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DISCURSO PRONUNCIADO EN EL TEATRO CERVANTES, DE MALAGA, EL
DIA 21 DE JULIO DE 1935 Este acto, organizado por Falange Española, parece que nos
recuerda hechos anteriores y que produce en nosotros una nueva emoción. Si fuéramos
organizando concentraciones en campos de fútbol, con viajes pagados y comilonas
espléndidas, el éxito de público estaría descartado. Pero nunca me he sentido yo tan
satisfecho como en este ambiente de confidencia, de intimidad, de mangas de camisa, que es
señal de pura y sencilla camaradería.
Alentado por esta familiaridad del acto que celebramos hoy en Málaga, yo os invitaría
a partir a las afueras, a marchar al campo, a sentamos bajo la sombra grata de un árbol y
cruzar las piernas, y entonces podríamos hacer un cambio de impresiones, contándonos
nuestras alegrías, nuestras preocupaciones, nuestras esperanzas.
Sentados, cobijados bajo el árbol, en ese ambiente de intimidad, yo dejaría vagar mi
pensamiento y tal vez cruzara por mi mente el recuerdo de los conquistadores de América,
que eran menos, muchos menos que nosotros. Así arribaron a las tierras vírgenes de
América, sin que en ella hubiera un solo hombre blanco, y en lo alto de alguna
cordillera, con el disco lunar sobre sus cabezas y la extensión infinita de las Pampas
por horizonte, comenzaron a fundar los cimientos de la futura gloria dorada de un ancho
imperio.
Vamos a hablar nosotros con absoluta tranquilidad, como si lo hiciésemos a la sombra
de un árbol.
¿Sabéis vosotros, camaradas, tiernos camaradas de la organización de Málaga al
servicio de la Falange Española, para qué os llamamos y os requerimos los veteranos de
la primera hora? ¿Sabéis vosotros cuál ha de ser vuestra misión en Falange? Vais a
saberlo.
Nos ha tocado a las generaciones actuales, a los jóvenes de hoy, abrir los ojos a la
vida en la siguiente situación: el mundo viejo, y el orden social quebrándose,
deshaciéndose, y una Patria grande y poderosa antes, en ruina; el sistema capitalista
agonizante.
El orden capitalista era una necesidad cuando creció la gran industria y se hizo
necesaria la acumulación del capital. Pero la gran industria fue creciendo y absorbiendo
al mismo tiempo a los pequeños capitales, a las industrias pequeñas. El capitalismo era,
desde el principio, el gran enemigo del obrero, al que reclutaba en las filas anónimas de
la fábrica, y era también enemigo del pequeño capital, porque absorbían y aniquilaban
las fuentes de producción, sustituyendo al hombre, al industrial pequeño, por unas
cuantas hojas de papel, sin nervio ni corazón. El capitalismo convertía a los hombres,
los trabajadores, en proletarios, es decir, en individuos que, apartados de los medios
productivos, esperaban al cabo de unos días un salario por la prestación de un trabajo
abrumador.
El capital devoraba al obrero, a la industria; devoraba cuanto caía bajo su alcance.
Por devorar todo ha empezado a devorarse a sí mismo. Y el hambre aumenta en las clases
proletarias, y los obreros parados se multiplican considerablemente, sin hallar el menor
resquicio acogedor en el sistema que agoniza.
Esto en cuanto al orden social y económico.
Pero es que, además, nos hemos encontrado con una Patria que no era ya ni un archivo
de recuerdos. ¿No recordáis cómo cuando estudiabais el bachillerato había siempre un
profesor estúpido que ponía todo su empeño en haceros ver que, el Apóstol Santiago
estuvo presente en la batalla de Clavijo? ¿No recordáis cómo toda la ciencia de ese
profesor se reducía a destacar la importancia de que el Apóstol Santiago presenciase la
batalla de Clavijo, y no le importaba ni le preocupaba en absoluto el estudio de otras
cuestiones que podían suponer motivos de gloria para España.
Y de la conquista de América nos hablaban, al mismo tiempo que de la torpeza que
cometieron los que a aquellas tierras fueron en plan de conquista. Cuando citaban a Carlos
V y a Felipe II, ¿no condenaban su intromisión en las guerras religiosas europeas? Los
combatían sin tener en cuenta aquel pobre catedrático, que fue lamentable que no se
hallase al lado de ellos, en los críticos momentos en que habían de decidirse, para
consejarles bien.
Ya no era ni un archivo de recuerdos. Pero es que, además, nos encontrábamos con una
Patria destartalada, venida a menos, inerme, en ruinas, con sus costas abiertas a los de
fuera a cualquier posible ataque.
Era una Patria que podía permitir va que en su Constitución se escribiesen estas
palabras: "España renuncia a la guerra". España renuncia a la guerra, esto es,
que si la atacan no se defiende. Vale tanto como decir: "Me has dado una bofetada.
