(Discurso pronunciado en el Parlamento el 28 de octubre de 1935)
El señor PRIMO DE RIVERA:
Creo, señores diputados, haber ganado el derecho a que sepáis que en ninguna de mis
intervenciones hay, ni de lejos ni de cerca, una intención más o menos hostil contra el
régimen ni contra sus partidos. Creo que esto está acreditado ya en dos años de vida
parlamentaria y en muchas actuaciones extraparlamentarias. Si no tuviera esa seguridad,
renunciaría a hablar en este momento, pero aunque no la tuviera, me parecería que
tenía, como todos vosotros, el deber de levantarme aquí para decir: está terminándose
esta discusión y no ha alcanzado su medida ni su volumen. La gente que nos mira desde
fuera, quienes nos escuchan desde las tribunas, saben que esto no puede quedarse en una
votación más o menos copiosa de los tres, de los cuatro o de los cinco extremos que nos
propone la Comisión. Aquí hay, sencillamente y sé que quizá por vez primera en
mi actuación parlamentaria voy a suscitar un escándalo, un caso de
descalificación de un partido político. (Rumores y protestas.) Ni más ni menos:
la descalificación de un partido político que es el partido republicano radical. (Protestas
en la minoría radical. El señor Rey Mora: "¿Por qué razón?" El señor
Arrazola: "Yo pongo mi honorabilidad al lado de la de su señorla".) Por la
siguiente razón. (Continúan los rumores.) Estoy decidido hoy a no dimitir mi
puesto de acusador, aunque me insultéis.
Hemos estado escuchando al señor Salazar Alonso. Todos conocemos al señor Salazar
Alonso, y estamos todos, probablemente, inclinados a creer en su inocencia. El señor
Salazar Alonso ha hecho una defensa torpísima; nos ha querido hacer creer que el
gobernador de Guipúzcoa, que el subsecretario, todo el mundo, daba autorizaciones de
juego sin que él, ministro de la Gobernación, se enterase. El señor Salazar Alonso, que
tuvo en su despacho del Ministerio aquel juego, que ya no recuerdo cómo se llama, pero
que consiste en un simulacro de ruleta; el señor Salazar Alonso no ha tenido siquiera el
valor de negar de frente una sola de las imputaciones, sino que viene señalando defectos
procesales en la tramitación, como si estuviéramos en un juicio verbal, y, sin embargo,
debajo de toda esa debilidad de defensa rezumaba como una especie de sinceridad, como una
especie de verdad en la honradez íntima del señor Salazar Alonso. Pero quedaron en el
ánimo de todos estas dos verdades: primera, que probablemente el señor Salazar Alonso no
había obtenido el menor beneficio de todo este asunto; segunda, que el señor Salazar
Alonso había faltado a las normas de una buena ética política en la tramitación de
este asunto. ¿Qué hay para que el señor Salazar Alonso, que no ha recibido, si acaso,
más que ese modesto regalo de un reloj, con el que no se soborna a ningún ministro de la
Gobernación, accediese a estas maquinaciones en que entra el holandés a quien
descalificáis, pero con el que habéis estado tratando cuatro meses, y el hijo adoptivo
de don Alejandro Lerroux, y don Sigfrido Blasco, y todas esas personas? ¿Qué aparece
aquí? Pues aparece, sencillamente, el reflejo de un clima moral que sólo existe en estos
momentos en el partido radical de que formáis parte. (Rumores y protestas en el
partido radical.) No, ahí, en estos bancos, en aquellos otros (señalando a los de
distintas minorías) no hubieran estado cuatro meses unos cuantos indocumentados con
unos diputados colocando al extranjero, en el ejercicio de una truhanería barata, el
importe de un billete de cochecama, el importe del almuerzo, el de una conversación
telefónica; eso no ocurre en más partido que en el vuestro. (Protestas.) Yo sé
que en vuestro partido hay personas honorables; pero esas personas honorables tienen que
saltar como las ratas saltan del barco que naufraga, porque si no os hundiréis con el
barco.
Además, señor ministro de la Guerra, y vosotros, los que os sentáis en esos bancos (señalando
a los de la minoría popular agraria), con los que he contendido muchas veces, pero en
los que tengo muy buenos amigos y en los que hay un instrumento de gobierno para España
y, si queréis, para la República; vosotros y su señoría, señor ministro de la Guerra,
que sabe cuán profundos son el afecto, el respeto y la admiración que le profeso,
tenéis que pensar en esto: que ya ningún partido español podrá ir nunca en alianza
electoral ni política con el partido radical, porque el partido radical está
descalificado ante la opinión pública. Y no me vengáis con que las colectividades no
delinquen; las colectividades sí delinquen: contra las colectividades se toman acuerdos
de descalificación, se pronuncian condenas colectivas; y si no, coged el Diario de
Sesiones número 122, del 15 de noviembre de 1934, y veréis cómo colectivamente, con
vuestros votos, con la firma del señor Gil Robles en primer lugar, se impusieron
sanciones colectivas al partido socialista, se pronunciaron declaraciones de condena
colectiva contra el partido socialista, se recomendó al Gobierno que disolviera las
entidades socialistas y que se incautase de sus bienes. No me vayáis a decir que todos y
cada uno de los socialistas delinquieron, ni que delinquieron las Casas del Pueblo, que no
pueden delinquir porque son inmuebles; sin embargo, por un principio de justicia política
y con vuestros votos. fuisteis vosotros los que propusisteis a la Cámara, y la Cámara
acordó, que se extendiera al partido la responsabilidad de una actuación ilícita en sus
miembros. Pues bien: cuando en un partido pueden manipular durante meses sin que
esto cause extrañeza, sin que esto pueda explicarse, sin que personas de probabilísima
austeridad como el señor Salazar Alonso puedan sustraerse a la red cosas como
éstas, que nos avergüenzan y nos apestan, que encolerizan contra vosotros y, si no lo
remediamos esta misma tarde, contra el Parlamento, a todo el pueblo español, ese partido,
empezando por su jefe, que hace muy bien en alegar su vida política, porque la conocemos
todos, tiene que desaparecer de la vida pública. (Rumores.).