EL BARCO Al señor presidente del Consejo
de Ministros le place comparar a la política española con un barco. Este barco da
bandazos hacia la derecha y hacia la izquierda. Pero un buen piloto sabe que ni el
volcarse a babor ni el volcarse a estribor es el destino del barco, sino seguir la
prolongación indefinida de la proa. Por eso don Alejandro Lerroux se mantiene en el
centro, en el eje del barco, y no siente la tentación de asomarse a las bandas.
Quizá la imagen no sea demasiado nueva. Pero ¡qué justa! Sólo le falta un detalle
para valer del todo en esto que llamamos política nacional, por llamarlo de alguna
manera. Y es ésta: la proa del barco tiene razón contra las bandas, porque apunta hacia
alguna parte, porque se enfila, porque busca. La razón de la proa es la razón de los
astros. Lo que traza la quilla sobre el mar ha sido antes trazado sin materia, sin
peso por la Matemática, sobre datos exactos de ángulos estelares. Para acabar en
la estela hay que empezar en la estrella, en la stella. ¿Y se podrá saber dónde
está la polar de nuestra política?
Lástima que la ecuanimidad del señor presidente del Consejo de ministros para
mantenerse en el eje, en el centro, se frustre en la inutilidad. Como un viaje de
kilómetros y kilómetros en tiovivo de feria, alrededor de un eje inmóvil.
1 DE MAYO
El 1 de mayo transcurrió tranquilo;
sorprendentemente tranquilo.
Adelantémonos a decir que el sentido festival de la fecha no nos ofende ni poco ni
mucho. Al contrario: encontramos magnífico, lleno de profundidad humana y civil esto de
que huelguen un día todos los que a diario trabajan, y que hagan de ese mismo trabajo
lazo de solidaridad y advocación de fiesta. Mucho más nos repugnan las bromas fáciles
de los zánganos de casino acerca de si el día dedicado al trabajo es aquel en que no se
hace nada.
Ahora bien: el 1 de mayo tiene un significado más: el de ser la jornada marxista. Y he
aquí lo sorprendente: la jornada marxista se ha celebrado en perfecta normalidad; como si
el marxismo viviera en la mejor armonía con el Estado vigente. En tan perfecta normalidad
que acaso haya convencido a los gobernantes de que todo está apaciguado y les mueva a
reanudar la vida sin inquietudes de las agrupaciones marxistas.
¿Fue acaso en 1920? ¿Fue en 1910? No; fue en octubre de 1934, hace un semestre,
cuando el socialismo, a golpe cantado (¿quién no recuerda los anuncios de Prieto en las
Cortes?), se lanzó a la revolución. De los horrores revolucionarios no hay para qué
hablar: aún está fresca la tinta de los fotograbados de Oviedo y de los relatos
oficiales. Millares de bajas, incendios, dinamita, martirios, saqueos...
A los seis meses los socialistas celebran su fiesta como si tal cosa, y no ocurre nada
(fuera del asesinato de ese magnífico agente de Vigilancia que dio la vida por el deber).
Dentro de muy poco podrán volver a celebrar las fiestas que quieran, cuando no
esparcimientos de otra índole.
Este es el inefable Estado español de nuestros días: quien se alza en armas contra
él, ya sabe que si gana lo gana todo, y si pierde no ha perdido nada. Se entierra a los
muertos, se reedifica, si se puede, lo destrozado, y... ¡a bailar a la Dehesa de la
Villa!
RENACE EL BLOQUE
Entendámonos: hay, por lo menos, dos bloques,
aparte de bloque de izquierdas, debido a la excelsa capacidad intelectual y política
(así, poco más o menos, decía El Liberal, dicen que sin ánimo de chacota) de
don Alvaro de Albornoz. Esos dos bloques son el llamado Bloque Nacional (de cuyas
vicisitudes se hablaba en el número pasado) y el Bloque gubernamental, compuesto por
cedistas, agrarios, radicales y melquiadistas.
El que renace, naturalmente, no es el Bloque Nacional, porque para renacer es necesario
que alguna vez haya nacido. Renace, según se afirma, el Bloque gubernamental, y de su
renacimiento debemos prometemos las mejores cosas.
No se olvide que lo que determinó la crisis pasada no fue según versión de
autoridad el indulto de González Peña, sino la manera de entender la función de
gobernar. Eso era bastante más grave y hacía más difícil la reconciliación; pero, por
lo visto, todo tiene remedio en este mundo. A lo mejor resulta que lo que parecía una
discrepancia sobre la manera de entender la política es sencillamente una disparidad en
el cálculo de proporcionalidad de las carteras.
(Arriba, núm. 7, 2 de mayo de 1935) |