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ESTADO, INDIVIDUO Y LIBERTAD CONFERENCIA PRONUNCTADA EN EL CURSO DE FORMACION ORGANIZADO POR F.E. DE LAS
J.0.N.S., EL DIA 28 DE MARZO DE 1935
EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD
Frente al desdeñoso "Libertad, ¿para qué?", de Lenin, nosotros comenzamos
por afirmar la libertad del individuo, por reconocer al individuo. Nosotros, tachados de
defender un panteísmo estatal, empezamos por aceptar la realidad del individuo libre,
portador de valores eternos.
Pero sólo se afirma una cosa, cabalmente, cuando corre peligro de perecer. Afirmamos
la libertad, porque es susceptible cualquier día de ser suprimida. ¿Y en qué estado de
cosas sufre ese concepto de libertad el riesgo de ser menospreciado?
Para el hombre primitivo no existía idea, concepto de libertad. Vivía dentro de esa
libertad, que era natural en su vida, sin apreciarla ni formularla. El hombre de las
primeras edades era libre y con plena libertad, sin reconocer en qué consistía. Y no lo
sabía porque no había nada capaz de cohibirle; existía él y nada más. Fue preciso que
surgiese una entidad que pusiese veto a sus impulsos para que se diese cuenta de esa
libertad de manifestación de sus tendencias. Hasta que no aparece un conjunto de normas
capaz de cohibir los movimientos espontáneos de la Naturaleza no se plantea el problema
de la libertad; en suma, hasta que no hay Estado.
El Estado puede considerarse como realidad sociológica cognoscible por el método de
las ciencias del "ser", de las ciencias naturales, y como complejo de normas, al
que es aplicable el método de las ciencias del "debe ser", de las ciencias
normativas. En el primer aspecto, la pugna entre individuo y Estado no tendría interés
jurídico, se reduciría a una investigación de causalidad indiferente para el problema
del "deber ser". La pugna jurídicamente, políticamente interesante, es la que
se plantea entre el complejo de normas que integran el orden jurídico estatal y el
individuo que, frente a esas normas, quiere afirmarse vitalmente; quiere, en términos
vulgares, hacer "lo que le dé la gana".
DERECHA E IZQUIERDA
Tal pugna ha agrupado la tendencia política alrededor de dos constantes, que podemos
llamar "derecha" e "izquierda".
Bajo estas expresiones externas hay escondido aleo profundo. Las esencias de estas
actitudes, "derechas" e "izquierdas" podríamos resumirlas así: las
"derechas" son las que consideran que el fin general del Estado justifica
cualquier sacrificio individual, y que se debe subordinar cualquier interés personal al
colectivo; por el contrario, las "izquierdas" ponen como primera afirmación la
del individuo, y todo está supeditado a ella; lo supremo es su interés, y nada que
atente contra él será considerado como lícito.
Pero, según estas definiciones, ¿sería derechista el comunismo? Porque el comunismo
lo subordina todo al interés estatal; en ningún país ha existido menos libertad que en
Rusia; en ninguno ha habido más sofocante opresión del Estado sobre el individuo. Pero
se sabe que el fin último del comunismo es una organización sin Estado ni clase, una
anarquía e igualdad perfecta. Así lo han manifestado los jefes comunistas; tras una dura
etapa de rigor dictatorial, el colectivismo anarquista aproximadamente.
En las épocas chabacanas, como ésta que vivimos, se borran los perfiles de estados
constantes. Y así acontece que los archiconservadores se sienten izquierdistas, es decir,
individualistas, en cuanto se trata de defender sus intereses. Tanto "derechas"
como "izquierdas" se entremezclan y se contradicen a sí mismas, porque se han
vuelto de espaldas al espíritu fundamental de sus constantes.
LA SOBERANÍA
Pero es falso el punto de vista que coloca al individuo en oposición al Estado, y
que concibe como antagónicas las soberanías de ambos. Este concepto
"soberanía" ha costado mucha sangre al mundo y le seguirá costando. Porque esa
"soberanía" es el principio que legitima cualquier acción nada más que por
ser de quien es. Naturalmente, frente al derecho del soberano a hacer lo que quiere se
alzará el del individuo a hacer lo que quiere. El pleito es así irresoluble.