Puedes pegarme otra y las que quieras, porque yo no pienso defenderme". Esto, para
nosotros, es un oprobio, una vergüenza. Pues bien: España ha permitido que en las
páginas de la Constitución se escriban estas palabras.
Ante este espectáculo de la España deprimida, arrinconada, inerme; ante un orden
social y económico que veía cómo aumentaba el número de hambrientos, de los
famélicos, de los miserables, nosotros abrimos los ojos y encontramos que nuestros
contemporáneos se hallaban divididos en dos bandos, que llamaremos derechas e izquierda.
Las derechas españolas se nos han mostrado siempre interesadas en demostrarnos que el
Apóstol Santiago estuvo dando mandobles en la batalla de Clavijo. Con esa preocupación
obsesionante, se desentendieron por completo de las angustias del pueblo español, de sus
necesidades apremiantes, de su situación dolorosa.
Nosotros hemos tenido ocasión de comprobar este estado de desdicha de nuestro pueblo
al recorrer día tras día las tierras de España. Nosotros hemos visto en la provincia de
León, donde el clima es duro, no este clima dulce y suave de Málaga, a las gentes
cobijadas en agujeros bajo la tierra, en montones de tierra ahuecados para que les
sirvieran de refugio.
Vosotros habéis visto, como lo hemos visto nosotros, al hombre trabajando de sol a sol
por un plato de gazpacho, y habéis descubierto en los confines de los páramos españoles
gentes con ojos iluminados, como en los mejores tiempos, capaces de toda empresa, vivir
una vida miserable y dolorosa. La existencia de esas pobres gentes pondría los pelos de
punta si la viéramos aplicada a los animales domésticos.
Pues bien camaradas. Las derechas han hablado de esto sin que nadie se haya preocupado
de corregirlo, de evitarlo, y con un poco de espíritu de sacrificio se hubiera podido
remediar. Pero los que ensalzaban las glorias de la Patria se desentendían de los que
viven bajo las duras tierras de la provincia de León.
Las izquierdas han venido proclamando a los cuatro vientos la necesidad de Regar a una
verdadera justicia social, fuera como fuera, mas al mismo tiempo se esforzaban en arrancar
del alma del obrero todo impulso espiritual, todo estímulo religioso. Llenaban de odios
las masas obreras, no para mejorar a la Patria, ni para restablecer una más perfecta
justicia social, sino para medrar, encaramándose sobre las espaldas de las masas
hambrientas, como señor de horca y cuchillo.
Nosotros, al enfrentamos, al situarnos entre estas derechas y estas izquierdas, no
sabíamos dónde incorporarnos. Unas carecían de valor social; otras hundían las
grandezas y las glorias de la Patria. Nosotros decidimos encerrarnos en nuestra torre de
marfil, donde esperábamos los acontecimientos, creyendo que era hermoso encerrarse en la
torre de marfil, de espaldas a las angustias del pueblo.
Así vivíamos, hasta que, por fortuna, vino una revolución a sacamos de nuestro
engaño. Una revolución que nos cogió desprevenidos, como se coge por la cintura a los
niños indecisos y se los arroja al mar, donde tendremos que nadar todos, queramos o no
queramos.
Veréis cómo nadamos y vamos lejos, porque nosotros, y ésta es nuestra gloria y
nuestra fecundidad, hemos fundido aquellas dos cosas. ¡Qué es eso de canciones y de
gritos callejeros, y nada de justicia social! ¡Qué es eso de engañar a los obreros y
ocultarles que se puede ser libre, fuerte, dentro de una Patria grande, libre y justa!
Nosotros mismos hemos sacudido nuestra modorra y sacrificado nuestras vocaciones para
recorrer España, en los días crudos, con frío o con calor, pero con honradez y lealtad,
para decirles a los obreros: "Muchos de nosotros, que no sentimos el hambre que
destroza vuestros hogares, que aniquila vuestras vidas, salimos a la calle en defensa de
vuestra causa, dispuestos a dar la vida". Y esto no es una falsedad, un engaño más,
cuando se tiene a la espalda esa lista de muertos.
Y por eso esta juventud nuestra, como por obra de milagro, ha encontrado una vena de
heroísmo y de valor que se hallaba como escondida, como soterrada muy honda y sale de su
casa con un temple que supera al mejor temple antiguo. Aquí tenéis la lista, en la que
figura Matías Montero, el fundador del Sindicato Católico de Estudiantes, que, aun
sabiendo que estaba amenazado de muerte, no varió siquiera el itinerario para ir a su
casa. Jesús Hernández, un niño, quince años. Le dispararon por la espalda un tiro, y
en la Casa de Socorro, cárdeno, en el delirio ya de la agonía, todavía pudo cantar
entre dientes la vieja canción de las J.O.N.S.: "quiero una muerte
española..."
