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EL "ESTRAPERLO" ACCIÓN POPULAR
Todo este espectáculo presenta otro lado serio y triste. Acción Popular, o, mejor
dicho, su jefe, el señor Gil Robles, que es casi lo único interesante de Acción
Popular, toma la recta final del fracaso definitivo.
Otros se alegrarán al recoger este hecho. Nosotros, no. Nosotros hemos manifestado
reiterada simpatía por el señor Gil Robles, en quien adivinamos, oprimida por
influencias extrañas, una personalidad interesante y enérgica. Padece España demasiada
penuria de hombres para que nadie pueda regocijarse con el desperdicio de un valor humano
sobresaliente. Y el señor Gil Robles lleva el camino de ser un valor malogrado.
Probablemente por esto: por no tener el tino y el valor de elegir el instante de la jugada
definitiva. El señor Gil Robles es como esos delanteros de fútbol, extraordinariamente
diestros en el avance y trenzado de pies, pero que nunca tiran el shoot de la
victoria. Se ha dormido driblando. Se ha deleitado en esa táctica peligrosa de
mezclarse con todo género de gentes. Y ahora, cuando la táctica profunda de los grandes
destinos aconsejaría romper, no rompe. Hace mal; por mucho que esto dure, ¿qué va a
durar? ¿Dos, tres meses? Y cuando caiga, ¿qué servicios va alegar el señor Gil Robles
ante la masa que le votó o qué nuevas esperanzas va a alimentar? En dos años estériles
ha sacrificado el egoísmo conservador de los llamados "agrarios" todo el
contenido social del programa populista; ha sacrificado a la paz con los radicales todo el
contenido religioso; no ha hecho nada visible en un sentido fuertemente nacional. ¿Qué
podrá alegar el señor Gil Robles para solicitar un nuevo crédito? ¡Ah! Pudo haber
ganado en un minuto la mejor de las banderas: la de la decencia pública. Pudo derribar
con estrépito el barracón donde Strauss halló manera de vivir a sus anchas. Entonces
Gil Robles hubiera gritado ante la opinión: "Vedlo: lo he arriesgado todo
predominio parlamentario, participación gubernamental por el decoro de la
política española". Le ha faltado corazón en el momento definitivo, y ha preferido
ser "hábil", lo cual, en las grandes ocasiones de la política, suele ser
suprema inhabilidad.
LA SESIÓN DEL LUNES
Faltó poco para que la sesión del lunes transcurriese como una fría comedia
procesal, sin que nadie proclamase a los vientos su verdadero sentido. El señor Fuentes
Pila hizo, sí, una acusación certera y vehemente; el señor Arranz, presidente de la
Comisión, no estuvo ameno, pero sí intencionado y eficaz en el análisis de las
diligencias instruidas. Sin embargo, de la interpretación del asunto straussiano, de esa
interpretación que andaba por las calles en todas las bocas, nadie llevaba camino de
hablar. Se dio cuenta el viejo zorro del señor Lerroux y quiso cerrar el debate con un
discurso sentencioso y pacificador, como si bastaran cuatro palabras para echar pelillos a
la mar y dar por concluida la menudencia. Inmediatamente se iba a dar por concluido el
debate de totalidad. Pero en este momento pidió la palabra José Antonio Primo de Rivera.
La "gran Prensa" salvo alguna honrosa excepción, y sin la excepción de
cierto "gran periódico", órgano del patriotismo oficial, donde no se sabe por
qué son más frecuentes que en parte alguna estas trapacerías ha callado el efecto
enorme que se produjo al levantarse a hablar nuestro jefe y el que dejaron sus palabras.
La cara, ya triunfante, del señor Lerroux enrojeció congestivamente, y la minoría
radical, ante la crudeza del ataque, cedió en los primeros alborotos y quedó muda y
desconcertada. He aquí, tomadas del Diario de Sesiones, las palabras de Primo de
Rivera:
"Está terminándose esta discusión y no ha alcanzado su medida ni su volumen. La
gente que nos mira desde fuera, quienes nos escuchan desde las tribunas, saben que esto no
puede quedarse en una votación, más o manos copiosa, de los tres, de los cuatro o de los
cinco extremos que nos propone la Comisión. Aquí hay sencillamente y sé que
quizá por vez primera en mi actuación parlamentaria voy a suscitar un escándalo,
hay un caso de descalificación de un partido político. (Rumores y protestas.) Ni
más ni menos: de descalificación de un partido político, que es el partido republicano
radical. (Protestas en la minoría radical.)
"Por la siguiente razón. (Continúan los rumores.) Estoy decidido hoy
a no dimitir mi puesto de acusador, aunque me insultéis.