En este principio descansa el absolutismo. Este sistema apareció en el Renacimiento y
tuvo mejores políticos que filósofos. Estos acudieron al Derecho romano y, confirmando
sobre el "dominio" privado el poder político, dieron a éste un carácter
"patrimonial". El príncipe viene a ser "dueño" de su trono, y así
lo que a él le plazca tiene fuerza de ley, nada más que por emanar de él: Quod
príncipi placult legis habet vigorem. Digamos, entre paréntesis, que esta tesis del
príncipe, este derecho divino de los reyes, nunca ha sido doctrina de la Iglesia, como
sus enemigos han pretendido afirmar.
Pero era natural que frente al derecho divino de los reyes se proclamase el derecho
divino del pueblo. El que dio forma expresiva a esta tesis básica de la democracia fue
Rousseau en el Contrato social. Según él, todo poder procedía del pueblo y sus
decisiones de voluntad se consideraban justificadas, por injustas que fuesen. Al Qliod
principi placuit legis habet vigorem sucede la afirmación de Jurie: "El pueblo
no necesita tener razón para validar sus actos." Y el individuo sale de la tiranía
de un gobernante para caer bajo la tiranía de las asambleas.
SOBERANÍA Y DESTINO
El Estado se encastilla en su soberanía: el individuo, en la suya; los dos luchan
por su derecho a hacer lo que les venga en gana. El pleito no tiene solución. Pero hay
una salida justa y fecunda para esta pugna si se plantea sobre bases diferentes.
Desaparece ese antagonismo destructor en cuanto se concibe el problema del individuo
frente al Estado, no como una competencia de poderes y derechos, sino como un cumplimiento
de fines de destinos. La Patria es una unidad de destino en lo universal, y el individuo,
el portador de una misión peculiar en la armonía del Estado. No caben así disputas de
ningún género; el Estado no puede ser traidor a su tarea, ni el individuo puede dejar de
colaborar con la suya en el orden perfecto de la vida de su nación.
El anarquismo es indefendible, porque, siendo la afirmación absoluta del individuo, al
postular su bondad o conveniencia ya se hace referencia a cierto orden de cosas, el que
establece la noción de lo bueno, de lo conveniente, que es lo que se negaba. El
anarquismo es como el silencio: en cuanto se habla de él se le niega.
La idea del destino justificador de la existencia de una construcción (Estado o
sistema), llenó la época más alta que ha gozado Europa. el siglo XIII, el siglo de
Santo Tomás. Y nació en mentes de frailes. Los frailes se encararon con el poder de los
reyes y les negaron ese poder en tanto no estuviera justificado por el cumplimiento de un
gran fin: el bien de los súbditos.
Aceptada esta definición del ser portador de una misión, unidad cumplidora de
un destino, florece la noble, grande y robusta concepción del "servicio".
Si nadie existe sino como ejecutor de una tarea, se alcanza precisamente la personalidad,
la unidad y la libertad propias "sirviendo" en la armonía total ¡Se abre una
era de infinita fecundidad al lograr la armonía y la unidad de los seres! Nadie se siente
doble, disperso, contradictorio entre lo que es realidad y lo que en la vida pública
representa. Interviene, pues, el individuo en el Estado como cumplidor de una función, y
no por medio de los partidos políticos; no como representante de una falsa soberanía,
sino por tener un oficio, una familia, por pertenecer a un municipio. Si es así, a la vez
que laborioso operario, depositario del poder.
Los sindicatos son cofradías profesionales, hermandades de trabajadores, pero a la vez
órganos verticales en la integridad del Estado. Y al cumplir el humilde quehacer
cotidiano y particular se tiene la seguridad de que se es órgano vivo e imprescindible en
el cuerpo de la Patria. Se descarga así el Estado de mil menesteres que ahora
innecesariamente desempeñan. Sólo se reserva los de su misión ante el mundo, ante la
Historia. Ya el Estado, síntesis de tantas actividades fecundas, cuida de su destino
universal. Y como el jefe es el que tiene encomendada la tarea más alta, es él el que
más sirve. Coordinador de los múltiples destinos particulares, rector del rumbo de la
gran nave de la Patria, es el primer servidor; es como quien encarna la más alta
magistratura de la tierra, "siervo de los siervos de Dios".
(Arriba, núm. 3, 4 de abril de 1935) |