Quienquiera
se tropiece con un feroz revolucionario o gevolucionario según dicen algunos
guturalizando la r, con uno de esos revolucionarios tan feroces, tan feroces,
que juzgan falsos revolucionarios a todos los demás, debe plantearse a sí mismo, como
tema de investigación instructiva, la pregunta siguiente: ¿De qué vive este sujeto?
Porque hay tremebundos revolucionarios que ganan, por ejemplo, en una oficina
pública 450 pesetas al mes y que gastan dos o tres mil entre viajes, alojamiento
independiente, invitaciones a cenar y salario de tres pistoleros en automóvil para
protección de sus preciosas vidas.
Si alguien se obstina en averiguar de qué manera los tales revolucionarios repiten
con sus parvos ingresos el milagro de los panes y los peces, no tardará en descubrir como
fuente secreta de tales dispendios la mayordomía de algunos millonarios
archiconservadores, o ciertos fondos estables dedicados a la retribución de confidentes.
0 las dos cosas, que de todo hay en la viña del Señor.
Esta abyección inicial aceptada por el pobre revolucionario matiza todos sus
gestos y actividades. Unos y otros acaban por adoptar el color de la estafa: desde la
afirmación de poseer secretos comprometedores hasta las alocuciones ingenuas, en letras
de molde, dirigidas a imaginarias masas cuya simpática escasez permitiría de
sobra la celebración de juntas generales en las plataformas de un tranvía.
Esto de que un individuo tenga que vender su cualidad de persona decente a cambio de
unos cochinos duros (duros, ¡ay!, que sólo recibirá mientras su abyección convenga a
los amos), es, aunque triste, un corriente episodio individual. Pero ya es peor que el tal
individuo, para devengar su salario, tenga que jugar con la crédula desesperación de
unos pobres obreros a los que promete redimir. 0 que se dedique a injuriar a quienes con
sacrificio serio de posiciones, ventajas, tranquilidad y afectos, llevan adelante la
durísima tarea de alistar y curtir en la abnegación a una magnífica juventud patria.
Que este movimiento pujante ponga en zozobra a los fabricantes de falsos patriotismos
y estados corporativos fiambres no tiene nada de particular; pero que al servicio de
esos fabricantes haya tipos de revolucionarios afectadamente mal vestidos y sucios,
con la boca llena de demagogias corajudas, es una inmundicia. Las agrupaciones
sanas eliminan esa inmundicia normalmente, sin aspaviento ni sorpresa.
(Arriba, núm. 1, 21 de marzo de 1935)