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EL ALIJO Se
representó en las Cortes, durante dos tardes, con llenos hasta rebosar, la farsa del
alijo de armas. He aquí su bonito argumento: las derechas, ejemplarmente mansas desde
noviembre de 1933, se han decidido, por fin, a llevar al banquillo a Azaña. ¿Os
acordáis? El hombre del bienio. El de Casas Viejas, el del Estatuto, el de las
persecuciones religiosas, el de la trituración del Ejército, el del Buenos Aires y
el España número 5, el de "A la barriga, a la barriga". ¿No os
acordáis? Ahora iba a llevar lo suyo. Tres mil folios se habían escrito para
enjuiciarle, y no eran una, sino tres como las hijas de Elena las acusaciones
formuladas. ¿Por lo de Casas Viejas? ¿Por lo del Estatuto? ¿Por haber favorecido la
rebelión separatista y marxista el 6 de octubre? No; porque en 1932 estuvo pasando unos
duros, de los gastos reservados del Ministerio de la Guerra, a unos emigrados portugueses
y porque parece que ayudó a unas maquinaciones para promover un intento revolucionario en
Portugal, con vistas a un proyecto peninsular ulterior.
Los que no estén deformados por la máquina artificial del Parlamento se habrán hecho
cruces. ¿Para esto dirán tanto ruido? ¿Y para esto, para lograr esto, puede
un país pregonar ante el mundo que su Gobierno maquinó contra la seguridad de un
Gobierno vecino? Es vano decir como dijo el señor Gil Robles entre los aplausos
frenéticos de sus incondicionales que la solidaridad de los Gobiernos que se
suceden sólo rige para lo glorioso, pero no para lo delictivo. ¡Historias! Desde el
punto de vista internacional, toda la nación responde de lo que hayan hecho sus Gobiernos
legítimos, sea cual sea el trato que haya dado después a los hombres que integraron
aquellos Gobiernos. Ya se ha apuntado esta tesis en la Asamblea Nacional portuguesa por
boca del señor Mario Figueiredo, quien ha dicho "que a él personalmente la
solución adoptada por el Parlamento español le satisface". Sin embargo, no sabe si
el Gobierno portugués y la Asamblea Nacional tendrán igual opinión y si
considerarán esa reparación como suficiente desde el punto de vista del Derecho
internacional.
Sería curioso que los que han armado esta balumba para acusar a Azaña por
habernos puesto en peligro de conflicto exterior sean, ellos mismos, los que traigan sobre
España una vidriosa reclamación exterior provocada por el escándalo. En cualquier país
del mundo, los políticos se zahieren y se destrozan con toda suerte de agravios; pero hay
cosas que sólo en los países locos se airean: los secretos de una acertada o disparatada
política internacional. ¿Harán falta más pruebas del total desquiciamiento de nuestro
sistema político y parlamentario?
LOS NACIONALISTAS
Por cierto que en el debate sobre el alijo hubo una curiosa nota que señalar: la
adhesión a Azaña de los nacionalistas vascos. No por ninguna razón doctrinal claramente
expuesta ya saben todos que el nacionalismo vasco, para mal de su pueblo y de
España, es el movimiento menos inteligente de cuantos circulan; mucho menos por
razones superiores de patriotismo, como las que llevaron a alguna otra voz en el
Parlamento a pedir que cesara aquella espinosa discusión, si no simplemente por capricho,
sin explicación, o por un turbio móvil demasiado explicable.
He aquí cómo el nacionalismo vasco, ultracatólico en lo religioso, ultraconservador
en lo político, ultracapitalista en lo social, fue a dar sus votos a Azaña
anticatólico, revolucionario y filosocialista, como recompensa a un servicio
que anulaba, por su entidad, todas las repugnancias de los nacionalistas vascos: el
servicio de haber atentado contra la unidad de España.
HACIA LA APOTEOSIS DE AZAÑA
Ya está tomada en consideración una propuesta acusatoria. Dentro de algún tiempo
la Comisión de veintiún diputados redactará la definitiva acta de acusación. La
aprobarán las Cortes y Azaña comparecerá ante el Tribunal de Garantías
Constitucionales. Este ampliará el sumarlo hasta elevarlo a cinco, seis u ochocientos mil
folios. Se celebrará la vista pública. Durará varias sesiones. Los periódicos las
relatarán largamente. Los que lleven acusación bordarán filigranas para demostrar que
aquello que hizo Azaña con los portugueses pudo proporcionarnos una guerra. Sobre
si pudo, solicitará una sentencia condenatoria y el Tribunal, una de dos: la
pronunciará o la denegará.
Si la pronuncia, ¡qué clamor se alzará en solicitud de amnistía! Mil y mil abogados
analizarán el fallo y denunciarán su excesivo rigor, sobre todo en relación con el
propósito oculto bajo los aparentes delitos. Azaña ganará la consideración de
condenado injustamente. Recibirá decenas de miles de cartas en la cárcel. ¡Ah!, y
pasará en la cárcel un año o año y medio, que a esto quedará reducido todo, con
efugios, atenuantes y condena condicional. Esa leve punición habrá dejado redimido del
todo al hombre de Casas Viejas.
