarias con el presente. Las izquierdas, que lo entregan todo al azar de las urnas, a la suerte de las urnas, aunque salgan de las urnas desmembraciones y blasfemias. Las izquierdas, que dicen: "Sea lo que quiera el cuerpo electoral", como si el cuerpo electoral, como si nosotros, los que votamos ahora, fuéramos los autores de España; como ' si pudiéramos hacer de esto, que se nos entregó por el esfuerzo difícil de tantas generaciones, lo que nos viniese en gana en un domingo; como si no nos importase a todos, más que la voluntad del cuerpo electoral entero, la voluntad de Isabel la Católica. ¿Y las derechas? Las derechas, sí, invocan a la Patria, invocan a las tradiciones; pero son insolidarias con el hambre del pueblo, insolidarias con la tristeza de esos campesinos que aquí, en Andalucía, y en Extremadura y en León, siguen viviendo –decía Julio Ruiz de Alda– como se vivía hace quinientos años; siguen viviendo –os digo yo– como desde la creación del mundo viven algunas bestias. Y esto no puede ser así. No se puede ensalzar a la Patria y sentirse exento de sus sacrificios y de sus angustias; no se puede invitar a un pueblo a que se enardezca con el amor a la Patria si la Patria no es más que la sujeción a la tierra donde venimos padeciendo desde siglos. No se puede invocar a la Patria y gritarnos ahora, en la ocasión difícil: "¡Que se nos hunde la Patria! ¡Que perdemos los mejores valores espirituales!", cuando quienes lo dicen nos han puesto en esta coyuntura, en este inminente peligro, por no votar un aumento de impuestos sobre los Bancos y las grandes fortunas.

Nosotros no nos conformamos con ninguna de esas dos mitades. No creímos que fuera remedio para el primer bienio el segundo. No creemos que después del bienio cruel haya sido ninguna ventaja el bienio estúpido que ahora enterramos. No creemos que, si se ha sido tuerto del ojo derecho durante dos años, se arregle nada con volverse tuerto del ojo izquierdo. Queremos ver una España entera, armoniosa, fuerte, profunda y libre: libre como Patria, que no soporte mediatizaciones extranjeras ni trato colonial en lo económico, ni tenga sus fronteras y sus costas desguarnecidas, y libre para cada uno de sus hombres, porque no se es libre por tener la libertad de morirse de hambre formando colas a las puertas de una fábrica o formando cola a la puerta de un colegio electoral, sino que se es libre cuando se recobra la unidad entera: el individuo, como portador de un alma, como titular de un patrimonio; la familia, como célula social; el Municipio, como unidad de vida, restaurado otra vez en su riqueza comunal y en su tradición; los Sindicatos, como unidad de la existencia profesional y depositarios de la autoridad económica que se necesita para cada una de las ramas de la producción. Cuando tengamos todo esto, cuando se nos integre otra vez en un Estado servidor el destino patrio, cuando nuestras familias y nuestros Municipios, y nuestros Sindicatos, y nosotros, seamos, no unidades estadísticas, sino enteras unidades humanas, entonces, aunque no formemos cola a las puertas de los colegios para echar los papelitos que acaso nos obligaron a echar nuestros usureros o nuestros amos, entonces sí podremos decir que somos hombres libres.

Pero por eso estamos solos y por eso nuestra tarea es cada vez más difícil. No nos quiere ninguno. No nos quiere este Gobierno de ahora, que ha sido acogido por nosotros con tanta sospecha como con alegría lo han acogido los separatistas catalanes; este Gobierno de ahora, que, como dirigido por hombre cauto, veréis cómo no comete con nosotros ningún atropello de frente; pero veréis cómo nos aburre con vejaciones policíacas; veréis cómo no nos deja exhibir las camisas; veréis vosotros, representantes de diversas J.0.N.S., cómo dentro de unos días, o de unas semanas, empieza a llegar a vuestros centros la policía y a encontramos unas pistolas en el sitio donde menos os imaginabais que hubiera pistolas; y veréis cómo el hallazgo de esas pistolas sirve para que os clausuren los centros y os metan en la cárcel. Veréis cómo dentro de poco nos levantan la previa censura; pero siempre hay algún fiscal que a la hora de salir nuestro periódico lo denuncia para que lo recoja en la imprenta la Policía. Veréis cómo en cada uno de nuestros pasos tropezamos con una dificultad, y veréis cómo el Gobierno sigue diciendo al final, como máxima justificación de sus persecuciones, que nos tratan igual que a los socialistas, cuando, aunque esto fuera verdad, sería una monstruosidad tremenda, porque los socialistas se alzaron hace un año contra la unidad de España, contra la espiritualidad y la tradición de España, y nosotros dejamos a cuatro de nuestros muertos, cara al sol de España, defendiendo sus tradiciones y su unidad.