Y este Manuel Carrión, gerente de un hotel de San Sebastián. ¿No os lo imagináis,
tranquilo, dulce, pacífico, con una habilidad extraordinaria para el desempeño de su
profesión? Tenía que ser modelo de complacencia, de delicadeza. Pero un día sintió la
llamada de lo heroico y redactó unas hojas en vascuence y en castellano, y salió a
repartirlas por las calles. Se le amenazó de muerte, y un día le dieron un tiro, por la
espalda. Murió sin conceder la menor importancia a la vida. Sólo le interesó el triunfo
del ideal por el que derramaba su sangre.
Así, los muertos y los vivos. Hoy tenemos en Sevilla trece camaradas presos, y uno de
ellos, uno que, cuando murió Manuel García, alegre, haciendo cara al enemigo, le cogió
en sus brazos para que las turbas no lo mutilaran, y dando traspiés, cayendo una vez y
levantándose otra, pudo llegar a un lugar seguro, y entonces, dándole un beso en la
frente, le dijo: "¡Arriba España!"
¿Creéis vosotros que no hemos encontrado la fecundidad de Falange Española en hechos
como los que he citado? Esos dos muchachos que recientemente, prendidos en llamas,
salieron a la calle gritando: "¡Esto es un atentado comunista!", ¿no es otro
ejemplo de fecundidad y de amor a la idea? ¿No es otro ejemplo de heroísmo el no
preocuparse de sus cuerpos incendiados y procurar solamente que no cayera la
responsabilidad sobre la organización? Así todos los días. Unos caen en las calles,
asesinados por la espalda; otros se hallan en las cárceles, desde donde nos escriben
llenándonos de emoción. Así da gusto mandar gentes.
Estas víctimas y estas gentes que cartas tan sentidas y fervorosas nos escriben,
legitiman nuestro derecho a mandarlas; por eso nosotros os llamamos a todos, deseosos de
devolver a España una justicia social firme e inquebrantable y nuevas glorias.
Ya es hora de que un pueblo lleno de posibilidades deje de ser la finca de unos
cuantos. Es hora también de que se pueda prescindir de prestamistas y banqueros, que son
tan enemigos del obrero como del patrono. Todo eso lo sabemos arriesgar, sacrificando
cuanto tengamos que sacrificar, contra los unos y contra los otros; esto lo decimos
aunque, como ya señalaba Raimundo Fernández Cuesta, haya gente que crea que no es
necesaria nuestra posición; se dice que no hace falta lo que hacemos; que tenemos un
Gobierno de orden; que no hay motivo para sentir preocupación; que las cosas andan ya
bastante bien.
Nada de eso, señores; las cosas no van bien, porque tenemos a la vista una revolución
más fuerte y mejor organizada que la de octubre, y porque no queremos que nuestros hijos
sientan oprobio al saber que hay hombres que trabajan de sol a sol por un plato de
gazpacho y que muchos españoles viven como cerdos.
Nosotros no nos conformamos con nada de esto. No nos conformamos con que no haya tiros
en las calles porque se diga que las cosas andan bien; si es preciso, nosotros nos
lanzaremos a las calles a dar tiros para que las cosas no se queden como están.
Ya sabéis la consigna para este verano; para combatir la modorra existente, mezcla de
calor y de complacencia. Es necesario que seáis los aguafiestas de España; que cada uno
os convirtáis en un aguijón para hacer ver a todos que no nos resignamos con semejante
estado de cosas. Esta es nuestra tarea, y para ella es preciso reclamar un primer puesto.
Nosotros no hacemos concentraciones en campos de fútbol ni contamos con dinero para
viajes y comidas. Os dirán las cosas más sandias de nuestra organización. Os harán
creer que la Falange es un batallón infantil que propugna la violencia. ¡No importa!
Esas mismas frases os dirán dentro de diez años. Igual se nos combatirá. ¡No importa!
Seguiremos adelante. Y nos reuniremos en Málaga con este calor de julio o en las
montañas frías del Norte. En todas partes seguiremos cambiando impresiones sin
preocupamos de lo que digan. ¡No importa! Cada uno en su tumba, habrá un día que sienta
retemblar los huesos bajo el paso triunfal de las legiones nuevas. ¡Arriba España!
Después del almuerzo celebrado en Villa Carlota, dijo estas breves palabras:
No creáis que voy a parecerme a los demás pronunciando un discurso a la hora de
los brindis. Quiero deciros únicamente dos cosas: primero, que hemos comido bastante
bien. Pensad en este instante que hay muchos españoles que no comen; segundo, tenemos
sobre nuestras cabezas una lona y, frente a nuestra mirada, un mar azul y transparente.
Hagamos de esta lona una vela navegante y lancémonos de nuevo por el mar a la conquista
de las empresas imperiales. ¡Arriba España! |