"Hemos estado escuchando al señor Salazar Alonso. Todos conocemos al señor
Salazar Alonso, y estamos todos, probablemente, inclinados a creer en su inocencia. El
señor Salazar Alonso ha hecho una defensa torpísima; nos ha querido hacer creer que el
gobernador de Guipúzcoa, que el subsecretario, todo el mundo, daba autorizaciones de
juego sin que el ministro de la Gobernación se enterase. El señor Salazar Alonso, que
tuvo en el despacho del Ministerio aquel juego, que ya no recuerdo cómo se llama, pero
que consiste en un simulacro de ruleta; el señor Salazar Alonso no ha tenido ni siquiera
el valor de negar de frente una sola de las imputaciones, sino que viene señalando
defectos procesales en la tramitación, como si estuviésemos en un juicio verbal. Y, sin
embargo, debajo de toda esta debilidad de defensa rezumaba como una especie de sinceridad,
como una especie de verdad en la honradez íntima del señor Salazar Alonso. Pero quedaron
en el ánimo de todos estas dos conclusiones: primera, que probablemente el señor Salazar
Alonso no había obtenido el menor beneficio de todo este asunto; segunda, que el señor
Salazar Alonso había faltado a las normas de una buena ética política en la
tramitación de este asunto. ¿Qué hay para que el señor Salazar Alonso, que no ha
recibido, si acaso, más que ese modesto regalo de un reloj, con el que no se soborna a
ningún ministro de la Gobernación, accediera a todas estas maquinaciones en que entra el
holandés a quien descalificáis, pero con el que habéis estado tratando cuatro meses, y
el hijo adoptivo de don Alejandro Lerroux, y don Sigfrido Blasco, y todas estas personas?
¿Qué aparece aquí? Pues aparece sencillamente el reflejo de un clima moral que sólo
existe, en estos momentos, en el partido radical de que formáis parte. (Rumores y
protestas en el partido radical.) No ahí, en estos bancos, en aquellos otros (Señalando
a los de las distintas minorías) no hubieran estado cuatro meses unos cuantos
indocumentados con unos diputados colocando al extranjero, en el ejercicio de una
truhanería barata, el importe de un billete de cochecama, el importe del almuerzo,
el de una conversación telefónica: eso no ocurre en más partido que en el vuestro. (Protestas
en los radicales.) Yo sé que en vuestro partido hay personas honorables; pero esas
personas honorables tienen que saltar como las ratas saltan del barco que naufraga, porque
si no se hundirán con el barco.
"Además, señor ministro de la Guerra, y vosotros, los que os sentáis en esos
bancos (Señalando a los de la minoría popular agraria), con los que he contendido
muchas veces, pero entre los que tengo muy buenos amigos y en los que hay un instrumento
de gobierno para España y, si queréis, para la República; vosotros y su señoría,
señor ministro de la Guerra, que sabe cuán profundos son el afecto, el respeto y la
admiración que le profeso, tenéis que pensar en esto: que ya ningún partido, español
podrá ir en alianza electoral ni política con el partido radical, porque el partido
radical está descalificado ante la opinión pública. Y no me vengáis con que las
colectividades no delinquen; las colectividades sí delinquen; contra las colectividades
se toman acuerdos de descalificación, se pronuncian, condenas colectivas; y si no, coged
el Diario de Sesiones número 122, del 15 de noviembre de 1934, y veréis cómo
colectivamente, con vuestros votos, con la firma del señor Gil Robles en primer lugar, se
impusieron sanciones colectivas al partido socialista, se pronunciaron declaraciones de
condena colectiva contra el partido socialista, se recomendó al Gobierno que disolviera
las entidades socialistas y que se incautase de sus bienes. No me vayáis a decir que
todos y cada uno de los socialistas delinquieron, ni que delinquieron las Casas del
Pueblo, que no pueden delinquir porque son inmuebles; sin embargo, por un principio de
justicia política y con vuestros votos, fuisteis vosotros los que propusisteis a la
Cámara, y la Cámara lo acordó, que se extendiera al partido la responsabilidad de una
actuación ilícita de sus miembros. Pues bien: cuando en un partido pueden manipular
durante meses sin que esto cause extrañeza, sin que esto pueda explicarse, sin que
personas de probabilísima autoridad como el señor Salazar Alonso puedan sustraerse a la
red cosas como éstas, que nos avergüenzan y nos apestan, que encolerizan contra
vosotros y, si no lo remediamos esta misma tarde, contra el Parlamento, a todo el pueblo
español, ese partido, empezando por su jefe, que hace muy bien en alegar su vida
política porque la conocemos todos, tiene que desaparecer de la vida pública."
(Rumores.)
(Arriba, núm. 17, 31 de octubre de 1935) |