Hay que evitar la provocación. Nada de provocaciones que exciten los
delicados nervios de los súbditos de Moscú o de los cómplices del separatismo. Mucha
prudencia. Gritar "¡Arriba España!" por las calles es cosa que puede molestar
al señor Largo Caballero, al señor Lamoneda o al señor Hemández Zancajo, presidente de
las Juventudes Socialistas. Si se pintan flecha y yugo en una pared, ¿cómo reprobar que
otros pinten hoz y martillo? Este es el sabio criterio del Estado liberal: la ley ha de
ser igual para todos: para los buenos y para los malos; para los que tratan de sovietizar
a España y para los que estamos dispuestos a impedirlo. Todos iguales: la misma temporada
de cárcel para socialistas y nacionalsindicalistas. Claro está que aquéllos prendieron
fuego a una provincia española y varios de éstos dieron su vida entre los tiros y las
llamas. Pero el Estado liberal no puede entrar en esos distingos. Todos iguales. Todos
prudentes. Puños en alto, no; pero tampoco manos abiertas. Que nadie provoque a nadie.
¿Quién dice que el clamar "¡Arriba España!" no constituya una provocación?
La provocación surge donde menos se espera. Ahora mismo, en un cinematógrafo de
Madrid, se proyecta una película acerca de nuestra gloriosa Legión africana. La
película ha hecho correr por nuestros espinazos, a un voltaje infinitamente multiplicado
por el orgullo de lo propio, la corriente imperial y militar que de modo reflejo nos
comunicó, no hace mucho, el espectáculo de Tres lanceros bengalíes. Pero ¿no
constituirá provocación para algunos ver así enaltecido a nuestra Legión?
La prudencia de nuestros gobernantes debía meditar acerca de este punto.
(Arriba, núm. 22, 5 de diciembre de 1935)