Companys y varios de sus
codelincuentes han ocupado el banquillo ante el Tribunal de Garantías Constitucionales.
Pérez Farrás y otros sujetos han comparecido también, como testigos. La vista se ha
celebrado en Madrid, capital de lo que todavía se llama España. Companys y los suyos se
alzaron en memorable fecha contra la unidad de España: trataron de romper en pedazos a
España, usando los mismos instrumentos que otros llamados españoles pusieron en sus
manos. Aún está bien reciente en nuestra memoria el sonido escalofriante de la
"radio" en aquella noche del 6 al 7 de octubre, los gritos de ¡Catalans, a
les armes, a les armes!, y las proclamas de los jefes separatistas. Era de prever que
el juicio se hubiera celebrado bajo la amenaza suficiente de la cólera popular, que los
acusados no hubiesen apenas encontrado defensa sino en un último llamamiento al deber
inexcusable de defensa que a todos los abogados toca y que los acusados hubiesen asumido
un papel respetuoso de delincuentes sometidos a la Justicia.
Pero no: el juicio oral se ha convertido en una especie de apoteosis. Los procesados se
han jactado, sin disimulo, de lo que hicieron; sus defensores no nombrados de
oficio, sino surgidos gustosamente de entre las más hinchadas figuras, se han
comportado, más que como defensores, como apologistas, y ni a la puerta del Tribunal, ni
en los corros habituales, ni en parte alguna de Madrid, se ha notado el más mínimo
movimiento de repulsión.
Para algunos esto será indicio de que vivimos en un pueblo civilizado, tolerante y
respetuoso con la justicia. Para nosotros es indicio de que vivimos en un pueblo sometido
a una larga educación de conformismo enfermizo y cobarde. Si el 2 de mayo de 1808 hubiera
llegado precedido de la inmunda preparación espiritual de nuestros tiempos, el pueblo, en
lugar de echarse a la calle, hubiera soportado con resignación bovina la presencia de los
soldados de Napoleón. Así estamos soportando ahora la afrentosa presencia del repugnante
Ossorio y el indigno espectáculo de la Prensa de izquierdas, cantora, bajo burdos
pretextos, de los traidores a la Patria.
Digámoslo claro: mejor que esta actitud de maridos de vaudeville francés, que
va adoptando ante todo este espectáculo nuestro refinamiento, es la ferocidad impetuosa y
auténtica de los pueblos que aún saben ajusticiar a sus traidores.
Sólo a los ciegos puede ocultarse la cargazón
revolucionaria que otra vez va aborrascando el horizonte. La rebelión de octubre, tan
desastrosamente sustanciada desde todos los puntos de vista, no ha servido tampoco a los
Gobiernos para intentar una política inteligente que impida las reincidencias. La
Falange, por voz autorizada, dijo que el ensayo revolucionario reciente exigía dos cosas:
una liquidación rápida y neta, un análisis de las justificaciones que hubiera podido
tener la rebelión, para removerlas de raíz. Se ha venido a hacer cabalmente lo
contrario: no se ha intentado, de una parte, ni pensado intentar a fondo, un reajuste de
la estructura social y económica, menos intolerable para los millones de españoles que
viven sin comer; y de otra parte, lo que debió ser final limpio, ejemplar y escueto de
los sucesos revolucionarios, se ha diluido en inacabables dilaciones y aun macabros
regateos con la vida de los condenados a la última pena.
Lo que pudo ser claro punto de arranque para una política fuerte y fecunda se ha
quedado en turbia confusión de política estancada. Y los revolucionarios de octubre, que
no pierden una, ya empiezan a recuperar posiciones descaradamente y a iniciar las
escaramuzas preliminares de otra intentona.
No hay más que verlo: cada día nos trae una nueva insolencia y una nueva muestra de
la tolerancia gubernamental. Separatismo y socialismo ya lanzan sus consignas al aire como
si no hubiera pasado nada. Renacen las agresiones, que no se detienen ni ante la fuerza
pública. Cada mitin de un mandarín de las fuerzas aliadas es como un recuento de
reclutas en preparación para el choque y como una antología, más o menos encubierta, de
amenazas. Los centros donde se preparó lo de octubre reanudan su vida normal. Y así
todo.
Ahora hay quien dice que el señor Portela Valladares va a reintegrarse a su puesto de
Barcelona y que al Ministerio de la Gobernación va a volver el señor Salazar Alonso. Es
lo único que faltaba Pero ¿es que deliramos al recordar que el señor Salazar Alonso fue
ministro de la Gobernación durante el verano de 1934, mientras se preparaba todo lo de
octubre? El señor Salazar empleó el estío en dos actividades igualmente útiles: en
mortificar a la Falange con cierres y registros y en escribir un librito precioso (Tarea)
de cartas a una señora sobre política. En tan honestos pasatiempos le sorprendió la
marimorena que por poco se le mete en el mismísimo Ministerio de la Gobernación. A que
eso y otras cosas no pasaran contribuyó abnegadamente la mortificada Falange, cinco de
cuyos mejores dieron la vida durante los sucesos de octubre.
¿Se pretende acaso, para que la reprise sea completa, colocar también al
señor Salazar en Gobernación durante el verano de 1935? Sea; compondrá otra piececita
literaria; se mostrará tan pizpireta como siempre en declaraciones periodísticas y al
final le cogerá la tronada. Dicen que el señor Salazar Alonso es para Gobernación el
favorito de la C.E.D.A. Dios conserve la vida a los populares agrarios.
NUEVAS LINDEZAS DE LA J.A.P.
El mejor número cómico de la semana pasada ha sido otro manifiesto de la J.A.P.,
publicado con puntos y comas en ABC y sabiamente pasado en silencio por El Debate.
Firmaban ese manifiesto el diputado a Cortes señor Calzada y otro señor, cuyo nombre
sentimos mucho no recordar.
Todo lo que se pueda decir en cuanto a plagios, ya, a fuerza de descarados, divertidos,
se había dado cita en el documento; cuanto conocen desde hace dos años los que nos
observan invocaciones al Imperio, unidad o comunidad de destino, hasta "yugo y
flechas", así, sin embozo ha sido embutido llanamente por el señor Calzada y
su colaborador en un bloque de prosa que era un verdadero regalo del espíritu; ver
nuestras frases, al pie de la letra, incrustadas sin asimilación posible entre la maraña
de un estilo totalmente diverso, nos ha deparado de veras una de las más sanas alegrías
experimentadas en los últimos tiempos.
Hemos conocido colaboradores espontáneos de periódicos que enviaban, firmadas por
ellos, no trozos literarios apenas conocidos, sino composiciones aureoladas por la más
campechana popularidad. A un diario de provincias mandó cierto espontáneo aquello de
Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto...
La redacción se sintió tan refrescada por el buen humor que hasta organizó un
homenaje público al plagiario. Este lo aceptó con toda seriedad, convencido de que nadie
había reparado en el hurto. ¿Por qué no organizamos un homenaje al señor Calzada,
"autor" del manifiesto de la J.A.P.?
(Arriba, núm. 121 6 de junio de 1935)