Y tenemos en contra a los partidos revolucionarios. ¿Sabéis por qué? No porque seamos reaccionarios –bien lo saben ellos–, sino por lo contrario precisamente; porque saben que nosotros no somos revolucionarios como esos que empiezan a ser revolucionarios para acabar encaramándose sobre sus compañeros de revolución y pasear el triunfo final en automóviles oficiales de veinte mil duros. Muchos de nosotros saldremos perdiendo muchísimo, saldremos acaso perdiendo todo, el día en que triunfe nuestra revolución, y, sin embargo, la queremos porque sabemos que no nos sirve de nada conservar unos años más una situación de privilegio si perdemos a España. Y como sabemos y como lo decimos, y como lo decimos sinceramente –porque esto se les nota a las personas en la cara–, los jefecillos revolucionarios no quieren que lleguemos hasta los obreros, y nos separan de los obreros con una serie de recriminaciones y de calumnias. Pero nosotros nos entenderemos con los obreros, nos entenderán los obreros, nos acercaremos a ellos; ya empezamos a acercarnos; ya, por de pronto, mirad cómo en las mejores capas españolas, en las capas españolas que guardan esa vena inextinguible del heroísmo individual que conquistó América, se ha entrado en contacto con nosotros; se ha entrado a tiros, sí, y esto no importa; el entrar a tiros es una manera de entenderse. Nosotros acabaremos por entendemos con estos que hoy dialogan con nosotros a tiros; lo que sentiríamos es que se interpusieran en nuestras luchas esas caducas costumbres de la vieja política o la injerencia, que rechazamos, de este Estado llamado a desaparecer. Nosotros, que hemos andado a tiros por las calles, que acaso seguiremos a tiros, que tendremos que caer y hacer caer a otros, nosotros, ahora, lo que no queremos es que intervenga en nuestras cosas el Estado caduco y liberal. Y nosotros –vosotros lo sabéis bien, hermanos de Sevilla–, que no hemos rechazado nunca una lucha de frente, no nos importa, en esta mañana de domingo, ser los primeros en pedir el indulto de Jerónimo Misa.

Y estarán contra nosotros los del lado derecho, estos que no nos perdonan que el 7 de diciembre de 1933, recién ganadas las elecciones por ellos, según dijeron por todos los ámbitos de la península, proclamásemos que aquella victoria era una victoria sin alas, que de ella no saldría nada bueno, que esa victoria se desperdiciaría. Fuimos unos aguafiestas; pero fuimos aguafiestas iluminados, porque ahora, cumplidos dos años del vaticinio, hemos podido sacar intacto el artículo que escribimos en el primer número de F.E., para decirles: "¡Veis cómo vuestra victoria era una victoria inútil!"

Y cuando ahora, el 17 de noviembre, antes de la última crisis, nosotros lanzamos ante un auditorio de 15.000 personas en Madrid la idea del Frente Nacional, contra el peligro amenazador de la manera rusa, asiática, comunista, materialistas, de entender el mundo, cuando nosotros lanzamos esa idea, han bastado unas semanas para que se nos apoderen del Frente Nacional sin pronunciar siquiera nuestro nombre, pero no para apoderarse del nombre y de la idea, que esto nos parecería muy bien, porque no vamos a poner vanidad literaria en la idea y en el nombre, sino para que a la sombra del Frente Nacional se empiece a urdir otra vez aquella Unión de Derechas que en noviembre de 1933 supo obtener la victoria sin alas.

Pues bien: nosotros, que hemos acampado bajo estas banderas, que hemos requerido a todos para ser los primeros o los últimos –que esto no nos importa– en esta lucha trágica, decisiva, por España, acompañados o solos, seguiremos en nuestro puesto: unas veces seremos más, otras veces seremos menos. Se nos irá desprendiendo toda la ganga de los curiosos, de los cobardes, de los noveleros, de los que acudieron porque era moda hablar del Estado corporativo o ponerse una camisa de un solo color. No importa. Quedaremos los necesarios, los fervientes. Pasarán épocas en que la Prensa capitalista, que ventea un ridículo mitin donde 400 personas han tenido la desgracia de oír durante una hora toda una sarta de sandeces, podrá callar los mítines nuestros, donde vienen miles de almas militantes dispuestas a la lucha. No importa, seguiremos en nuestro sitio. Irá caducando todo lo demás por su propia virtualidad de fracaso y nosotros seguiremos nutriendo bajo esta tierra esta semilla de las horas futuras; y las camisas que hoy escondemos bajo las chaquetas a la vigilancia de la autoridad gubernativa saldrán un día luciendo al sol y vosotros, camaradas de Sevilla, los primeros en el sacrificio, que habéis visto clarear vuestras filas con tantos nombres de mártires, vosotros tendréis puesto de honor para el desfile en la alegre mañana de España.

(Arriba, núm. 25, 26 de diciembre de 1935)


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