La sublevación de la
Generalidad de Cataluña ha sido un episodio, solamente, de la subversión total con que
se ha intentado la consumación del aniquilamiento de España. Quede esto bien claro, para
poder ahondar en las poco profundas razones que a Cataluña, como tal Cataluña, la han
empujado a este ridículo y triste levantamiento contra España.
Los hombres de España que han intentado penetrar entrañas adentro de nuestra realidad
viva para destrozarla han jugado con Cataluña como con un peón dócil para el
sacrificio. Las cabezas de la revolución disociadora, suicida y estéril, que hemos
padecido, colocaron a los catalanes como propicias víctimas de paja, utilizando la
demencia anacrónica, sangrienta y burlesca, de una estúpida fracción catalana, que
había brujuleado en las últimas horas desde la delincuencia común hasta una
especulación rencorosa y burda con los más turbios y equívocos sentimientos
particularistas.
La cola del, por fortuna tartarinesco, alzamiento en armas de unos cuantos catalanes,
es imputable a la total falta de pulso de los resortes españoles. Grábese esto bien en
las cabezas de España: tan sólo el embarque en más altas empresas imposibilitará de
manera absoluta la creación de un estado de ánimo semejante al que facilitó la criminal
intentona de Cataluña.
Si el servicio de España es algo eterno e insobornable, contra el que nada pueden
conjuras y zancadillas de los tiempos para este mejor servicio para el que poco
significa la entrega de la vida misma han de ser extraídas cuidadosamente todas las
enseñanzas. Y para recoger estas enseñanzas, ágilmente españolas, nosotros predicamos
el reencuentro de las auténticas venas de España. Y una de ellas, firme y jugosa, pese a
todos los traidores machetazos recibidos, cuando sobre nuestro cielo comenzó a aletear un
blandengue, y cobarde entendimiento de la vida, es nuestro Ejército. ¡Soldados de
España! Ahí es nada: soldados que no han podido olvidar que un designio de imperio
acariciaba sus frentes; soldados para quienes la realidad de Cataluña se aparecía en su
cabezas, prietas de grandeza y disciplina, como la pieza justa del mapamundi
español.
¡Levantamiento de Cataluña! Triste levantamiento que cubre unas pocas horas de
cobardía. ¡Subversión marxista! Sangrienta y feroz subversión de la anti España,
lección para cerrados ojos y taponados oídos, que han tenido que ver y escuchar en
fuerza de fogonazos y estampidos. Y enfrente de toda esa turba enloquecida y
enloquecedora, nuestro Ejército, este Ejército que se había hecho tópico de
padecimientos y agresiones, de vilipendias e injurias, pero que mantenía intacta, allá
en lo más hondo dé su ser espiritual y físico, la razón de la servidumbre de España.
Ni Azaña, ni Companys, ni Dencás, ni Largo Caballero..., ni tantos otros que forman
el triste y cobarde cortejo de la traición y la delincuencia frente a España, pudieron
nunca comprender todo lo que cabe en la cabeza del último soldado de España. La
lección, como espada en alto, grita desde Cataluña. Disciplina y servidumbre, cantan
sobre la cabeza de una generación, que aspira a hacer imposible un nuevo ataque contra el
ser entero y eterno de España.
La Cataluña de cabeza roma pequeña porción delirante de la gran
Cataluña ha sido derrotada. Todas las fuerzas juntas de la destrucción no han
podido hacer sino parar unos instantes la marcha de una nueva España, que avanza con la
cabeza metida en lo eterno y con los pies calzando el brío de toda una juventud segura de
sus pisadas.
(Arriba, núm. 5, 18 de abril de 1935)