Pues ¿y si lo que es mucho más probable el Tribunal de Garantías
absuelve a Azaña? ¡Qué griterío nos ensordecerá entonces! Tres, cuatro, diez mil
folios nos dirán, centenares, millares de diligencias judiciales, no han
bastado para encontrar motivo con que imponer a Azaña el más leve arresto. ¿Qué hombre
público ha pasado por semejante fiscalización? Y correrán mares de tinta en su loa, y
vendrán Comisiones multitudinarias de todos los pueblos, y se celebrará en la plaza de
toros, con cuarenta mil asistentes, un imponente acto de desagravio en el que, desde la
voz reposada del señor Sánchez Román hasta la majadería chirriante del señor
Albornoz, fulminará imprecaciones contra el Estado injusto que persiguió a Azaña.
Y como Azaña no habrá sido acusado de nada más podrá afirmarse que Azaña no hizo
de malo nada más y que de lo que hizo ha sido absuelto por el primer Tribunal de la
República.
Y lo tendremos que poner sobre nuestras cabezas.
Y recordar el vaticinio, lectores antes de la primavera del año próximo
tendremos a Azaña en el Poder.
CATALUÑA
Reaparece el fantasma amenazador del catalanismo. Ahora es Maciá, con sus
gesticulaciones de loco, quien lo encarna; es Cambó quien, con su frialdad
característica, sentencia la irresolubilidad del problema catalán. Lo dice con el mismo
helado lenguaje con que registra un químico la certeza de un experimento: "Pese a
quien pese, el problema de Cataluña subsistirá."
He aquí sobre la escena otra vez el más turbio ingrediente de los que componen el
complejo catalanista. No olvidemos la Historia: el catalanismo nace políticamente cuando
España pierde sus colonias, es decir, cuando los fabricantes barceloneses pierden sus
mercados. No se oculta entonces a su pausada agudeza que es urgente conquistar el mercado
interior. Tampoco se nos oculta que sus productos no pueden defenderse en una competencia
puramente económica. Hay que imponerlos políticamente al resto de España. Y nada mejor
para imponerlos que blandir un instrumento de amenaza al mismo tiempo que de negociación.
Ese instrumento fue el catalanismo. Eso que antes era viejo poso sentimental, expresado en
usos y bailes, fue sometido a un concienzudo cultivo de rencor. El alma popular catalana,
fuerte y sencilla, fue llenándose de veneno. Aridos intelectuales compusieron un idioma
de laboratorio sin más norma fija que la de quitar toda semejanza con el castellano.
Cataluña llegó a estar crispada de hostilidad para con el resto de la Patria. Y esta
crispación era invocada por sus hombres representativos en cuanto llegaba la hora de
negociar un nuevo arancel. Los representantes de la burguesía catalana alquilaban sus
buenos oficios de apaciguadores del furor popular a cambio de obtener tarifas aduaneras
más protectoras.
Este ha sido el tortuoso juego del catalanismo político durante treinta años. Lo que
en Cataluña fermentaba como expresión de una milenario melancolía popular, en Madrid se
negociaba como un objeto de compraventa. El catalanismo era una especulación de la
alta burguesa capitalista con la sentimentalidad del pueblo.
Cuando el 14 de abril las multitudes catalanas tomaron como grito el de
"¡Muera Cambó, viva Maciá!", ¿creían acaso haber recobrado la autenticidad
poética de su nacionalismo? Se equivocaban: aquella autenticidad poética estaba ya muy
envenenada por Cambó y los suyos. Los gritos separatistas que aclamaban al avi
frenético no hubieran sido posibles sin la cauta preparación de los capitalistas ocultos
tras de la Lliga; han bastado tres años para que los hilos vuelvan a las manos de
siempre. Y aquí está otra vez, frío, hábil, sinuoso e insaciable, el catalanismo de
Cambó.
EL PARO
No dejaremos de gritarlo en ningún momento: hay setecientos mil españoles
en paro forzoso; hay setecientos mil españoles que comen de milagro. ¿Cómo puede haber
Parlamento, Gobierno ni partidos que vivan en paz mientras esa trágica llaga sigue
abierta al costado de nuestro pueblo?
LA SIESTA PARLAMENTARIA
El Parlamento sigue su siesta. Los pésimos presupuestos vigentes van a ser
prorrogados lo habrán sido cuando salga este número por tres meses. El
problema del paro, el del trigo, el del vino, el de la naranja, languidecen en la
espera... En cambio, la semana pasada tuvimos la fiesta del alijo. En la presente parece
que habrá crisis, con su cortejo de cabildeo y desfile de personajes. Bueno.
(Arriba, núm. 2, 28 de marzo de 1935) |