Comienza diciendo José Antonio
Primo de Rivera que la esencia del movimiento que acaudilla es la unidad. Restablecer
la unidad de España, que se encuentra dividida por las clases que luchan contra las
clases, los partidos contra los partidos y las tierras de España contra otras tierras de
España también. (Muy bien.) Así vemos continúa que las comarcas
españolas, lejos de considerarse como partes de un todo, adoptan una actitud
independiente, y sólo les preocupa solucionar las cuestiones que les afectan,
desinteresándose de las planteadas en las demás comarcas. Y así vemos también cómo
cada región aspira a su Estatuto, y nada me extrañaría añade que el día
menos pensado, en Avila, Salamanca o Burgos, surja cualquier intelectual pedante o
ateneísta superior defendiendo la tesis de sus hechos diferenciales y del derecho a
regirse por sí mismas.
Los partidos políticos continúa, y nadie vea en mis palabras ningún
ataque personal, expresan igualmente todo lo más opuesto a esa unidad que nosotros
defendemos. Los de derechas representan lo nacional, pero carecen de un verdadero
contenido social; los de izquierdas, al contrario, tienen un fondo social, pero
antiespañol, olvidando unos y otros la necesidad de superar a ambos elementos,
fundiéndose en una síntesis superior.
Las luchas de clases dice, absurdas y estériles, no tienen, en definitiva,
más que una finalidad: convertir a un proletariado oprimido en un proletariado opresor,
lleno de odios y rencores, sin Patria y sin espíritu.
¿Qué quiere decir todo esto? Pues simplemente que hay una imperiosa necesidad de
restablecer la unidad de España viendo en ella, no un mero conglomerado de elementos en
pugna, sino una realidad histórica con un destino universal que cumplir. (Ovación.)
Por eso continúa no basta hablar de Estados fuertes. Para que un
Estado lo sea precisa de manera indispensable tener un alto destino que servir y que
justifique la dureza y el rigor; de lo contrario, o el Estado es tiránico, o el Estado es
vacilante, y el ejemplo lo tenemos en España durante la revolución pasada, en que el
Estado, sin un destino histórico y total que realizar, no se atrevió a adoptar la
actitud de justa severidad que las circunstancias reclamaban, y no por falta de energía,
sino por la duda de que al hacerlo estuviera cometiendo una injusticia. Nosotros sí
queremos un Estado fuerte, pero después de darle a España la conciencia de una unidad
firme y alegre y hacer ver a los españoles de que es algo superior a las minúsculas
competencias de clases, grupos o partidos. (Gran ovación.) Para conseguirlo no
bastan ni bloques ni confederaciones. Jamás se ha dado el caso de que varios enanos hayan
formado un gigante.
Lo que es preciso es tener una gran verdad a quien servir, una verdad que sea el eje,
el polo de atracción de un pueblo entero.
La Falange Española la quiere profundamente, la defiende con su sangre; diecisiete
hombres jóvenes han caído ya por ella, y cuando los españoles entregan su vida con tal
generosidad, estad seguros que la causa es sublime y su triunfo indudable. (Enorme
ovación.)
Apretad, pues, vuestras organizaciones, nutrid vuestras filas, tened tenso el
espíritu y pronta la decisión, que no está lejos el día glorioso para todos en que el
sol amanezca con un haz de flechas sobre los campos de España.
(Arriba, núm. 4, 11 de abril de 1935)