LABRADORES
Se os ha engañado tanto con palabras más o menos bellas, que ya casi da vergüenza
acercarse a vosotros con nuevas palabras. Hay tantos agrarios por ahí vueltos de
espaldas a vuestra angustia, que tenéis razón para desconfiar de todo el que viene a
recordárosla. Estáis hartos de política. Pero todo el asco que se os ha metido en el
alma no impide que sigáis en vuestro puesto, callados y sufridos, bajo la helada y bajo
el sol, siendo el soporte económico de España y la guarda duradera y profunda de sus
esencias espirituales.
Mientras vosotros os extenuáis, acaso, para sacar tres o cuatro semillas por una, el
prestamista descansa en la seguridad de que vuestro sudor le asegura los réditos; el
especulador sabe que tendréis que venderle la cosecha a cualquier precio para que no se
pudra en las trojes; el cacique cuenta con vuestra esclavitud para especular en política,
y el político os adormece con promesas para encaramarse sobre vuestras espaldas. Pero
ninguno de esos quiere vuestra salvación, porque su medro depende de que sigáis siglos y
siglos como ahora. Ninguno de ellos quiere la revolución agraria que España
necesita.
Lo primero que hace falta es dotar al campo de mayores recursos económicos. El campo
sostiene a la ciudad. Pero la ciudad, en vez de devolver al campo la mayor parte de lo que
ésta produce, lo absorbe en el sostenimiento de la vida urbana. La ciudad presta al campo
ciertos servicios intelectuales y comerciales, pero se los cobra demasiado caros Así
resulta que lo que vuelve de dinero al campo, aunque se venden las cosechas, es apenas
suficiente para dar de comer a quienes las recogieron, y, desde luego, insuficiente para
emprender nuevas labores. Así resulta que casi todo el campo español recibe un cultivo
defectuoso, produce escaso y caro y coloca cada año a los labradores en la misma congoja
cuando llega el instante de vender la cosecha.
Un Estado que se interesase de veras por el labrador para algo más que para pedirle
los votos, ya hubiera asegurado a los productos del campo un cultivo adecuado y un precio
remunerador con medidas como las siguientes:
Organización de un verdadero crédito agrícola, que prestara al labrador
dinero con facilidades y bajísimo interés sobre la garantía de sus cosechas y le
redimiera de este modo de la usura y el caciquismo. Si el Estado obligara a la Banca
que se enriquece con los millones ajenos a dar dinero al contado sobre el
valor de las cosechas con un interés bajísimo, ni los labradores se quedarían con las
cosechas sin vender, ni tendrían que venderlas a cualquier precio a los especuladores, ni
los diputados y ministros tendrían que gastar más tiempo en palabras inútiles,
convertidos en una nueva plaga del campo.
Difusión de la enseñanza agrícola y pecuaria, llevándola hasta el mismo
campesino para orientarle y aumentar su capacidad técnica.
Ordenación de las tierras, para evitar que los labradores se arruinen dedicando
sus tierras a cultivos absurdos, cuando quizá, bien dirigidos, podrían obtener de estas
mismas tierras productos remuneradores.
Protección arancelaria enérgica de los productos del campo, sacrificados
muchas veces a la defensa de industrias artificiales e inútiles.
Aceleración de las obras hidráulicas, llamadas a fertilizar tantas tierras
sedientas.
PERO NO BASTA
Pero no basta con estas medidas. Hay que llevar a cabo, a fondo, la
verdadera revolución nacional agraria. Todavía, pese a las reformas agrarias que
se hicieron pasar ante vuestros ojos, hay muchísima gente en España que vive del campo
sin trabajar, que vive de las rentas del campo sin contribuir en nada a que el
campo produzca: cobrando la renta como quien cobra un impuesto. Hay, por otro lado,
muchísima gente que se ve obligada a labrar durante años, a falta de otra cosa, un
terruño seco que apenas le da para sostener su hambre. Y muchísimas tierras que por su
mala distribución, por mal cultivo o por avaricia de sus dueños, sostienen a mucha menos
gente de la que podrían sostener.
Hay que acabar con eso. Pese a quien pese, sobre la tierra de España tiene que vivir
el pueblo español. Y no sobre toda la tierra de España, porque una grandísima
parte de ella es inhabitable e incultivable. Es una burla para el campesino
elevarle a propietario de un trozo de tierra pedregosa y estéril. No: donde hay que
instalar al pueblo labrador de España es sobre las tierras buenas, sobre las que hoy
existen y sobre las que se pueden fertilizar con los riegos. España tiene tierras
suficientes para mantener a todos los españoles y a quince millones más. Sólo
faltan hombres enérgicos que lleven a cabo la bella y magnífica revolución agraria: el
traslado de masas enteras, hambrientas de siglos, agotadas en arañar tierras míseras, a
los anchos campos feraces.
Para esto habrá que sacrificar unas cuantas familias. No de grandes labradores, sino
de capitalistas del campo, de rentistas del campo; es decir, de gente que, sin riesgo ni
esfuerzo, saca cantidades enormes por alquilar sus tierras al labrador. No importa. Se las
sacrificará. El pueblo español tiene que vivir. Y no tiene dinero para comprar todas
las tierras que necesita. El Estado no puede ni debe sacar de ningún sitio, si no es
arruinándose, el dinero preciso para comprar las tierras en que instalar al pueblo. Hay
que hacer la reforma agraria revolucionariamente; es decir, imponiendo a los que
tienen grandes tierras el sacrificio de entregar a los campesinos la parte que les haga
falta. Las reformas agrarias como la que rige ahora, a base de pagar a los dueños el
precio entero de sus tierras, son una befa para los labradores. Habrán pasado
doscientos años y la reforma agraria estará por hacer.
TODO DEPENDE DE VOSOTROS
Todo depende de vosotros, labradores. De que sacudáis de una vez vuestra fe en
políticos, en charlatanes y en panaceas llegadas del Parlamento de Madrid. F. E. de las
J. 0. N. S., que es la que os dirige estas palabras, no pide votos ni ofrece
milagros: os conmina a que os unáis en sindicatos fuertes, defensores directos de
vuestros intereses, sin la mediación de los políticos. Formad sindicatos fuertes que
reclamen la revolución agraria que hará la Falange, sin contemplaciones, cuando
gobierne. Levantar la vida del campo es levantar la vida de España. Nuestra patria espera
el instante de un gran resurgimiento campesino, que será la señal de su nueva grandeza.
El campo libre y rico nos deparará una España unida, grande y libre. ¡Arriba España!
(Arriba, núm. 18, 7 de noviembre de 1935)